martes, 17 de diciembre de 2013

Selección natural

De la misma manera que en el cuerpo existen la razón, la libertad y la fraternidad
y de la misma manera que se comen las unas a la otras...

la sustancia humana se bautiza
como un facha con momentos comunistas de lucidez.

Las personas caminamos a veces pensando el camino adecuado,
a veces corriendo hacia ninguna parte
y a veces encadenados a los sentimientos, a las empatías o a los relojes de arena;

no sabemos nunca hacia dónde vamos ni hacia dónde queremos ir,
no sabemos nunca si la decisión que tomamos es la correcta,
no sabemos nunca si es diplomático o ilícito enfadarnos tanto con nosotros mismos.

Nuestras lágrimas colman el vaso del alma.
Nuestra fortuna desvanece por un videoclip en llamas
                        de razones, libertades y fraternidades.

Nuestro raciocinio vive en una guerra civil constante;
la antagónica convivencia en un mismo juicio de estos temperamentos incompatibles
machaca violentamente cada una de nuestras acciones diarias;
y éso, se le hace a uno insoportable.

El hombre nace, vive durante toda su adolescencia acongojado por su superego
y después de muchas y muchas batallas con el espejo, en un intento de paz,
deja que el mundo sea mundo.

Nadie goza del albedrío suficiente para escapar de su cabeza antitética o de su monomanía.
Nadie goza tampoco de la astucia suficiente para escapar de la sociedad.

Por eso mismo, los hombres y las mujeres de esta tierra -cansados de aguantar jarrones de agua fría-
anteponemos restar alegremente tumbados en una hamaca hilada de disgustos
a combatir cara a cara frente a la realidad.

Mientras tanto nuestra carne se lacera con el paso de las primaveras superfluas
y poco a poco vamos asustándonos cada vez más
de actuar, de empezar, de crecer.

Cada vez somos más dóciles para el tiempo -también más bobos-
y finalmente acabamos sorbiendo, noche tras noche, una muerte sombría
que liga nuestras nalgas al cojín y paraliza nuestra valentía más audaz.

Hay todo un nido de fantasías que conquistar al que despreciamos y subestimamos;
nosotros preferimos desaprovechar la oportunidad de moldear la creación.
Preferimos vendernos al primer placer orgánico que pase
o permanecer adormecidos y cobardes ante la desesperación.

Somos la vergüenza de la Tierra;
hasta los lagartos, los mosquitos, los salmones, son más sabios que nosotros.
La raza humana no ha hallado aún su cargo y para nada quiere encontrarlo;
somos una chaqueta arrugada en el horizonte.

Somos más pusilánimes que un papel de aluminio aplastado,
somos la ironía más terca si verdaderamente tiene sentido vivir,
somos algo tan soso como insignificante;

nosotros preferimos ver la vida como espectadores a desafiar a los dioses,
nosotros preferimos aminorar a perseverar...

aunque eso suponga convertirnos en un objeto insípido y feo,
aunque eso suponga auto-inducirnos el coma.

Nosotros suicidamos nuestras auroras.
Nosotros pisamos todo aquello que vuele.
Nosotros tan sólo subsistimos tímidamente
por un laberinto de empleos, tareas y cintas de vídeo;

y, algunas veces, (sobretodo cuando disponemos de tiempo libre)
nos prestamos a ser solidarios, a comer el martes la comida de los lunes o a dar la mano al enemigo.

Compramos un habitáculo, conseguimos el primer empleo y, a partir de ahí,
orquestamos una rutina maravillosa para odiarla dos o tres quinquenios más tarde.

Constituimos un horario, formamos una familia,
adoptamos poco a poco una posición semejante a la del vencido,
reducimos nuestra actividad a pronosticar partidos de fútbol esperando una buena quiniela
y aparcamos, en un rincón tan negro como el ojo de un cuervo, nuestras metas.

Dejamos que la corriente se lleve a ella misma,
tejemos una telaraña de apatías felices tan elástica como idiota,
aplaudimos aquellos actores que el mass media dice que debemos aplaudir

y sabemos que nada de ésto es buena idea
si queremos hacer prosperar nuestro cometido más íntimo...

pero nos da igual.

