martes, 31 de diciembre de 2013

Noche vieja

Martes, 31 de diciembre.
Abro el grifo: el agua se precipita helada ¡Qué frío!
Me enjuago con champú, con gel, con espíritu navideño.
Me enfundo unos tejanos, una camisa, una sonrisa repeinada
y emprendo mi viaje hacia la Buena Nueva;

Jesucristo
me está esperando
fumándose un cigarro
en la esquina negra de Belén.
(Shttt... Su madre cree que es un santo)      
                                                    
Bajo al garaje. Aderezo el firmamento. ¿Llueve? ¿Hace sol? Salgo.
Los concesionarios, los supermercados, los centros comerciales
me desean un feliz 2014.

Pasé el día de acción de gracias balanceándome
por el Mini-casino y ciertos pubs enfarlopados...
¿Por qué desearse un próspero año nuevo?
Dicen tres locos sin causa,
dicen tres locos sin causa.

Llego a la cena en cuestión,
tomo un canapé, dos, tres, quinientos cuatro.
La mesa aprieta, el cinturón aprieta, la navidad aprieta:
hoy las personas nos sentimos cerca las unas de las otras,
hoy el abuelo toma vino, el diabético azúcar, el desgraciado cariño.

Da igual si la virgen María era virgen o ramera,
da igual si los reyes llevaban mirra u oro,
da igual si Jesús nació o no el día 25...
hoy es día de celebración:
hoy es noche vieja.

"Navidad, navidad, dulce navidad..."
cantan los Papa Noeles, los renos
y los bastones de caramelo.

"Vanidad, vanidad, dulce vanidad..."
cantan los desahucios, el rey
y los países necesitados.

Disfruto a la vez que reniego
que hoy sea un día de encuentro;
una fecha señalada dónde se omite
la miserable menstruación del mundo:

hoy no existen los percances, se bebe Freixenet
y mañana no hay periódico.

En la calle, una manada de hojas secas, desbocadas
corren por las aceras sin enterarse
de nada en absoluto.

En la pared, las moléculas que salieron disparadas del cava, atolondradas
siguen su fiesta de atracciones y repulsiones electromagnéticas:
igual lo hacemos nosotros, en esto consisten las familias...
discutimos, reímos y a las doce en punto callamos.

-ya viene, ya viene-
anuncian los más pequeños
con su fe de bombilla infalible.

Suenan las campanadas. Como 12 uvas
                                y... feliz año nuevo.

Otro año fundido en la poesía del tiempo:
un año más, un año menos
¿Qué coño da?

Pienso en quién impuso esos valores
puramente necesarios

sobre el transcurso de las horas.

Pienso en si
hubiera sido mejor dejar atrás
los quintos, las décadas, los años,
las edades, las tartas de cumpleaños, las crisis de los cuarenta...

hubiera sido mejor vivir sin periódicos,
calendarios, temores a la muerte...

sería mucho mejor sucederse por las estaciones,
incumplir los lunes de trabajo, dejar atrás las épocas;

dar un buen beso a la vida
sin pensar

en el tiempo que llevamos
o el tiempo que nos queda.

Quintí Casals

domingo, 29 de diciembre de 2013

Vuelta a la normalidad

Viajo en un tren Regional Express
a unos 100 km. hora. De vuelta a casa. De vuelta a eso.
De vuelta a la compresa sucia
                                             de las partículas
                                             que nos conforman.

La ventana rebosa aquella esencia roñosa
que todo metal artificioso suele escupir;
veo el aire fluir rápido, los arados fluir rápido,
los puebluchos fluir rápido; todo vuelve a ser
                                                                   rápidamente rápido.

Nos besamos mucho, comimos pasta, abollamos células expansivas;
fue un buen viaje: un bálsamo de recuerdos dulzones
lo constata.

Paseamos por un ejército de calles tatuadas -pasos sin rumbo-
nuestra dopamina simpatizó en un juego bioquímico magnífico:
enchufamos nuestras energías positivas el uno al otro,
adormecimos nuestros demonios.

La endorfina impregnó nuestros argumentos con el poder de las señales
-una canción de papel, una lata de Nestea, un rayo de sol-
nos hizo creer en esta estúpida y lógica dialéctica.

Los instantes hablaron por sí solos,
su voz fue agradable,
nos fue bien.

Derretimos los andamios, las multinacionales, las gentes oxidadas;
toda la abundante miseria que Barcelona repliega.

Tuvimos el placer de sonreírnos con los ojos,
de despertar la testosterona a los cisnes,
de resguardarnos de la mundología
en nosotros mismos...

pero ahora estás tú allá
en urgencias;
                    un contratiempo...

y yo de vuelta a ninguna parte,
como siempre,
                      contra el tiempo.

Quintí Casals

sábado, 28 de diciembre de 2013

F5

Vivimos constantemente
siendo unos abúlicos y embotellados
                                                       capullos.

Vivimos rápido, como la competitividad requiere.
Acogemos con dulzura los brazos del conservadurismo
y del aburrimiento. Coleccionamos un par de misceláneas
poco éticas. Somos racistas, misóginos, cerebros incendiables.

Vivimos constantemente
siendo unos abúlicos y embotellados
                                                       capullos.

Ahogamos, día tras día, el deseo
con un caldo revoltoso
de placeres estúpidos;

comemos, día tras día, las uñas
de nuestras manos, de nuestros pies
con un suceso de nerviosismos existenciales;

aspiramos, día tras día, al hecho
que exista una intersubjetividad caliente, cálida,
en este entorno de escarchas gélidas, blancas;

hasta que, como por arte de magia,
actualizamos nuestro sistema operativo
y la actividad terrestre adquiere sentido:

encontramos otro capullo
in the middle of nowhere
que deifica nuestra bondad

y

abrimos aquella flor
tan estrecha que es nuestra aura

y

enseñamos nuestros
pétalos
más coloridos.

Quintí Casals

viernes, 27 de diciembre de 2013

Self Service

Despertarás, confuso, después de varios insomnios y alardes.
Lavarás tu cara, sorberás un café e irás al trabajo.
Hincharás tus sienes ácidas en medio de un atasco,
comerás tu emparedado, handicap sintomático, llegarás tarde.

Hablarás con tus compañeros, probablemente a la contra.
Te enfadarás. Te estresarás. Fumarás un cigarro prestado.
Tu jefe cantará toda la tarde a tu oreja un "Ora et labora".
Te escaparás media hora antes. Goodbye. Irás al gimnasio.

Uno-dos, uno-dos, por hoy creo que ya es suficiente.
Tomarás un vermú con Jaime. Dos, tres, adiós mente.
Comprarás el libro anunciado por la radio. Te gustará,
cenarás en silencio y un plato de espaguetis te sobrará.

Pondrás el lavaplatos en marcha. Limpiarás la vitrocerámica.
Encenderás el ordenador. Sudando, fiel, mirarás películas porno.
Desearás ser un anciano. Morir. Haber tenido un vigor hermoso.
Recordar aquello que queda por vivir, triste cobardía estática.

Quintí Casals

Extra-ordinario

La seda de las cortinas
está mirándome...

¿Qué estará pensando tan callada?

La lavadora está encendida
y gira por fuerza centrífuga...

¿Dónde querrá la pobre llegar?

Un tubo de pegamento
resta apático ante el derrumbe de la luna...

¿Quizá quería ser enfermero, doctor, bibliotecario?

Un bonzai de olivo
es mi regalo de navidad...

¿No había pedido yo un amor de madre?

Una congregación de libros fúnebres
quiere conocerme en persona...

¿No saben que eso no es posible?

El agua sucia
corre por la porcelana...

¿Le gustará estar compuesta de hidrógeno?

La madera del parquet
ocupa hoy un parlamento de derechas...

¿Quién fue el rufián que le despojó de ser árbol?

El cartero de cejas estrechas
trae, triste, una carta esperada a mi buzón...

¿No era él quién escribía tan bien?
¿No era él quién poseía esposa, amor y felicidad?

Se carcomió su campechanía, se rompió su fertilidad.
Hoy posee en sus pupilas esposas, ardor y fragilidad.

Un mordisco a una tostada con foie, una paja tántrica y una ducha lenta
salvan mi día de mierda.

Las cosas simples son las más extraordinarias -dice una ensalada de bolsa-
Las cosas simples no se compran en joyerías -dice un intelectual de nuestros días-

La desesperación es la nada cósmica frente la eternidad
y en mi pubis crece un pelo que va a ser partícipe de mucho sexo
y nunca va a poder participar. Su presencia vulgar es imprescindible pero...
¿Quién le preguntó a él por su condición? ¿Quién tuvo en cuenta lo que él quería?

La mirra preferiría ser oro.
El chándal preferiría ser pajarita.
El cerdo preferiría pastar a vivir estabulado.

Que digan lo que quieran...
pero la simpleza pasa toda su vida confiando ser joya;
esperando una llave, conforme avanza su inocencia,
para aspirar a algo mucho más compacto
                                              que la mera simpleza.

Quintí Casals

martes, 24 de diciembre de 2013

Tal vez

Tú y yo que íbamos a casarnos,
a tener hijos, a viajar a Venecia, Berlín, Perú...
a fundirnos en la remota inmortalidad,
a despertarnos juguetones cada medianoche...

nos quedamos en la creencia orgánica
del augurio.

Toda aquella entelequia quedó traspuesta
                          a la basura más próxima.

-junto a las moscas, tetra briks de leche y pieles de plátano-

Y ahora estoy planteándome si ir de putas
o si escribir algún poema con un bolígrafo sordomudo
tal sábado-noche

porque he olvidado
cómo se besaba
francamente
a una mujer.

Quintí Casals

Corte vanguardista

Un e-mail se asoma ligero un 28 de Julio
por la bandeja de entrada. Es Elena...
-Oye, que te dejo, que no funciona,
que no follamos cuánto debemos,
que no nos besamos como antes,
que no, que no, que no,
que debemos dejarlo...
será mejor...
adiós, fue un placer-
dice.

Un conglomerado de gaviotas
se agrupa en una nube de ceniza
que yace encima del río.

La polución invade el cielo multimedia de nuestros tiempos
y aquél nirvana que prometieron los padres, la tele y los profesores
se esfuma por el ano del mundo.

Los graffitis están más coloridos, las horas son eléctricas...
aunque una lágrima recorra el desierto de mi mejilla.
Debo estar tranquilo... un bosque de antenas cuida de mí:
será mi ángel de la guarda por este siglo,
debo prestarle mi gratitud, no debo caer -oigo de forma ininterrumpida-

Quintí, sé fuerte -ya has pasado por esto, incluso peores-
Levántate, empieza algo nuevo, date aire, planifica tu vida:
haz deporte, haz planes... que todo pasa.

Si pudiera aspiraría un oxígeno más cristalino;
dejaría de repetir los pasos que di ayer,
pararía de ladrar y, urgentemente, viviría.

Si pudiera, claro...
¿La gente no entiende que a veces a uno le apetece sufrir...
revolcarse por la mierda, percatarse del mal olor y despertar por su cuenta?
Hoy toca abatirse, mirar una comedia romántica junto a unos pañuelos y añorar ese coño.

Son tiempos crueles.
Son tiempos crueles.

