miércoles, 6 de noviembre de 2013

Franky goes to Hollywood

Franky era un tipo peculiar;
un calidoscopio precioso comprado por 100 ptas.,
una especie de super-hombre nietzcheano,
un bombardeo de cálidos colores

en un folio en blanco.

Sábados, domingos, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes.
1001 conversaciones diplomáticas, descabelladas, bruscas.
Unas veces filosofía griega, otras la banalidad del césped.
Dominábamos toda temática, toda ciencia, toda literatura.

Sólo nos hacia falta el aire del alcohol o el líquido de la marihuana;
nuestras cabezas se atiborraban de tendencia suicida...
y ¡Listos, la soberbia nos hacía creíbles!

Nuestra oración era una misa de blasfemias.
Nuestro deber un cubata en la mano.
Nuestro objetivo, tu oreja de rata.

Éramos la sorpresa ebria en la multitud durmiente;
la palabra sabia en la boca equivocada.
¿Quién iba a creerse a un borracho?
¿Quién iba a pararse a escuchar?

Era fácil encontrarnos (dónde fuera, cuándo fuera)
compartiendo vicios, placeres, ruinas en vinagre;
esculpiendo nuestros genitales en la noche;
insultando "bacanos" en Ricardo Vinyes.

Éramos el pájaro típico de las metáforas.
Batíamos las alas por dónde queríamos.
Volábamos cuánto deseábamos...

pero Franky, Franky, ¡Oh Franky!
eso sí era ser libre.

Franky era de los que presta un cuchillo al maníaco,
habla con el soez lenguaje del dinero
o aloca siempre a todo el personal.
Su casa de derruye. Él la destruye.

Era normal, pues, que todos le siguieran.
Apóstoles montaban al cielo con Franky;
el ascensor subía -1,2,3,4,5,6,7,8,9,10,11, clonc-
y aterrizabas en medio de un ático rebosante de libertad.

Jesucristo había resucitado
pero le faltaba una cajetilla de tabaco.
"¿Genís, puedes ir a buscar al bar de enfrente?"
                                                       y Genís iba.

De alguna forma científicamente imposible
Franky se había transformado
en un mesías de alto standing
aunque su religión fuera atea.

Quizá fuera porque aún siendo problemático como el levante,
siempre guardaba una sonrisa, una frase hecha, un detalle...
a los adultos, a los kies, a las estrellas Michelín.
Franky aún no te habías dado cuenta
y ya te había metido en su bolsillo.

No es que se esforzara para ello,
supongo que tenía gancho, que sabía moverse...

porque él, para nada era un tipo formal:
escupía sobre los zapatos de los invitados,
bebía siempre más de lo que las copas contenían,
era una sombra psicodélica más perturbando las calles,

pero imagino que sabía cómo justificarlo.
"Sabes, tenía que hacerlo, tío",
"Sabes, te jodes: soy yo"...
y sí, te jodías: era él.

Franky nunca dijo ser hijo de Dios,
sin embargo; sí de la suerte.

La verdad es que sí que era afortunado...
-vaginas de caramelo, billetes lilas, Waikiki de bombón-
Su vida era una película digna de no ser narrada ¿Sabéis?

Vivía en un documental de esos que censuran en la MTV,
en una bolsa de la compra llena, en una religión completa;
sobrevivía, como podía, liado dentro de un buen peta.

Franky era un sibarita, un campeón, un mentor de la mala vida.
Aún así, conservaba, el señor, una pizca de casta sabiduría;
aquello que los sanos, cuerdos, eruditos no tienen:
aventuras que contar a la gente aburrida.

Puede que Franky llegara lejos, puede, vomitando serpentinas,
quizá triunfara aunque fuera carne de bohemia...

Franky went to Hollywood
pero se quedó en Las Vegas.

Quintí Casals

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