¿Qué el senado censura hasta tu sonrisa más cobista? Qué más da.
¿Qué haces aerobic detrás del rentista de Hamelín? Qué más da.
¿Qué escribes poesía mejor que Bécquer o Lorca? Qué más da.

Preferimos apalancarnos en el paso de los días para flotar en un estanque completamente aplacado;
nuestra naturaleza está incapacitada para ser algo válido si hablamos de organización o de igualdad
y lo sabemos y lo oímos y lo notamos. Entonces (después de este fracaso monumental)
decidimos matarnos entre nosotros por un buen puesto, más que nada para poder tributar.

Las ciudades transcurren como enjambres de abejas sin más reina que la anomalía
y todos, repito -todos-, queremos salvarnos cómo podamos de esa catástrofe;
aquí es cuando el compañerismo queda a un lado
y cuando empieza la pugna asesina por el altar de las aspiraciones.

Sabemos que los fuertes progresan y que los débiles desvanecen
física y metafísicamente.

Debemos anteponer nuestra Presencia si queremos sobrevivir.
Debemos condenarnos a la transparencia si queremos perdurar.

Debemos entrar en acción y extendernos por el tiempo
si queremos habitar uno de los pocos sitios libres de este planeta coalescente.

Esta colosal y alocada hostilidad que nos envuelve,
delimita dos bandos de personas que combaten a muerte por una vida digna;

hay quiénes luchan por un renglón de sol en sus tragedias
y hay quiénes aguardan el milagro que circula en manos de la medicina,
la ciencia, las humanidades o cualquiera que pueda ayudar.

Hay quiénes avanzan debido a su esfuerzo y a su sacrificio
y hay quiénes restan estáticos comprando día tras día boletos de rasca y gana
al salir de trabajar 12 horas en el infierno industrial.

En medio de este paroxismo topológico
cosechamos, al fin, un orden en el ecosistema; injusto pero metódico:
hay quiénes triunfan y hay quiénes se lavan con cemento marca blanca,
hay quiénes cenan emparedados de gloria y hay quiénes cenan pan seco con insultos.

Es formidablemente fácil quedarse atrás encarcelado en la fragilidad
y exageradamente difícil tirar para delante hacia una utopía terrenal;
aunque la historia ha visto a un brasileño favelero convertirse en un famoso futbolista
y al hijo del presidente acabar abrasado por los grados de unos cuantos White Label's.

Por eso es indispensable no cesar nunca de insistir
en sincronizar nuestros objetivos con el paso del tiempo;
ser tozudos en calibrar aquella estancia en la vida que siempre hubiésemos deseado.

Moldear la aprensión del azar
y articular un movimiento hercúleo de fuerza
idéntico a lo que tu ímpetu y tu deseo quieran llegar a ser
-médico, artista, borracho...- ¿Qué más da? Todo vale cuando se está a gusto.

Dependiendo de tu incandescencia
o serás o anhelarás o te evaporarás;
tu presente es tu futuro.

Aquellos que soportan los temporales más homicidas...
sobreviven, crecen, tienen hijos aún más robustos y desean vivir.

Aquellos que viven continuamente esperando que todo cambie...
sobreviven unos años, crecen como pueden, tienen hijos deformes y ya nacieron muertos.

La selección natural actúa en los bastos reinos de sueños
como lo hace en las cigüeñas que emigran o se aclimatan, en la sociedad de consumo,
en el amigo que paulatinamente deja el círculo o en el sentimiento que cada vez sopla más lejos;

y llega un momento en que tienes ya 57 años,
estás sentado en la mesa de un restaurante chino leyendo el periódico
una mañana cualquiera

y te das cuenta, junto a tu galletita de la suerte,
que si tus propósitos hubiesen sido más fuertes
habrían sobrevivido al proceso

y tú habrías
perpetuado tu especie
y desarrollado tu espacio.

Quintí Casals

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