Qué duro va a ser
llegar a casa, irse a dormir, tumbarse en la cama,
cerrar los párpados y llorar varias veces envés de masturbarse.

Quintí Casals

sábado, 21 de diciembre de 2013

Enemigos públicos

El núcleo urbano
es un ronquido de silicona
             sazonado con
cafeterías plastificadas,
puertas giratorias
y sentimientos metálicos.

Los mandos a distancia
          que lo gobiernan
seleccionan, siempre que pueden, aquél canal más febril;

el alma es un solar en construcción,
el tiempo es el consuelo de la lágrima.

Sólo podemos coger un amuleto cordial
ante la lluvia incesante de orín
que nos acecha: no hay alternativa.

La sociedad, mientras tanto, se atropella a sí misma:
un ladrillo se compra un iPhone nuevo,
un palestino muere a la deriva de Canaán.

Los corazones llevan piercings
y la cirugía plástica nunca operó un cerebro:
un dragado se afinca en nuestra suerte.

A quiénes denunciamos ésto...
nos tachan de
                     llevar un palillo entre los dientes
                     y una pistola en la palabra.

Nuestra tesis es un
                  abrazo
afeitándose con navaja.

No nos escuches.

¿No ves que somos políticamente incorrectos?
¿No ves que nuestra opinión carece de fundamento?

Nosotros tan sólo somos              
subversivos,
                   repelentes,
infames,
                   tarados;

rompedores
                   de una civilización rota.

El extrarradio florece entre
descampados desconsolados, galgos moribundos
y periferias humanas...

pero no nos escuches.

Por favor, por el bien de todos:
no nos escuches

y sigue cocinando
                           que el alcalde tiene hambre.

Quintí Casals

viernes, 20 de diciembre de 2013

Diagonal

Muñecos de grasa
se mueven
                por carreteras gaseosas,
por bolsas de trabajo,
                por habitáculos familiares,
por cuevas repletas de murciélagos,
                por hostales perdidos,
por icebergs de Coca-Cola,
                por campañas electorales,
por silencios tapizados,

por baños nocturnos, por días esqueléticos.

Muñecos de grasa
se mueven
                por buffets libres de causa,
por discusiones fuera de cobertura,
                por famas inflamables,
por ordenadores asustados,
                por pieles de fibra sintética,
por Renaults ingrávidos,
                por desiertos de colchones,
por periódicos coagulados,

por lagunas de ecuaciones matemáticas, por pasos de cebra hacia la nada.

Muñecos de grasa
se mueven
                por
                     una
                           diagonal
                                        llamada vida
formando
               un movimiento angular
               tan circular, tan sideral
                                                 como el de un interrogante
                                                 en una pregunta sin respuesta
                                                 resignándose a callar.

Quintí Casals

Besos llenos en autopistas vacías

El cambio climático acecha, el recibo de la luz llega,
los altos cargos manipulan la segunda votación;
tan sólo
            nos queda
                            la erección del amor.

Una grúa naranja -tan grande como un coloso mitológico-
coloca continuamente químicas magnéticas de corazón en corazón
instalando, así, la idea de compatibilidad entre carnes mortales;
es, entonces, cuando los cuerpos galácticos conseguimos enamorarnos.

Nos enamoramos
de personas atractivas, deformes, ilustres, memas;
de sus tics, de sus arrugas, de sus pantalones, de sus camisetas;
de sus pesares deshidratados, de sus tatuajes frustrados, de sus lunares aburridos;
de sus ojos azules, marrones, verdes, negros;
de sus suspiros analfabetos, frágiles, podridos;
de sus argumentos revolucionarios, banales, ensanchados;
de sus cadenas, de sus libertades, de sus pedos, de sus muecas habituales;
de sus comportamientos infantiles, formales, desmedidos;
de sus perfumes cítricos, sensuales, pesados;
de sus curvas extendidas, de sus promesas sabrosas;
de sus caricias aprensivas, de sus besuqueos recios;
de sus virtudes, de sus defectos,
de su semejanza, de su diferencia...
nos enamoramos.

Nos enamoramos de aquella luz imprevisible e intrépida
capaz de incendiar este estercolero de rascacielos y polígonos industriales.

Nos enamoramos de aquél grito estomacal
que desinfla nuestra cabeza insomnio por insomnio

y nos avispa, poco a poco, a ser ligeramente mejores: ligeramente libres.

Aún así,
el amor está atrofiado:
el amor no mueve el mundo
-dicen dos niñas acampadas en la indigencia-

Quintí Casals

jueves, 19 de diciembre de 2013

Redención terráquea

Y con qué rabia germina la rosa entre la tierra subterránea
para romper, así con su belleza, el gris inflexible
                                               de la autopista alquitranada.

Quintí Casals

Precaución

¡Vigila! Que vienen el marketing, los activos
los intereses, los avales, los balances
los créditos, las competencias
y la miseria que los parió.

¡Vigila! Que la prima de riesgo
es pariente de la dictadura bancaria
y puede chivarse de tu dirección y código postal.

¡Cuidado! No vayas a
tener más de lo que se te pide, ciudadano medio.

¡Cuidado! Que viene el hombre del saco
y va a quedarse con tu dinero.

Quintí Casals

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El perro callejero

Un perro callejero
despierta cada alborada
en el lavabo más inmundo
de la estación de autobuses.

Un domingo cualquiera
se posa en su aventura;
su estómago empieza a rugir.

Abre sus ojos, aliña sus lagañas,
tuerce sus rodillas y levanta sus patas; otro día más.

Atraviesa, como puede, ramblas, calles, callejones...
contemplando cómo los borrachos se alejan del club de alterne,
cómo los ancianos dan de comer a las palomas
o cómo las hojas vacilan en el aire.

Hambriento huele la fritanga que el McDonald's desprende, estornuda veinte veces,
bordea unos cuantos vagos y maleantes que hablan debajo del puente
y se sienta a escuchar sus novelas.

Sabe que Luis toma demasiada heroína,
que la madre de Andrea tiene un síndrome obsesivo con las compras
y que Juan Antonio se enamoró de la mujer equivocada.
Sabe que existe un viaje a la nada llamado locura y sabe muy bien, también,
que nadie puede salvarse de tal traslación.

Nunca tiene frío, nunca tiene calor: él renuncia a cualquier dolor ordinario.
Huele mal, la gangrena penetra su espíritu y tiene algunas señales de otros lobos en su cara.

Su figura es equiparable a la de un Ecce Homo;
cuando pasea entre luces de semáforos borrosos
el perro callejero asusta hasta los escombros.

Almuerza hoy, por suerte, en el contenedor del Hotel Ibis;
recuerda, entre nostalgias y mordiscos, su pasado como burgués de tres al cuarto
y se burla de aquel rey que un día fue. Aunque sus pasos se debilitan sucesivamente...
él es más feliz siendo un nómada, él es más feliz siendo libre.

Él abortó con ese oasis rancio
de canastillas placenteras, carantoñas impermeables y chucherías de salmón;
él prefiere deambular como un vagabundo a persistir esquizofrénico como un rico,
él prefiere avanzar hacia ninguna parte a permanecer estancado en una mansión.

El perro callejero es indomable e impredecible.
El perro callejero goza de una amplia perspicacia.
El perro callejero conoce de cabo a rabo la ciudad:

urbanizaciones, parkings, calles comerciales,
polígonos, monumentos de interés, restaurantes,
parques de atracciones, tiendas, bancos,
colegios, locales nocturnos y demás;

conoce el material envuelto para regalo y conoce, también, el material inflamable.
Él ya sabe dónde puede asomarse y dónde puede quemarse; él ya sabe cómo vivir.

Camina, hoy, por la Avenida Cataluña y ya nada le sorprende.

Ve un collarín de plata 1a ley y lo desprecia cuál colilla destripada,
ve a un George Clooney de la Mancha y se mofa de su recatada tristeza,
ve cómo un segurata registra a dos pobres niños en un supermercado
y, desde su idiotez supina, piensa en lo estúpido que puede llegar a ser un humano.

Mira los traseros de las chicas, mira las babas de los chicos,
huele el ojete de una perra con collar de diamantes
y, un rato después, la fornica muy a gusto.

Cruza las tenebrosas carreteras sin ningún miedo,
cruza por la vida sin ningún miedo, cruza por su destino sin ningún miedo.
El perro callejero navega por las noches sin más compañero que la luna.

Los viandantes le desprecian, le patean o le esquivan
pero el sonríe, pero el sonríe, pero el sonríe;

sabe de veras
que les está dando una cura de humildad,

sabe de veras
que si él es callejero, es en realidad por vocación.

Quintí Casals

martes, 17 de diciembre de 2013

Relatividad

Una quimera encostrada
es el descubrir que la vida es una broma de mal gusto
                           que tan sólo se entiende a sí misma.

Quintí Casals

Esquema general

Una furgoneta coreana
canta al desencanto
en una habitación vacía.

Unos zapatos
Dolce & Gabbana
definen tu personalidad.

Es martes,
son las 9 de la mañana
y llego tarde a clase;
no es que sea mi mejor día.

Mi itinerario es el de siempre:
de mi casa a la gasolinera, de la gasolinera al rectorado;

sólo que, hoy, mi rumbo se desestabiliza
                   por los villancicos robóticos
que canturrean los altavoces que anidan las farolas.

Ando fogoso, raya el día y la gente transita muy dinámica;
caminan inútilmente junto a sus smartphones y a sus gorros de lana.
Trazo mi paso por el gentío, un enclenque ruso se cruza conmigo
y me mira raro y me mira raro y me mira raro.

El tráfico de la hora punta no se acalla
y casi ya me han atropellado dos veces.

Mis oídos se estremecen
como la palabra de un niño de 16 años
y mi tesitura se declara insostenible;
definitivamente, quiero ser un melón.

El sol se abre cohibido entre la niebla,
los átomos muestran sus vísceras cromadas
y mis ojos otean, por un poco tiempo, unas escasas vislumbres
de neutralidad;

pero únicamente encuentro cosas postizas
allí.

Las baldosas son cada vez más cuadradas,
los árboles están cada vez más alineados,
la humanidad, que ahora se maquilla, es cada vez más estética.

La violencia se derrama por los bordes de la imagen
y el automatismo de las máquinas
está presente en todos los ámbitos de la vida.

Una infinidad de botellas de plástico surcan los mares,
tres tristes tigres están domesticados
y hay quién tiene dientes de oro.
Todo es corregido por el hombre.

Sin querer este poema se escribe
antes de hacer una encuesta digital
en una clase sustentada por códigos binarios

y

sin querer este poema
no tiene ningún tipo de valor
hoy en día.

Cada vez poseemos
un alma más ahumada.

Cada vez somos más presos
de nuestra condición artificial.

Quintí Casals

Selección natural

De la misma manera que en el cuerpo existen la razón, la libertad y la fraternidad
y de la misma manera que se comen las unas a la otras...

la sustancia humana se bautiza
como un facha con momentos comunistas de lucidez.

Las personas caminamos a veces pensando el camino adecuado,
a veces corriendo hacia ninguna parte
y a veces encadenados a los sentimientos, a las empatías o a los relojes de arena;

no sabemos nunca hacia dónde vamos ni hacia dónde queremos ir,
no sabemos nunca si la decisión que tomamos es la correcta,
no sabemos nunca si es diplomático o ilícito enfadarnos tanto con nosotros mismos.

