Lo siento,
me excluyo de esta burbuja impermeable e inmóvil
dónde subsisten con la amargura unos siete mil millones de corazones anestesiados
y dónde todo parecen ser mariposas de papel maché y nubes rosas de atrezzo.
Tengo 19 años, pretendo no poseer nada en común con nadie común
y me manifiesto ciudadano de ninguna parte.
Rechazo las noticias manoseadas de los periódicos, la fama embarrada del estrellato
y las desastrosas jergas que crecen en las bocas de los jóvenes.
Abrazo a los mineros ubérrimos por arriesgar su vida,
a los románticos sensibleros por ser tan ilusos
y a los Papa Noeles de barbas falsas por trabajar en Navidad.
No penetro las absorciones cerebrales de los shares televisivos,
intento no vender mi alma a una marca registrada y para nada juego al Tarot.
Considero el abre-fácil una apología a la imbecilidad,
internet un péndulo hipnótico de grandes dimensiones
y las máquinas nuestra utópica perfección.
Mi polla viste chándal, mi palabra viste presumida y no me sofoco si me multan;
yo soy de esos que estresa su rutina bohemia cuando el mundo estresa su rutina laboral.
Escupo en los amores de silicona,
en la solidaridad de etiqueta, en la publicidad altruista...
¿Creen de veras que con semejantes falacias podrán estafarme?
Discrepo las discusiones de corto alcance
y discrepo, también, las discusiones de largo alcance;
llevo el pluralismo por bandera y me proclamo intransigente con la gente intransigente.
Desprecio a los kies, a los hipsters, a los intelectuales,
a los idiotas, a la gente razonable, a la gente imprudente...
incluso soy consciente que todo personajillo puede siempre enseñarte algo.
Declaro el mundo en deuda conmigo, declaro el diablo invocado en Dios
y declaro las hadas madrinas suertes distantes.
Reseño que los finales felices no existen, que los príncipes azules desertaron tiempo atrás
y que los reyes magos tan sólo peregrinan cuando uno es niño;
soy el típico cabrón que te jode una película.
Bebo demasiado, escribo ciertamente bien
y tiendo a vomitar en las costumbres del holocausto capitalista.
Lloro por Kenia, degollaría Arabia;
aborrezco todo embrión voluptuoso o mísero fecundado por el mercado.
La verdad es que no aguanto un minuto más deambulando por las neuronas del sistema.
La verdad es que no aguanto un minuto más deambulando entre gentíos o doctrinas.
La verdad es que lloro, lloro y lloro... demasiado.
Lloro por el progreso y, asimismo, por su desenlace robótico.
Siento una densa y líquida lástima por la manera en que
el homo sapiens ha empezado a desarrollar un cerebro mecánico
y poco a poco las personas han ido convirtiéndose
en huevos rotos, en globos pinchados, en carne móvil.
La verdad es que me es insoportable
deslizarme por estos bancos de gente ante su muerte humana;
siento una pena de quinientas millas y una filantropía quebrada.
Ya no quedan corazones de arterias sanas.
Ya no quedan si quiera micras de ilusión benéfica.
Se agotaron las existencias de frascos de pureza
y yo sigo desarmado ante el peligro...
La masa se ordena en líneas desiguales, violentas e infinitas
y yo sigo desarmado ante el peligro...
Lo siento, me exculpo,
me declaro fuera de esta espesa sociedad.
Lo siento, me exculpo,
me declaro hundido en esta espesa suciedad.
Quintí Casals
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