jueves, 12 de diciembre de 2013

Asesinos a sueldo

Es una hecatombe verdaderamente triste
ver cómo muchas familias amasan su pena al aire libre
o ver cómo sus orejas se ponen extremadamente rojitas
al pasar más de tres horas pidiendo limosna en la calle.

Una vacada de mujeres gordas, junto a sus abrigos de bisonte,
ningunean y acreditan el porqué de esas orejas rosa fosforito;
articulan emblemas como "algo habrán hecho para estar así"
o "si esta gente no existiera, todo iría mucho mejor".

El génesis que se le aproxima a la raza humana
                     por la calle de al lado
es una locura ciertamente homicida.

La cámara de gas sólo fue el preludio;
hoy en día, los ciudadanos de este mundo cabrón
nos codeamos con dandys recatados, con hobbies de alto standing,
en la sala de espera de un paraíso artificial con aforo limitado.

Afuera una epidemia indirecta
de hipotecas suicidas, carteras vaporizadas y anemias salvajes
cotiza el mercado y come de las vísceras flacas del pobre.

El mundo es una acuarela preciosa
pintada con la sangre de los desgraciados.

Los bienaventurados asesinamos lo insignificante, lo descuartizamos
y lo dejamos de lado, pero... ¡Ni se te ocurra decirlo!

Miles de personas mueren cada día de asfixia
por los precios ajustados, pero.... ¡Ni se te ocurra decirlo!

Quintí Casals

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