Nuestras lágrimas colman el vaso del alma.
Nuestra fortuna desvanece por un videoclip en llamas
                        de razones, libertades y fraternidades.

Nuestro raciocinio vive en una guerra civil constante;
la antagónica convivencia en un mismo juicio de estos temperamentos incompatibles
machaca violentamente cada una de nuestras acciones diarias;
y éso, se le hace a uno insoportable.

El hombre nace, vive durante toda su adolescencia acongojado por su superego
y después de muchas y muchas batallas con el espejo, en un intento de paz,
deja que el mundo sea mundo.

Nadie goza del albedrío suficiente para escapar de su cabeza antitética o de su monomanía.
Nadie goza tampoco de la astucia suficiente para escapar de la sociedad.

Por eso mismo, los hombres y las mujeres de esta tierra -cansados de aguantar jarrones de agua fría-
anteponemos restar alegremente tumbados en una hamaca hilada de disgustos
a combatir cara a cara frente a la realidad.

Mientras tanto nuestra carne se lacera con el paso de las primaveras superfluas
y poco a poco vamos asustándonos cada vez más
de actuar, de empezar, de crecer.

Cada vez somos más dóciles para el tiempo -también más bobos-
y finalmente acabamos sorbiendo, noche tras noche, una muerte sombría
que liga nuestras nalgas al cojín y paraliza nuestra valentía más audaz.

Hay todo un nido de fantasías que conquistar al que despreciamos y subestimamos;
nosotros preferimos desaprovechar la oportunidad de moldear la creación.
Preferimos vendernos al primer placer orgánico que pase
o permanecer adormecidos y cobardes ante la desesperación.

Somos la vergüenza de la Tierra;
hasta los lagartos, los mosquitos, los salmones, son más sabios que nosotros.
La raza humana no ha hallado aún su cargo y para nada quiere encontrarlo;
somos una chaqueta arrugada en el horizonte.

Somos más pusilánimes que un papel de aluminio aplastado,
somos la ironía más terca si verdaderamente tiene sentido vivir,
somos algo tan soso como insignificante;

nosotros preferimos ver la vida como espectadores a desafiar a los dioses,
nosotros preferimos aminorar a perseverar...

aunque eso suponga convertirnos en un objeto insípido y feo,
aunque eso suponga auto-inducirnos el coma.

Nosotros suicidamos nuestras auroras.
Nosotros pisamos todo aquello que vuele.
Nosotros tan sólo subsistimos tímidamente
por un laberinto de empleos, tareas y cintas de vídeo;

y, algunas veces, (sobretodo cuando disponemos de tiempo libre)
nos prestamos a ser solidarios, a comer el martes la comida de los lunes o a dar la mano al enemigo.

Compramos un habitáculo, conseguimos el primer empleo y, a partir de ahí,
orquestamos una rutina maravillosa para odiarla dos o tres quinquenios más tarde.

Constituimos un horario, formamos una familia,
adoptamos poco a poco una posición semejante a la del vencido,
reducimos nuestra actividad a pronosticar partidos de fútbol esperando una buena quiniela
y aparcamos, en un rincón tan negro como el ojo de un cuervo, nuestras metas.

Dejamos que la corriente se lleve a ella misma,
tejemos una telaraña de apatías felices tan elástica como idiota,
aplaudimos aquellos actores que el mass media dice que debemos aplaudir

y sabemos que nada de ésto es buena idea
si queremos hacer prosperar nuestro cometido más íntimo...

pero nos da igual.

¿Qué el senado censura hasta tu sonrisa más cobista? Qué más da.
¿Qué haces aerobic detrás del rentista de Hamelín? Qué más da.
¿Qué escribes poesía mejor que Bécquer o Lorca? Qué más da.

Preferimos apalancarnos en el paso de los días para flotar en un estanque completamente aplacado;
nuestra naturaleza está incapacitada para ser algo válido si hablamos de organización o de igualdad
y lo sabemos y lo oímos y lo notamos. Entonces (después de este fracaso monumental)
decidimos matarnos entre nosotros por un buen puesto, más que nada para poder tributar.

Las ciudades transcurren como enjambres de abejas sin más reina que la anomalía
y todos, repito -todos-, queremos salvarnos cómo podamos de esa catástrofe;
aquí es cuando el compañerismo queda a un lado
y cuando empieza la pugna asesina por el altar de las aspiraciones.

Sabemos que los fuertes progresan y que los débiles desvanecen
física y metafísicamente.

Debemos anteponer nuestra Presencia si queremos sobrevivir.
Debemos condenarnos a la transparencia si queremos perdurar.

Debemos entrar en acción y extendernos por el tiempo
si queremos habitar uno de los pocos sitios libres de este planeta coalescente.

Esta colosal y alocada hostilidad que nos envuelve,
delimita dos bandos de personas que combaten a muerte por una vida digna;

hay quiénes luchan por un renglón de sol en sus tragedias
y hay quiénes aguardan el milagro que circula en manos de la medicina,
la ciencia, las humanidades o cualquiera que pueda ayudar.

Hay quiénes avanzan debido a su esfuerzo y a su sacrificio
y hay quiénes restan estáticos comprando día tras día boletos de rasca y gana
al salir de trabajar 12 horas en el infierno industrial.

En medio de este paroxismo topológico
cosechamos, al fin, un orden en el ecosistema; injusto pero metódico:
hay quiénes triunfan y hay quiénes se lavan con cemento marca blanca,
hay quiénes cenan emparedados de gloria y hay quiénes cenan pan seco con insultos.

Es formidablemente fácil quedarse atrás encarcelado en la fragilidad
y exageradamente difícil tirar para delante hacia una utopía terrenal;
aunque la historia ha visto a un brasileño favelero convertirse en un famoso futbolista
y al hijo del presidente acabar abrasado por los grados de unos cuantos White Label's.

Por eso es indispensable no cesar nunca de insistir
en sincronizar nuestros objetivos con el paso del tiempo;
ser tozudos en calibrar aquella estancia en la vida que siempre hubiésemos deseado.

Moldear la aprensión del azar
y articular un movimiento hercúleo de fuerza
idéntico a lo que tu ímpetu y tu deseo quieran llegar a ser
-médico, artista, borracho...- ¿Qué más da? Todo vale cuando se está a gusto.

Dependiendo de tu incandescencia
o serás o anhelarás o te evaporarás;
tu presente es tu futuro.

Aquellos que soportan los temporales más homicidas...
sobreviven, crecen, tienen hijos aún más robustos y desean vivir.

Aquellos que viven continuamente esperando que todo cambie...
sobreviven unos años, crecen como pueden, tienen hijos deformes y ya nacieron muertos.

La selección natural actúa en los bastos reinos de sueños
como lo hace en las cigüeñas que emigran o se aclimatan, en la sociedad de consumo,
en el amigo que paulatinamente deja el círculo o en el sentimiento que cada vez sopla más lejos;

y llega un momento en que tienes ya 57 años,
estás sentado en la mesa de un restaurante chino leyendo el periódico
una mañana cualquiera

y te das cuenta, junto a tu galletita de la suerte,
que si tus propósitos hubiesen sido más fuertes
habrían sobrevivido al proceso

y tú habrías
perpetuado tu especie
y desarrollado tu espacio.

Quintí Casals

viernes, 13 de diciembre de 2013

Ir hacia la luz

Cuando una persona agoniza su último aliento,
cuando se desprende de su vida para ser carne inerte,
cuando su ataúd se tapia y todos se levantan a dar el pésame...

el público olvida todo cuánto sabe
acerca de ese hombre
y abarca todo cuánto siente
acerca de ese hombre.

Entonces se convierte en un objeto de culto, en un pozo de proezas;
algo que, de seguro, al muerto le hubiera encantado oír.

Supongo que los organismos de los allí presentes decaen débiles;
hecho que conlleva que, por fin, las cosas buenas que ese hombre hizo
puedan infectar la parca sensibilidad de aluminio que suele poseer la gente.

Sólo en el réquiem visitamos otras almas.
En Barcelona dicen que hace frío,
en Lleida se quejan que allí más;
en el Pirineo ríen a carcajada limpia;

estamos acostumbrados a pensar que tan sólo llueve en nuestro renglón.
Venga, todos juntos... ¡Somos unos putos egoístas; unos malditos mimados y consentidos egoístas!

Sin embargo, cuando alguien muere;
los corazones de los lastimados se encogen
y ese pobre pedazo de materia consumida
pasa a ser Bueno, Santo, Inocente...

aunque haya jugado al póquer con el mal
o que se haya resbalado adentro de un fosa peluda, fragosa y cruel.

El universo se despliega tan sólo cuando el sujeto perece,
cuando su hálito estéril está ya completamente aplastado;
después de tantos percances, las estrellas le rinden, por fin, la existencia viva;
esta típica y abyecta crisis es común en el hombre de a pie.

Cuando alguien muere;
los familiares, los amigos, los testigos
dejan atrás la razón, se ponen de acuerdo y aprueban, al fin, aprueban
(bailando, llorando, comiendo en el susodicho funeral)

que el difunto en cuestión
sea apto para vivir
y no para morir.

Quintí Casals

jueves, 12 de diciembre de 2013

La ESO

Esas tardes con el culo sudado sobre el pupitre
en que Irina traía un buen escote y Anna unos shorts ajustados,
las clases de matemáticas avanzaban con varios incidentes por minuto
como mi vida futura; pero ésto yo entonces no lo sabía.

Había los típicos matones, había los típicos empollones,
había las típicas pasiones, había la típica esperanza;
joder, aquello parecía una película de Hollywood.

Los profesores, soberbios, desbordaban cualquier argumento fúnebre
de la boca de un rebelde y como quién no quiere la cosa; cada vez había más rebeldes.

Yo, poseía unas alas de paloma aventajada
que revivían tibiamente el trance y, a veces, incluso discurseaban bien;
pero ésto para nada gustaba a esos cerebros de piña.

Aquella época estuvo bien: no era consciente que mi vida
se derramaba por un tobogán hacia la muerte
o que la televisión escupía unos anuncios tan estúpidos.
Las rosas eran rosas; me daba igual su putrefacción.

Los setiembres soplaban
y pronto junio ya se había solapado.

Todo era inmensamente rápido.
Todo era inmensamente inmenso.

Más tarde, conocí otro tipo de tardes
dónde el Demonio estrujaba mi caja torácica
y mi alma se escurría gota a gota
sobre una tumba de olores fuertes.

Mis vértebras ardían en un fuego
de tinieblas lívidas, de sorpresas rancias,
que me transportaban a diciembres extraños

serpenteando por hospitales desnutridos
o hacia otro medio de vida mucho más clandestino.

Sudar el culo en el pupitre... qué recuerdos tan bonitos.

Qué fugacidad tan tierna me envolvía
cuando las feromonas ofuscaban el avance del camino.

Quintí Casals

Asesinos a sueldo

Es una hecatombe verdaderamente triste
ver cómo muchas familias amasan su pena al aire libre
o ver cómo sus orejas se ponen extremadamente rojitas
al pasar más de tres horas pidiendo limosna en la calle.

