Viajo en un tren Regional Express
a unos 100 km. hora. De vuelta a casa. De vuelta a eso.
De vuelta a la compresa sucia
de las partículas
que nos conforman.
La ventana rebosa aquella esencia roñosa
que todo metal artificioso suele escupir;
veo el aire fluir rápido, los arados fluir rápido,
los puebluchos fluir rápido; todo vuelve a ser
rápidamente rápido.
Nos besamos mucho, comimos pasta, abollamos células expansivas;
fue un buen viaje: un bálsamo de recuerdos dulzones
lo constata.
Paseamos por un ejército de calles tatuadas -pasos sin rumbo-
nuestra dopamina simpatizó en un juego bioquímico magnífico:
enchufamos nuestras energías positivas el uno al otro,
adormecimos nuestros demonios.
La endorfina impregnó nuestros argumentos con el poder de las señales
-una canción de papel, una lata de Nestea, un rayo de sol-
nos hizo creer en esta estúpida y lógica dialéctica.
Los instantes hablaron por sí solos,
su voz fue agradable,
nos fue bien.
Derretimos los andamios, las multinacionales, las gentes oxidadas;
toda la abundante miseria que Barcelona repliega.
Tuvimos el placer de sonreírnos con los ojos,
de despertar la testosterona a los cisnes,
de resguardarnos de la mundología
en nosotros mismos...
pero ahora estás tú allá
en urgencias;
un contratiempo...
y yo de vuelta a ninguna parte,
como siempre,
contra el tiempo.
Quintí Casals
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