Una vacada de mujeres gordas, junto a sus abrigos de bisonte,
ningunean y acreditan el porqué de esas orejas rosa fosforito;
articulan emblemas como "algo habrán hecho para estar así"
o "si esta gente no existiera, todo iría mucho mejor".

El génesis que se le aproxima a la raza humana
                     por la calle de al lado
es una locura ciertamente homicida.

La cámara de gas sólo fue el preludio;
hoy en día, los ciudadanos de este mundo cabrón
nos codeamos con dandys recatados, con hobbies de alto standing,
en la sala de espera de un paraíso artificial con aforo limitado.

Afuera una epidemia indirecta
de hipotecas suicidas, carteras vaporizadas y anemias salvajes
cotiza el mercado y come de las vísceras flacas del pobre.

El mundo es una acuarela preciosa
pintada con la sangre de los desgraciados.

Los bienaventurados asesinamos lo insignificante, lo descuartizamos
y lo dejamos de lado, pero... ¡Ni se te ocurra decirlo!

Miles de personas mueren cada día de asfixia
por los precios ajustados, pero.... ¡Ni se te ocurra decirlo!

Quintí Casals

La mandarina

En medio del germen del miedo primigenio,
del gris de los rascacielos, del misterio de la sangre...

en medio de las moscas que despellejan la mierda,
del sexo ultrasulfúrico, del unicornio que nunca nació...

existe la mandarina;
el sabor robusto de la mandarina, el color robusto de la mandarina,
el tejido robusto de la mandarina, el lenguaje robusto de la mandarina.

Existe un resplandor que abrasa el humo sucio.
Existe la vivacidad, la fuerza, la lágrima satisfecha ante la avería anímica.

La fortuna es un bien hermosamente anticipado
que, por mala suerte, desconocemos
por remontarnos precipitadamente a la verdad conocida.

Últimamente paso las tardes oscilando entre la UVI y la UCI,
nervioso fumando en salas mugrientas o cavilando sobre si estuvo bien avanzar hacia la revolución industrial;
esta situación me sobrepasa, pero prefiero pensar que a veces la lotería toca al jugador más involuntario.

Hoy por hoy los peces me superan, los folios en blanco me superan,
las rocas fatalmente inmóviles me superan;
pero existe la mandarina.

Existen las margaritas que crecen en los prados, los hombres de barbas sabias,
la areola derecha de Eva, las mañanas cálidas al sol.

Existen los caballitos de mar que anidan algas verdes, los abrazos a las nubes,
la complicidad de un libro, el mordisco incauto al chocolate.

Existen las carantoñas inmortales de una madre, las muecas de los niños,
la caricia del agua al rostro adormecido, el arco-iris que pinta el cielo de color.

Existen momentos en que la materia
quiere ser buena, educada, acogedora
para contrarrestar así el malvado rastro de la realidad.

Sentado en un bar aspiro unos sorbos de prosperidad
y pienso en cómo las circuncisiones del júbilo
buscan desesperadas un encanto nuevo
en este espacio de aire sobre-explotado.

En el cráneo de la humanidad yacen tres docenas de corazones violados,
los oxidados sueños de un chiquillo keniata y la degradación prolífica de la civilización;
pero existe la mandarina, pero existe la mandarina, pero existe la mandarina.

Es cierto que existen, también; las cucarachas, las jaulas, los orgasmos sintéticos
y es cierto, también, que, por lo general; gobiernan el mundo
el hombre típico, la brisa asfixiante, el vértigo del riesgo.

Es cierto que la suerte no siempre te sonríe,
que hoy estoy en la UVI y que no sé el porqué de mi rumbo en la Tierra;

pero lo cierto y más cierto a todo esto...
es que la vida (por encima de su cadáver)
                                                                          es milagrosamente bella.

Quintí Casals

martes, 10 de diciembre de 2013

Apocalipsis de bolsillo

Paso los inviernos en la calle observando las variadas conductas de la naturaleza,
en coches dónde la música techno eclipsa cualquier palabra sabia
o en bares dónde, junto a unas cervezas, dos amigos y dos traga-perras, nos dejamos la vida.

Pienso si la física cuántica resolverá al fin el misterio de la muerte...
¿Quién sabe? ¿Quién sabe? ¿Quién sabe?

Paso los veranos en las plazas observando las variadas conductas de la sociedad,
en bibliotecas dónde la poesía muere entre dunas inmensas de polvo
o en terrazas dónde, junto a unas cervezas, dos amigos y dos pitillos aliñados, nos dejamos la vida.

Pienso si alguna criatura es consciente de veras de ser consciente...
¿Quién sabe? ¿Quién sabe? ¿Quién sabe?

Las primaveras y los otoños
pasan también. Yo paso la aspiradora por el salón
y sin querer me llevo gran parte de mi existencia.

Pienso si merece la pena arriesgarse a vivir...
¿Quién sabe? ¿Quién sabe? ¿Quién sabe?

A veces me gustaría llevar una gorra de los Yankees,
ver blanco dónde hay blanco o no sufrir tanto el peso del aire
al inspirarlo.

A veces me gustaría aprender a existir;
buscar un cielo despejado, dejar de mirar al suelo pastoso:

apreciar las fresas del matorral, las mujeres bonitas del pub, los procesos químicos del clima;
apreciar como los hombres hemos llegado a los motores de explosión, a la educación pública, a vender la comida empaquetada...

pero lo analizo veintitrés veces y media
y tan sólo encuentro cuatro poemas críticos, varios vertederos metropolitanos
y algunas texturas o sabores agradables.

No encuentro motivos para adorar aquello que no sea estupendamente excelente
¿Para qué iba a perder el tiempo? ¿Para qué iba a suicidarme prematuramente?

Tarde o temprano todo se acaba, te hiere o no sabes ni para qué coño sirve.
Todo es transitorio, el amor es caduco, el mito una farsa...
y es un infierno saberlo;

es sumamente detestable a la vez que cómodo
llegar a ser un cobarde incapaz de amar.

Suelo añorar dejarme llevar,
suelo añorar el bienestar emocional,
suelo añorar el silencio húmedo del alma...

La verdad es que me hubiera gustado
llevar una vida fácil
-ya saben-

Tener una polla como la de un caballo,
leer cuentos de hadas con moraleja final,
preocuparme tan sólo por el mañana etéreo,
tener empleo, equipo de música y un rebaño de deseos.

Ir a la opera de vez en cuando,
estudiar el periódico deportivo letra por letra,
atiborrarme de patatas fritas mientras me enamoro,
hacer unos abdominales después para compensar.

La verdad es que me hubiera gustado
llevar una vida fácil...

pero no,

yo tuve
que justificar
toda realidad ajena;

pero no,

yo tuve
que nacer
poeta de mierda.

Quintí Casals

Enfermedad de nacimiento

Cuando la vagina se contrae ante la visita del pene,
cuando un hilo de semen conoce a un óvulo fértil,
cuando el embrión emprende la búsqueda al ser o no ser...

medra un clavel
en el alma.

Cuando la vagina se dilata ante la visita del bebé indiscreto,
cuando el niño va a la escuela a formarse como un individuo social,
cuando el viejo recuerda su vida como funcionario público...

agoniza un clavel
en el alma.

Ha nevado muchas veces,
ha amanecido muchas otras.

El sol se ha helado muchas veces,
la luna se ha quemado muchas otras.

La carne del niño nace tierna
pero endurece con el tiempo.

¿Qué le vamos a hacer?

Conforme pasan las estaciones

el hombre que nace
se arrastra por la vida
hasta morir fatalmente

en las abruptas cumbres del odio.

Deja atrás el placer de salir a jugar los domingos de sol
y se encierra en su organismo hermético
para negarse la vida.

Desprecia el latir de los otros corazones, reniega de los jóvenes
y cuando emprende un acto simpático diluye un intento de sonrisa en su cara.

Empieza a beber, a peinarse con gomina, a criticar recatadamente
y a pensar más en lo que dice la gente que en lo que ésta piensa.

Sus extremidades se transfiguran a figuras de paja,
aleja hábilmente su rastro de la utopía y mea, si puede, cada día en las flores del edén.

Se aburre de buscar la felicidad, se aburre del paso sus días sinónimos,
entela su cometido más íntimo y, entonces, decide odiar todo.

Odia al vecino de enfrente, odia la nueva ley del matrimonio homosexual,
odia las espinacas, los higos, el bacon
y todo aquello que tenga sombra.

Odia las mujeres, odia a los hombres, odia a los "sin-papeles" que venden cerveza,
odia las tiendas de lencería, odia las librerías de la calle mayor
y odia, por supuesto, "su" casa.

Odia el existencialismo, odia visitar ciertas páginas de Internet, odia los trofeos
y odia en exceso los perros "¿Pero cómo pueden dejarles cagar en la vía pública?"

Odia a su amigo por tener una novia "que no se merece",
odia las piedras "por nunca decir nada"
y odia los alientos armónicos "por decir demasiado".

Odia el amor, odia el odio, odia los sin-techo, odia los famosos,
odia "su" trabajo sea cuál sea, odia "su" esposa sea cuál sea, odia "su" vida sea cuál sea.

El hombre que nace
odia todo, todo, todo... aquello que pueda ser odiado

hasta
un día (al fin)
odiarse a sí mismo
por haber pasado
toda una vida
muriendo

en las abruptas cumbres del odio.

Quintí Casals

viernes, 6 de diciembre de 2013

El muchachito

Tengo un muchachito dentro de mi corazón
que cuando la niebla tensa espesa los momentos
sale a jugar y a reír y a amar incondicionalmente.

A veces llora, a veces respira con la rigidez de un torrente,
a veces frunce el ceño por encima de su pena,
a veces vive literalmente.

Tengo un muchachito dentro de mi corazón
que remolca un sol en los labios, que juega a los Playmobil,
que no soporta las alcachofas y que prefiere la fe antes que a los ojos.

Canta por los pasillos del alma, dibuja dragones en la historia,
da achuchones a los sin-techo, discrepa las costumbres enquistadas.

Avinagra las rodajas de tomate en las ensaladas, no percibe malas hierbas en el jardín,
saborea los cuadros barrocos del Prado o simplemente se enamora de cualquiera.

Acaricia las hormigas, considera bello al gentío de vez en cuando,
se apasiona con la curva del boomerang y guarda en su bolsillo unas pocas sonrisas transitorias.

Para él un libro es una sorpresa deliciosa, la visita del abuelo es una sorpresa deliciosa,
dar de comer al cisne es una sorpresa deliciosa, conocer una palabra nueva es una sorpresa deliciosa.

A veces erra por los tanatorios, a veces se embarra en la nada,
a veces se ahoga en el ron del Mercadona,
a veces come kilos y kilos de ansiedad coagulada.

Tengo un muchachito dentro de mi corazón
que no entiende porqué el pegamento deja las yemas de los dedos pringosas,
que no entiende porqué está encarnado en un nombre propio,
que no entiende porqué el rojo es rojo.

Le apasionan el aspecto de las pasas, las cotorras de las copas de los árboles,
poder caminar sobre las baldosas de dos en dos.

Se escurre de los extraños como un ciervo asustado, pinta bodegones sencillos,
juega con los perros tardes enteras o baila canciones ligeras cuando hay boda.

Monta a las montañas rusas quinientas veces, come helado en verano,
despierta cuando el despertador se ha acostado y adora el temblor de la ciudad.

Le encanta la familia Addams, le encanta soplar un diente de león,
le encanta el porvenir de las orugas, le encanta la textura que la vida enmarca.

A veces se empapa de una lluvia de fuego, a veces piensa demasiado,
a veces es incapaz de limpiarse el culo con flores,
a veces tiene los pies al suelo clavados.

Tengo un muchachito dentro de mi corazón
que cuando la niebla tensa espesa los momentos
sale a jugar y a reír y a amar incondicionalmente;

pero a veces -quisiera decir muchas veces-
al mundo no le parece del todo bien su labor

y el muchachito -quisiera decir el pobre muchachito-
muere ante el acecho implacable de la pendiente.

Quintí Casals

martes, 3 de diciembre de 2013

Todo aquello que hubieses podido soñar

Ten un empleo fijo. Ten un seguro dental. Ten un jardín con naranjeros.
Ten por lo menos dos o tres hijos. Ten un proyecto consolidado. Ten una buena carrera universitaria.

Ten un televisor de plasma gigante, ten un buen orejero dónde verlo y ten, también, siempre la nevera llena.

Ten dinero suficiente para poder permitirte un asilo.
Ten una bici estática para poder mantener la forma. Ten una hipoteca sutil para poder respirar en condiciones.

Ten muñecas bonitas para tu hija, ten sueños imposibles para tu erosión y ten, también, principios de cartera para tu jefe.

Ten una rutina fértil y ten de regalo una cama confortable y un hastío omnipresente.
Ten un perfil en Facebook. Ten una cuenta en YouPorn. Ten una Visa Oro.

Ten un teléfono móvil, ten una mujer guapa y ten, también, una canción de auto-ayuda.

Ten cuatro o seis excusas. Ten una filosofía absurda. Ten una patria y paga tus impuestos.
Ten un nombre serio. Ten un apodo guay. Ten tu funeral bien pagado.

Definitivamente, ten tu vida hecha.
Definitivamente, ten tu vida hueca.
Definitivamente, ten tu vida muerta.

Quintí Casals

Supervivencia

Porque perdí la fe en la gente,
porque tomo speed de vez en cuando,
porque soy equívoco en el sistema social... tengo miedo.

Porque estoy en plena crisis existencial,
porque las palomas ya no vuelan como antes,
porque Barcelona ruge ariscamente sin parar... ando cada vez más rápido.

Busco un nirvana, una paz, un lugar mejor.

Huyo del cinismo disuelto,
del aspaviento publicista, de la multitud babieca...
pero no diviso refugio alguno.

Me deslizo por arenas movedizas
de Dunkin' Donuts, KFC's, Media Markt's...
pero no diviso refugio alguno.

Me bombardean las pupilas los anuncios de los paneles publicitarios,
los flyers de puticlubs baratos, la cartelera con la última película de Ben Affleck...
pero no diviso refugio alguno.

El atractivo de sus logotipos coloridos y geométricos
me enreda, me muerde, me agarra violentamente del brazo
repetidas veces

hasta que, al fin,
logro colarme por la boca del metro.

Bajo las escaleras mecánicas de salto en salto,
me cuelo por el acceso y no parece que allí vaya a encontrar ningún paraíso.

Los megáfonos del techo recitan poesía comercial,
los vagabundos se lanzan a la fama y los cubos de basura suelen comer bien allí.

Definitivamente, no es el paraíso.
Definitivamente, continuo teniendo miedo.

"Compre el nuevo Mercedes Clase A",
"Felaciones por 20 euros na'más"...
retumban unas amenas voces asincrónicas.

"Pon tus sueños a jugar",
"Ten una aventura. Revive la pasión"
retumban unos nuevos y estudiados eslogans radiofónicos.

Cientos de teléfonos móviles plañen desesperados
y yo no consigo soportarlos.

El aire pesa demasiado
y yo no consigo soportarlo.

Jadeo, jadeo, jadeo...

El metro llega, entro, me miran varios ojos curiosos.
Me siento, acomodo mi trasero, no me encuentro bien.

Unos tortolitos miran como dos o tres gotas de sudor lloran en mi frente
y hablan en voz baja y hablan en voz baja y hablan en voz baja.

Wall Street sigue derrumbándose a tientas
y Stalin cada vez viste más las camisetas de los jóvenes;
pero yo, en cambio, yo; sigo sentado allí a solas con la angustia.

Oigo unas conversaciones cóncavas (demasiado cóncavas) llevadas a cabo por unas universitarias tetonas
y se podría decir que mis miradas hacia ellas valdrían como intento de asesinato.

No acostumbro a ser violento, intolerante o narcisista;
pero hoy el mundo se me está quedando demasiado corto
y la línea del metro se me está haciendo demasiado larga.

Quintí Casals

viernes, 29 de noviembre de 2013

El abismo

El abismo, el abismo, el abismo... ay, ¡el abismo!

¿Por qué en el amor nos las damos todos de niños buenos?
¿Por qué en los parlamentos se elige a un líder ecuánime?
si existe el abismo.

¿Por qué existe un lenguaje protocolario en las mesas bien paradas?
¿Por qué siguen brotando organizaciones no gubernamentales de la nada?
si existe el abismo.

El abismo está en mí, el abismo está en ti.
El abismo escuece la moral, el abismo escuece el placer.

¿Tanto cuesta aceptarlo?

El abismo ronda las escuelas, el abismo ronda los hospitales.
El abismo reside en las croquetas, el abismo reside en la ciencia.

¿Tanto cuesta aceptarlo?

El abismo es el pan de cada día; nuestro capricho más innato.
El abismo ha trascendido por todas las épocas sin despeinarse.

¿Tanto costaba aceptarlo? ¿Tanto costaba no aspirar a lo inviable?
¿Tanto costaba admitir que no estábamos capacitados para el esplendor?

Sin embargo, nosotros (en un intento de tozudería)
intentamos organizar una comunidad unida y Perfecta

y obtuvimos unas pocas metrópolis de diseño,
dos terceras partes del mundo pobres
y una sociedad mutilada.

¡Pero si el imperialismo expiró! ¡Pero si hemos evolucionado! ¡Pero si yo soy libre!
Se quejan ahora sin razón las sociedades modernas.

Hoy por hoy, todos somos seres bondadosos, iguales y honrados
hasta que el día en que un problema egocéntrico nos hace cambiar de opinión.

Entonces o cerramos los ojos o nos lamentamos la psique o rogamos ayuda al estado,
pero nunca tachamos como culpable nuestro abismo:
somos unos cobardes verdaderamente entrañables.

¿Por qué hay corrupción? ¿Por qué hay reyes? ¿Por qué hay Bancos Santander?
Grita una multitud enfurecida mientras se educa con
porno, comedias y más porno.

¿Por qué vivo? ¿Por qué concurro? ¿Por qué resueno?
Grita la fregona, grita la octogenaria, grita un showman melancólico en Las Vegas
mientras se escapa un breve aliento de paz por la rendija de sus labios.

¿Por qué mueren niños? ¿Por qué mueren perros? ¿Por qué murió Jesucristo?
Gritan el analista sueco y el político americano mientras programan
otro cataclismo para revestir cualquier país divergente.

Todos somos justos: nuestras ficciones emocionales y nuestras películas racionales.
Todos somos sumamente honestos. Todos somos sumamente excelentes.
Después, está el abismo. Después, estamos nosotros de veras.

La farsa que nos cubre
tan sólo reside en la disputa entre el abismo y la serenidad
y en cómo se corrompen la una a la otra en forma de cruceta.

Todos nos engañamos con sofismos, con coartadas, con cegueras temporales.
Todos nos engañamos con sonrisas, con frases cortesanas, con cenas cordiales;
pero todos, repito: todos, bailamos en el abismo.

Ciertas noches ésto se certifica.
Ciertas noches la vida es tan sólo una sucesión de cosas viscosas.

Ciertas noches nadie es lo suficientemente bueno para cambiar el mundo
y nadie es lo suficientemente malo para acabar con él;
por lo tanto, restamos calmados.

Por lo tanto acicalamos bien nuestro culo en el sofá atigrado
y esperamos la desgracia que se atisba bajo el abismo

con un puro en la mano y con una risita ligeramente entrecortada.

Quintí Casals

jueves, 28 de noviembre de 2013

Esperanza estática

Serán las amapolas del conocimiento
las que me hacen sonreír toscamente sobre el resto
o las que me privan de sonreír sinceramente sobre nadie.

Será que frecuento siempre la misma ruta de vuelta a casa o
será que durante ésta frecuento hacer eses y disfrutar de un aliento especiado.

Será que los taxistas corrompen las leyes de tráfico,
que vendemos nuestra fruta al país que más paga o que la gente roba involuntariamente.

Será que me he dado cuenta (Oh, sí; me he dado cuenta) de todas las sandeces del globo terráqueo.
Será que me cierro (Oh, sí; me cierro) ¿De veras la gente sorda necesita mi opinión?

Será que disfruto las mismas amistades, las mismas memeces, los mismos comportamientos ebrios;
las mismas conversaciones nuevas, los mismos disparates nuevos, las mismas aventuras nuevas.

Será que me aburre aprender a conducir,
que me aburre la televisión, que me aburren los métodos de educación sumisa.

Serán las amapolas del conocimiento
las que me conllevan a proclamarme libre y a la vez odiar mi libertad.

Serán las amapolas del conocimiento
las que me conllevan a proclamarme racional y a la vez odiar mi razón.

¿Serán las amapolas del conocimiento? ¿Serán las semillas del libertinaje?
¡Qué sé yo! ¡Qué coño voy a saber yo!

Llego a casa, abro la puerta, enciendo la luz; una noche más comparezco igual:
ojos hinchados, cara destruida, mente bombardeada (eso dice mi espejo).

Serán las amapolas del conocimiento, serán las amapolas del conocimiento...
le contesto justificándome ante su mirada inapelable.

Será que me pregunto demasiado por el sentido de la vida,
que el mundo me abruma, que el espejo no dice la verdad.

Mi cara reflejada se ríe de mi discurso. Mi cara reflejada desconfía.
Nadie cree en mí, nadie cree en mí: ni tan sólo mi reflejo.
Soy una anomalía en la existencia.

¿Cómo la gente puede creer en ella misma? ¿Cómo la gente puede creer en la creación?

Es increíble cómo los hombres son capaces de morir por Dios
y cómo las peripecias de la noche
hacen darle cuenta a uno

que si Éste de veras existe,
es un farsante.

Quintí Casals

martes, 26 de noviembre de 2013

Carta de disculpa a la sociedad moderna

Lo siento,

me excluyo de esta burbuja impermeable e inmóvil
dónde subsisten con la amargura unos siete mil millones de corazones anestesiados
y dónde todo parecen ser mariposas de papel maché y nubes rosas de atrezzo.

Tengo 19 años, pretendo no poseer nada en común con nadie común
y me manifiesto ciudadano de ninguna parte.

Rechazo las noticias manoseadas de los periódicos, la fama embarrada del estrellato
y las desastrosas jergas que crecen en las bocas de los jóvenes.

Abrazo a los mineros ubérrimos por arriesgar su vida,
a los románticos sensibleros por ser tan ilusos
y a los Papa Noeles de barbas falsas por trabajar en Navidad.

No penetro las absorciones cerebrales de los shares televisivos,
intento no vender mi alma a una marca registrada y para nada juego al Tarot.

Considero el abre-fácil una apología a la imbecilidad,
internet un péndulo hipnótico de grandes dimensiones
y las máquinas nuestra utópica perfección.

Mi polla viste chándal, mi palabra viste presumida y no me sofoco si me multan;
yo soy de esos que estresa su rutina bohemia cuando el mundo estresa su rutina laboral.

Escupo en los amores de silicona,
en la solidaridad de etiqueta, en la publicidad altruista...
¿Creen de veras que con semejantes falacias podrán estafarme?

Discrepo las discusiones de corto alcance
y discrepo, también, las discusiones de largo alcance;
llevo el pluralismo por bandera y me proclamo intransigente con la gente intransigente.

Desprecio a los kies, a los hipsters, a los intelectuales,
a los idiotas, a la gente razonable, a la gente imprudente...
incluso soy consciente que todo personajillo puede siempre enseñarte algo.

Declaro el mundo en deuda conmigo, declaro el diablo invocado en Dios
y declaro las hadas madrinas suertes distantes.

Reseño que los finales felices no existen, que los príncipes azules desertaron tiempo atrás
y que los reyes magos tan sólo peregrinan cuando uno es niño;
soy el típico cabrón que te jode una película.

Bebo demasiado, escribo ciertamente bien
y tiendo a vomitar en las costumbres del holocausto capitalista.

Lloro por Kenia, degollaría Arabia;
aborrezco todo embrión voluptuoso o mísero fecundado por el mercado.

La verdad es que no aguanto un minuto más deambulando por las neuronas del sistema.
La verdad es que no aguanto un minuto más deambulando entre gentíos o doctrinas.

La verdad es que lloro, lloro y lloro... demasiado.
Lloro por el progreso y, asimismo, por su desenlace robótico.

Siento una densa y líquida lástima por la manera en que
el homo sapiens ha empezado a desarrollar un cerebro mecánico

y poco a poco las personas han ido convirtiéndose
en huevos rotos, en globos pinchados, en carne móvil.

La verdad es que me es insoportable
deslizarme por estos bancos de gente ante su muerte humana;
siento una pena de quinientas millas y una filantropía quebrada.

Ya no quedan corazones de arterias sanas.
Ya no quedan si quiera micras de ilusión benéfica.

Se agotaron las existencias de frascos de pureza
y yo sigo desarmado ante el peligro...

La masa se ordena en líneas desiguales, violentas e infinitas
y yo sigo desarmado ante el peligro...

Lo siento, me exculpo,
me declaro fuera de esta espesa sociedad.

Lo siento, me exculpo,
me declaro hundido en esta espesa suciedad.

Quintí Casals

lunes, 25 de noviembre de 2013

Poema sin nombre oportuno

Estabas tú, marginada en una silla puritana,
abarrotando, nerviosa, mis oídos con baladas tristes,
con promesas abortadas, con labios antónimos.

Tomabas café, el camarero molestaba sin querer
y tú no paraste de hablar sobre un incidente
en el que tu boca se arrojaba a un hombre neutro,

cuando yo, de pronto, recordé vivir en un enjambre peliagudo;
cuando yo, de pronto, recordé que nada bueno dura para siempre
o tan siquiera para nunca o tan siquiera para un momento.

Mis células se fusionaron paulatinamente con el aire del ambiente,
con las voces de las mesas, con mis neuronas, con mis extremidades...
hasta sentir, finalmente, el peso de mi cuerpo sobre mi silla también puritana.

Sentí agobios firmes. Sentí cierto optimismo agraviado.
Sentí, de nuevo, el peso de la ciudad sobre mis ojeras dilatadas.

Escuché tus palabras (de veras tuve el placer de escucharlas)
y en ellas encontré los restos de lo anómalo

una vez más.

Quintí Casals

viernes, 22 de noviembre de 2013

La palabra

Dos palabras antónimas son la boda por todo lo alto
de un príncipe y una princesa -polos opuestos se atraen-
en el eminente altar de un diccionario.

Son el halcón milenario que surca
entre los vendavales

del azar y el destino,
del amor y el odio,
de lo Perfecto y lo imperfecto.

La incoherencia entre el universo y la persona.
La incoherencia entre la vida y la piedra.
La incoherencia objetiva del sujeto.

La palabra -sea cuál sea-
vive de su amado antónimo;
come de su mano, respira de su mano, camina de su mano.

Sin él, ella no es.
Sin él, ambas no son.

Su existencia es un absurdo maravilloso:
la palabra embarca el buque cerebral hacia el conocimiento
y el antónimo lo hunde en el iceberg relativista.

Su continuo desacuerdo es un un disparate verbal entre preguntas desorientadas.
Un oasis de conocimiento. El prepucio de un diamante.

Una interjección comunicativa incapaz de definir aquello distante a nuestros ojos.
Una ilusión, un abatimiento. Una afirmación, una negativa.

Una palabra, un antónimo.

Ambos representan un horizonte infinito
custodiado por un cielo y un mar.

Completos en su azul:
divididos por la lejanía ambigua,
unidos en diferentes dimensiones.

Una palabra, un antónimo;
tan sólo son sempiternos reflejos

que te engañan
que te engañan
que te engañan

y te defraudan
al no saber cuál es el verdadero
al no saber el porqué de su simbiosis
al no saber el paradero de su estacada.

Quintí Casals

Pasa-tiempo

Qué llena parece esa gente que se empaqueta
en una felicidad revolcada entre inmundicia

apuntándose a bailes de salón,
celebrando cenas con desconocidos de todo a 100
o besando a mujeres de cartón-piedra.

Qué llena, qué llena, qué llena... parece.

Mísera muchedumbre,
viven estrangulados por una tragicomedia estúpida
de momentos despilfarrados y sonrisas amañadas.

Señoras que pagan por un vestido un precio del que carecen,
personas importantes que charlan por el móvil hasta en la ducha,
la pizza acartonada que mutilan dos adolescentes en su cocina...

qué pérdida de tiempo, qué placer tan triturado.

¿Cómo se puede desaprovechar de esta forma el alma?
¿Cómo se puede arrojar así la oportunidad de vivir al container?

La verdad es que esta clase de gente son un desierto de rosas marchitas,
la esperanza ciega del iluso, la trascendencia de la piedra,
un tiempo mal cubierto.

Son un egoísmo crónico y estéril:
no ven más allá de su asequible y transparente felicidad.

No paran el reloj. No paran la Tierra.
Sólo caminan hacia su final ocupando su vida con ladrillos huecos.

No ayudan en los problemas ajenos, no saben de la explotación china,
no leen un libro de tapa polvorienta, no se esfuerzan en nada;
tan sólo se dignan a ser "felices".

Articulan su vida en pasatiempos;
pasan el tiempo, para nada lo viven.

Una veintena de modernos concentran sus culos en un Starbucks,
las chicas se maquillan fuerte, los chicos trabajan sus músculos
pero nadie se para a pensar ni a disfrutar de la lluvia.

Qué merecida la ignorancia sosegada
de esta pobre gente

y

qué holgadamente patético
su incoloro paso por la vida.

Quintí Casals

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Luna llena

Despierto entre sábanas trasnochadas
con las pestañas plagadas de resaca reseca
y con toneladas de neuronas menos.

La luz aprisiona mis ojos en una mazmorra olvidada,
me pesan las extremidades y las ideas...
¡Callaos malditos recuerdos!

Recuerdo salir a implorar el sábado ayer.
Recuerdo una movida sideral bajo música electrónica.

Luces de neón, paranoia convergente,
Paul Kalkbrenner vomitado por un subwoofer gigante,
damas vulgares, vasos emborrachados.

¿Pero qué coño...?

Charlas sin sentido, bailoteos gemidos,
drogas fáciles de tomar,
cánticos, cánticos y más cánticos.

¿Pero qué coño pasó anoche?

Coches y lavabos empachados de sus magos y de sus polvos mágicos.
Docenas de cigarros consumidos por metro cuadrado.
Una discoteca sacando de las casillas a los aburridos.

¡Joder! Por una vez en la vida
todos los allí presentes parecíamos contentos.

Aquello era una proliferación hacia ninguna parte:
un olvido de problemas, rencores y divergencias.
Por una noche todos escapamos del mundo.

Estalló, por fin, esa válvula de escape averiada.
Por una noche nos dio igual todo:
huimos de nosotros mismos.

Sigo entre sábanas trasnochadas,
con las pestañas plagadas de resaca reseca
y con toneladas de neuronas menos

pero valió la pena.

Menuda locura lo de ayer...

¿Bailando en medio de la Florida sin pantalones?
¿Ronaldinho invocado en mi sonrisa?
¿Quién coño era yo la última noche?

Quintí Casals

jueves, 14 de noviembre de 2013

Cosas de la vida

Desgranar segundo a segundo el tiempo
es un arte, indebidamente, minucioso.

Desatascar las horas
con acciones rebosantes de plenitud
o con pasatiempos perfectamente delimitados...

¡Qué suerte la mía! ¡Qué suerte la tuya!

Poder hacer la compra: llenar producto por producto la nevera.
Poder acariciar el frío cálido de los prados mojados.
Poder intercambiar el aire de mis pulmones.

Acabar cansado después de un partido de squash,
esnifar cocaína colombiana, estropear un microondas nuevo,
agarrar la carne tierna de un bebé.

Comer una pera a mordiscos,
comer un mundo a viajes,
comer una mujer a besos.

Ganar buenos trofeos, ganar buenos amigos.

Adoptar un bulldog francés; esculpir su obediencia, jugar con él,
verlo crecer, verlo morir.

Ayudar a la gente de veras;
construir un peldaño serio en la evolución.

Compartir el espacio de la cama, compartir el espacio de tu corazón,
compartir el espacio de tus tareas, compartir el espacio de tu vida.

Cumplir quehaceres, cumplir placeres.

¡Qué suerte la mía! ¡Qué suerte la tuya!

La vida es un ambarino resplandor de provechos y desventuras;
ésta posee un ramo infinito de musculosos terremotos y una zarza llena de ilusiones.

Tal vez las cosas te vayan bien, pero puede que pronto
veas un rostro morado y lánguido en tu hijita,
tu despido en una carta amable o una guerra sanguinaria en pleno apogeo.

Puede que la pobreza te desnude,
que aparezcas en el lugar indebido o que llores por África
(la vida puede llegar a ser sumamente puta)

No caigas en el abismo de la esperanza.
No caigas en el abismo del desespero.

Después de la tormenta siempre viene la calma -dicen-
pero después de la calma tarde o temprano
vuelve a llegar otra tormenta.

La cuestión es aprender
a bailar bajo la lluvia.

Pensar: perder un poco el tiempo para en un futuro no perder el tiempo.
Tirar para delante en una corriente negativa.
Intentar avanzar.

Aceptar el denominador común de la naturaleza del mundo
-su poco sentido, su caos, su bellaquería-
y aprovechar la tempestad para plantar el mejor de tus pasos.

En la tierra brota y muere el tiempo
y, con él, el arte de aprovecharlo.

Quintí Casals

martes, 12 de noviembre de 2013

Jaurías

Los nazis vuelven, los comunistas vuelven;
cada día crecen más pintadas de su desentendido en mi barrio.
Dicen que buscan una respuesta al desastre capitalista.

¿No se dieron cuenta que no funcionó su método?
Cayó el imperio, cayó el muro
¡y todos sumamente cínicos!

Envolvimos nuestras extremidades con una cinta plagada de marcas comerciales
y decidimos ser momias que siguen el camino marcado.

Pobre gente...
luchan por algo;
unos por un mundo más sinvergüenza, otros por un mundo más justo...

¿No se dieron cuenta que el humano no es así?
Ni es superior ni es igual: es inferior.
Unos más, unos menos...
pero inferior a la ética.

No existe el hombre político:
somos fieras canibales vestidas de sedosa política
que se devoran las unas a las otras por un poco de cal dorada.

El hombre es hombre;
no tiene nada de político.

El sistema es inhumano, sí;
porque el humano es inhumano, también.

Aceptémoslo.

Quintí Casals

lunes, 11 de noviembre de 2013

El ángel caído

Humo blanco de lunes-noche:
soy un robellón en un zapato,
soy un caminante visible en la oscuridad.

Es la 1 am;
un hombre negro fuma, a escondidas ciegas, un cigarro,
un autobús recoge sus pasajeros para ninguna parte.
La espina es de la espina, la desgracia es de la desgracia, la noche es de la noche.

Una corbata abstemia y un traje gris tosco y un hombrecito de piel pálida
tragan un panini de prosciutto con la desgana más exquisita jamás escenificada.

El mundo sigue firme; girando y girando
como una centrípeta tozuda
y no para y no para y no para
y está loco y está loco y está loco.

Quintí no puede ser de esta carne ruda;
Quintí no puede haber caído aquí por accidente.

Tal vez fuera un ángel en otros tiempos;
visitara a Jesucristo para hacer unos dardos,
sintiera que las almas son espesas,
hiciera chillar al cielo Bondad.

Tal vez anduve por las ráfagas de viento,
escupí sobre las calvas relucientes de los malos,
amé eternamente.

Tal vez lo hice, pero tal vez también hice algo mal;
lo tenía Todo y ahora tan sólo guardo los secretos a la inmundicia.

Desde luego Dios debió mosquearse mucho, mucho, mucho
conmigo

para atreverse a enviar a un pobre diablo
al infierno que es la Tierra.

Quintí Casals

domingo, 10 de noviembre de 2013

La columna vertebral

Veo todas esas masas aberrantes
sostenidas por una columna vertebral
cómo tienen el valor de auto-denominarse personas
y, créanme, que no las asesino por mera misericordia.

De hecho, la gente tiende a valorar
a las personas tan sólo cuando mueren;
puede que así les hiciera un favor exculpado,
puede que entonces pudieran ser bautizadas como personas.

Nina Simone canta en lo alto del stereo:
Ain't got no home, ain't got no shoes
Ain't got no money, ain't got no class
Ain't got no skirts, ain't got no sweaters
Ain't got no faith, ain't got no beard
Ain't got no mind...

Ojalá yo tuviera esa suerte, ojalá...
no obstante, ni la tengo ni la tendré nunca; yo soy de esos que se enlata en su cama pensando
en lo fácil que hubiera sido ser un hombre de felicidad al alcance.

¡Maldición! Me tocó vivir en un nido de cocodrilos agresivos y, encima,
me tocó darme cuenta de ello.

Aún así, no creo que yo odie a las personas;
intenté amarlas repetidas veces, simplemente no pude. Estoy decepcionado, enfadado...
Soy un filántropo frustrado ¿A quién no le cabrearía éso?

Cada luna plateada deambulo por miles de parajes podridos
por la avaricia humana; 

detesto el logotipo de Coca Cola,
detesto las palabras sanas de las personas correctas
y detesto, también, el orden estudiado de los supermercados.

En estos bosques sin sombra sólo las piedras poseen ciertas auroras
castas. ¡Dejen de venerar esos bípedos, esas barbas, esas inteligencias! 
Siento ser tan violento, pero de veras que no escogí esta rabia incorregible.

He parido mucho desprecio al hombre.
Lo he maldecido como el amante más pueril dónde los haya.
He aborrecido cada uno de sus sistemas de relación o expansión,

pero parece que cambie mi percepción hacia él
cuando estás tú, acurrucada en una sonrisa virgen, al borde de la cama...

mirando, con una inspección líquida, cómo subo la bragueta de mi pantalón
y cómo discuto con las mangas insurgentes de mi camisa.

Entonces, creo un poco en las personas
o en aquellas masas aberrantes levantadas sobre una columna vertebral
que tienen el valor, el valor escarpado, de auto-denominarse personas.

Quintí Casals

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Franky goes to Hollywood

Franky era un tipo peculiar;
un calidoscopio precioso comprado por 100 ptas.,
una especie de super-hombre nietzcheano,
un bombardeo de cálidos colores

en un folio en blanco.

Sábados, domingos, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes.
1001 conversaciones diplomáticas, descabelladas, bruscas.
Unas veces filosofía griega, otras la banalidad del césped.
Dominábamos toda temática, toda ciencia, toda literatura.

Sólo nos hacia falta el aire del alcohol o el líquido de la marihuana;
nuestras cabezas se atiborraban de tendencia suicida...
y ¡Listos, la soberbia nos hacía creíbles!

Nuestra oración era una misa de blasfemias.
Nuestro deber un cubata en la mano.
Nuestro objetivo, tu oreja de rata.

Éramos la sorpresa ebria en la multitud durmiente;
la palabra sabia en la boca equivocada.
¿Quién iba a creerse a un borracho?
¿Quién iba a pararse a escuchar?

Era fácil encontrarnos (dónde fuera, cuándo fuera)
compartiendo vicios, placeres, ruinas en vinagre;
esculpiendo nuestros genitales en la noche;
insultando "bacanos" en Ricardo Vinyes.

Éramos el pájaro típico de las metáforas.
Batíamos las alas por dónde queríamos.
Volábamos cuánto deseábamos...

pero Franky, Franky, ¡Oh Franky!
eso sí era ser libre.

Franky era de los que presta un cuchillo al maníaco,
habla con el soez lenguaje del dinero
o aloca siempre a todo el personal.
Su casa de derruye. Él la destruye.

Era normal, pues, que todos le siguieran.
Apóstoles montaban al cielo con Franky;
el ascensor subía -1,2,3,4,5,6,7,8,9,10,11, clonc-
y aterrizabas en medio de un ático rebosante de libertad.

Jesucristo había resucitado
pero le faltaba una cajetilla de tabaco.
"¿Genís, puedes ir a buscar al bar de enfrente?"
                                                       y Genís iba.

De alguna forma científicamente imposible
Franky se había transformado
en un mesías de alto standing
aunque su religión fuera atea.

Quizá fuera porque aún siendo problemático como el levante,
siempre guardaba una sonrisa, una frase hecha, un detalle...
a los adultos, a los kies, a las estrellas Michelín.
Franky aún no te habías dado cuenta
y ya te había metido en su bolsillo.

No es que se esforzara para ello,
supongo que tenía gancho, que sabía moverse...

porque él, para nada era un tipo formal:
escupía sobre los zapatos de los invitados,
bebía siempre más de lo que las copas contenían,
era una sombra psicodélica más perturbando las calles,

pero imagino que sabía cómo justificarlo.
"Sabes, tenía que hacerlo, tío",
"Sabes, te jodes: soy yo"...
y sí, te jodías: era él.

Franky nunca dijo ser hijo de Dios,
sin embargo; sí de la suerte.

La verdad es que sí que era afortunado...
-vaginas de caramelo, billetes lilas, Waikiki de bombón-
Su vida era una película digna de no ser narrada ¿Sabéis?

Vivía en un documental de esos que censuran en la MTV,
en una bolsa de la compra llena, en una religión completa;
sobrevivía, como podía, liado dentro de un buen peta.

Franky era un sibarita, un campeón, un mentor de la mala vida.
Aún así, conservaba, el señor, una pizca de casta sabiduría;
aquello que los sanos, cuerdos, eruditos no tienen:
aventuras que contar a la gente aburrida.

Puede que Franky llegara lejos, puede, vomitando serpentinas,
quizá triunfara aunque fuera carne de bohemia...

Franky went to Hollywood
pero se quedó en Las Vegas.

Quintí Casals

Depresión pre-vacacional

Visto lo visto;
me tocó nacer en una época
en la que todo fue ya inventado (descubierto)

No todo, pero, la verdad, andamos cerca.

No sé si hubiera sido mejor
estudiar una ingeniería o convertirme en un famoso businessman.

Ahora tendría mis ideas perfectamente emperifolladas en búsqueda
de un camino físico. Querría conquistar un mercado. Querría urbanizar una parcela verde.
Sin embargo, esta gente tampoco va a ningún sitio: no deshicieron el nudo gordiano de la existencia.

No sé si hubiera sido mejor
caminar por la Firenze del Renacimiento,
tallar un sílex en la Edad de piedra,
crear el cinematógrafo...

¡Quedaba tanto, tanto, por descubrir!

Tener fe en el Dios de la Edad Media,
ser anarquista en los '80,
creer en algo.

Oigo máquinas -pip, pip, pip-
malditos chirridos del soñoliento confort
¡Hubiera sido precioso esforzarse!
Al mundo se le paralizó un lado, y mucho.

Hoy atisbamos la cresta puntiaguda de lo posible:
apretamos un botón y nos limpian la cara y los genitales.
Desenmascaramos el poder de la naturaleza,
fuimos científicamente voraces
y terminamos por aburrirnos.

Lo que nos llevó a enfadarnos
mucho, mucho, mucho,
por semejante logro;

porque al fin,

tuvimos tiempo de plantearnos el fin de todo ésto,
tuvimos tiempo de plantearnos porqué llegar hasta aquí,
tuvimos tiempo de plantearnos la vida en la salsa de su sentido.

Quintí Casals

martes, 5 de noviembre de 2013

Traducción e interpretación (Conversaciones con Mika)

Ves Mika, a veces uno se sorprende;
hoy hace un día espléndido.

Da gusto pasear sobre las inestables baldosas.

El sol riega color amarillo en el lienzo de tu pelo blanco,
un hombre de bigote feliz da de comer a las palomas.

Los maletines de los trabajadores se manifiestan dispuestos a trabajar duro
mientras una nube de mosquitos viaja de cabeza en cabeza de las gentes de la plaza.
Un borracho encontró, al fin, trabajo.

Parece que las flores crezcan, inversamente, para afincarse en el magma.
Parece que el planeta haya decidido maquillarse por fin.
Parece que un horizonte atractivo se proclame presidente.

Sin embargo, es otro día igual;
igual de grosero, igual de grotesco, igual de repugnante,
igual de igual.

Pero estás tú jugando con el baile de las hojas al son del viento;
estás tú a mi lado y tú, amiga mía, tienes la cualidad de traducir

aquello perpetuamente obsceno
en algo pasajeramente precioso.

Quintí Casals

domingo, 3 de noviembre de 2013

Huidas varias

Hay un oxímoron tendido
cubriendo toda la corteza terrestre;
habla de gentes / habla de suertes / habla de ocupaciones.

Cuenta, desconcertado, que
la gente a quiénes las cosas les van mal
bebe, se enamora, toma anfetaminas, hace footing...

y que
la gente a quiénes las cosas les van bien
bebe, se enamora, toma anfetaminas, hace footing...

Una esperanza incapaz nutre nuestra lisiada desdicha.
Al fin y al cabo; nadie sabe quién hay en frente al mirar al espejo.
Todos tenemos ganas de visitar realidades alternas, fugadas de ellas mismas.

No sabemos muy bien dónde vamos
ni por dónde vagamos.

Las personas, en nuestra intimidad más sagrada,
buscamos el levantamiento de un mundo nuevo,
un mundo mejor (aunque éste nos erosione)
y lo hacemos en forma de minúsculos éxodos.

Todos estamos obsesionados
en proclamar lo bonita que es la vida
a la vez que todos intentamos escapar continuamente

de ella.

Quintí Casals

viernes, 1 de noviembre de 2013

Disolución de un hombre sólido

Toni roncaba en el sofá
sobre el paréntesis de su vida.

Todos nosotros: mi abuela,
mis tíos, mis padres,
atendíamos su grito desbocado.

El arraigo sanguíneo lo requiere.
(Es infinitamente idiota lo que uno puede llegar a hacer
por ser de apellidos relativos)

Contemplábamos ese poema;
esa fuga del alma en cada ronquido.

Los adornos de Halloween que su esposa hizo
colgaban del techo. Parecía que flotaran.
Toni no se fijó en ellos. ¿Por qué debería haberlo hecho?

Él era una substancia fofa levantada sobre dos patas y medio cerebro.
Comía, cagaba, meaba y dormía; la droga se llevó las labores y los hobbies.

¿Qué fue de aquel muchacho que recorría las autopistas en una Harley?
¿Qué fue de aquel muchacho que cocinaba caracoles o calçots aquellos días tan simpáticos?
¿Qué fue de aquel muchacho que guardaba en una caja de madera su timidez?

Toni nunca fue un ejemplo pero tenia su particular gracia.
Ahora alguien había sorbido con una pajita toda su esencia.

Todo quedaba reducido a ese bistec de 120 kg
roncando en el sofá un tal noche sangrienta.

Todo quedaba reducido a un trozo de carne
sobre un espacio-tiempo.

Todo quedaba reducido a
una mirada perdida y sórdida.

Antes que nos pudiéramos dar cuenta
Toni no estaba. Toni se había desvanecido.
Su esquela era el presente cada vez que respiraba.

No quedaba nada de él;
tan sólo un cuerpo deteriorado y una cara revuelta.

Toni se fue
por la puerta de atrás

y seguramente cada uno de los espectadores
de esa mugrienta y corrisiva escena
lloró en silencio
esa noche.

Quintí Casals

El otro mundo

La inocencia que impera
en el corazón de los niños

o las sandeces sinceras que desprenden
o la sonrisa de su mirada volátil

me hace pensar
que las manchas de semen de mi pijama
o los boquetes que crecen en mis nudillos

quizá sean tan sólo espejismos.

Quizá exista una guarida para los que sabemos demasiado.
Quizá haya un oasis sin preguntas, tranquilo;
sin duda, lo hubo.

Tuve 4 años
y me encantaba como ladraban los chihuahuas,
como impactaba la miel en el yogur o como las hormigas maniobraban
el trigo con sus patitas patéticas.

Me revolcaba en los juegos ilógicos,
saludaba a las abejas de las flores, el Segre me parecía bonito.
Jamás pensé en las guerras de Iraq o en la masacre mercantilista.

Mi proceder no era como el de ahora;
entonces no me parecía a una esponja insonora olvidada en una bañera.

Las cosas nuevas eran sorpresas espectaculares.
Las cosas rutinarias eran locuras fascinantes.

El Rover 600 de mi padre, la callejuela dónde vivíamos, mi perro Webster...
era la mayor llanura de libertad que podía llegar a conocer.

Todo era precioso; el Universo parecía conspirar a favor mío.
El mundo era un dibujo pintado a mi antojo.
Mi vida era mi alegre soliloquio.

Conocí de veras la felicidad;
las trufas que mi abuela me daba,
el placer de no pensar en nada más que simplezas,
la vida anárquica,

pero tal día crecí
y todo fue diferente.

Quintí Casals

jueves, 31 de octubre de 2013

El provocador

Orgiástico esplendor hacia los vicios
segrega alguien en mí.

No habrá mas insomnios,
más calumnias o más contrastes;

me crucifico en el altar.

¿De veras puedo?

Los circos me parecen insípidos,
las ilusiones me gangrenan sin cesar,
el orden de mis muebles o mis tareas me da igual;

este mundo de precoz aspiración me aburre.

Necesito viajar por las constelaciones,
disipar mi carácter más curioso.

La sociedad me parece un estupor gris.
Un comandante estúpido a la vez que despiadado.
La lengua de una mosca.

La época contemporánea no está hecha para mí,
la prehistoria tampoco, el s.XXIII tampoco;
yo no debía haber sido fecundado.

La vida me parece un manto de neblina.
Una hiedra en una pared infinita.
El asmático placer de respirar.

Ni los niños ni los laureles ni las mujeres
ni la música me harían querer reaparecer.

Tardes de sábados, osciles entre venenos,
vaciles a la pendiente

me llenan.

Soledades distantes, elipses a mi propio yo,
burlas espléndidas a lo odioso

me llenan.

Sí, lo sé;
soy un provocador en un mundo provocativo.

Quintí Casals

martes, 29 de octubre de 2013

Espejos de todo a 100, apuestas de todo al 16, fotos de todo a tomar por culo

Esas tardes dónde el sol resbalaba en nuestros ojos,
parecía que la libertad se sublevara
bajo nuestros pies alados.

No me parecía irritante el
"Buenos días, gracias por confiar en Repsol"
que me lanzaban las bocas de esos cajeros adiestrados

ni cobarde la sensación
de estar pisando el suelo de un sueño tangible

ni ridícula la idea de poseer un
horizonte común con alguien.

Mi sistema nervioso andaba sorprendentemente bien,
mis besos daban homenajes sagrados a tus senos
y tu lumbre apaciguaba mi locura desviada.

Vivía en una zanja de plasma;
estaba de acuerdo con lo que me ofrecía la vida.

Éramos felices, de eso se trataba.

Pedíamos metáforas para beber en los bares,
merodeábamos horas por los cuadros de Dalí,
fumábamos en la cama.

Nos mofábamos de los turistas japoneses,
tomábamos cervezas en plazas o en cuchitriles,
nos escapábamos muy lejos.

Esas tardes en las que nos sentábamos entre melocotoneros,
cuando yo hablaba con palabras obsoletas
y tú atendías minuciosamente cada desfachatez pronunciada,

el mundo parecía hecho a medida
para ser gobernado por nosotros.

Quién pudiera volver a esos días de aire...
las gaviotas volaban como siempre,
pero las idolatraba.

Quién pudiera ser amparado en un recuerdo
hecho presente...

Quién pudiera
volver a ser...

La lluvia frena en el paraguas,
una bolsa de plástico llena de dolor lacerante vuela,
abdica mi ilusión más juvenil.

No soporto recordar los buenos tiempos;
nuestras fotos son un agónico cementerio de alegrías.

Quintí Casals

Flores estranguladas en el desierto

Una esfera cuadrada de agonía
arrasa el tejido muscular de mi corazón
y a la vez también cada micra de mi templanza.

Vivo en el campanario de mi infancia.
Vivo en la circunvalación estridente de mis sentimientos.

Leo poemas a mi perrita. Escucho a los demonios lugareños de mis células.
Me agoto por los débiles ¿Puede alguien ser más bueno?

He vendido a veces mis dotes benévolos a algún
ego intrínseco

pero jamás fui malo por naturaleza.

Quizá debería haberlo sido;
haber escogido bien.

Mi transición por estos caminos desdichados
hubiera sido más fácil. Ya saben, el mundo es malvado.

La gente diseñada con una sensibilidad y una ética de serie
son los peones más dóciles para ser manejados por la maleza.
Viven aclimatados al desprecio y a la explotación de su Benignidad.

En cambio, los malos ganan la partida al mundo;

los políticos mean a carcajada limpia encima de los vasallos,
los empresarios comen canapés hechos de niños senegaleses,
los banqueros especulan con vidas invisibles

y no sólo les va bien, sino que poseen la cúspide del triunfo.

El mundo no es sólo imperfecto,
es inclemente por su poca empatía.

¿Merezco de veras ser sensible?
¿Merece de veras la Tierra poseer gente Buena?

En estos mares de soledad, desesperanza y vileza;
los Buenos no son bien recibidos,
los Buenos son provechosos,
los Buenos son los tontos.

Quintí Casals

lunes, 28 de octubre de 2013

La armada de las cabras

La armada de las cabras
no se fija mucho en los almendros primaverales
ni en las polvorientas estanterías de lo común.

No es que mis amigos o yo seamos malos chicos;
simplemente tenemos otras metas.

¿Matrículas de honor?
¿Jefes plurales?
¿Jugadores de golf?

No, gracias, no nos interesa.

Nosotros somos la clase de gente
a la que giras la mirada
porque consideras que no poseen mirada.

Nos escondemos en el implacable rechazo.
Paseamos por las avenidas de las nubes.
Moramos en la boca de la sombra.

Nos verás caminando entre parajes oxidados,
hablando con personas supuestamente impersonales
o tumbados en el sofá de un garaje habilitado como hogar (dulce hogar).

Nos verás sin conocer los parámetros de las leyes de la gravedad,
hambrientos de ceguera o felizmente cerrando con candado nuestro futuro.

¿Quién sabe que será de estos gorriones de plata?

Nosotros somos hombres libres
-de esos que sólo se encuentran en las tiendas-
nos tumbamos en las carreteras, escupimos a las mujeres baratas
y es mejor que no nos invites a tu casa.

No somos bien recibidos en discotecas, bares, pubs, universidades,
hoteles, establecimientos públicos, establecimientos privados,
calles.

Somos la clase de personas obligadas a oír siempre
en los supermercados "Pobres chicos ¡Dios les salve!"
o obligadas a demostrar a la gente que de veras somos personas.

Somos veloces. Somos dóciles. Somos débiles.
Solemos tener el iris eclipsado por la pupila.
Solemos estar sin estar.

Sabemos que la muerte es un seguro de vida
y que la vida es un seguro de muerte
y que los días pueden llegar a ser plomo que vuela.

De hecho, creemos saberlo todo;
somos alérgicos a los consejos.

Conocemos la felicidad alterada, la amistad alterada,
la vida alterada...

somos soldados de polvo
que se deshacen poco a poco

como la mayoría de humanos sulfúricos
que habitan esta tierra

pero a nosotros nos miran mal;
somos políticamente incorrectos.

La armada de las cabras no va a ningún sitio, sólo sueña.
La armada de las cabras no va a ningún sitio, sólo vuela.
La armada de las cabras no sabe que país conquistar

y eso molesta.

Quintí Casals