El cambio climático acecha, el recibo de la luz llega,
los altos cargos manipulan la segunda votación;
tan sólo
nos queda
la erección del amor.
Una grúa naranja -tan grande como un coloso mitológico-
coloca continuamente químicas magnéticas de corazón en corazón
instalando, así, la idea de compatibilidad entre carnes mortales;
es, entonces, cuando los cuerpos galácticos conseguimos enamorarnos.
Nos enamoramos
de personas atractivas, deformes, ilustres, memas;
de sus tics, de sus arrugas, de sus pantalones, de sus camisetas;
de sus pesares deshidratados, de sus tatuajes frustrados, de sus lunares aburridos;
de sus ojos azules, marrones, verdes, negros;
de sus suspiros analfabetos, frágiles, podridos;
de sus argumentos revolucionarios, banales, ensanchados;
de sus cadenas, de sus libertades, de sus pedos, de sus muecas habituales;
de sus comportamientos infantiles, formales, desmedidos;
de sus perfumes cítricos, sensuales, pesados;
de sus curvas extendidas, de sus promesas sabrosas;
de sus caricias aprensivas, de sus besuqueos recios;
de sus virtudes, de sus defectos,
de su semejanza, de su diferencia...
nos enamoramos.
Nos enamoramos de aquella luz imprevisible e intrépida
capaz de incendiar este estercolero de rascacielos y polígonos industriales.
Nos enamoramos de aquél grito estomacal
que desinfla nuestra cabeza insomnio por insomnio
y nos avispa, poco a poco, a ser ligeramente mejores: ligeramente libres.
Aún así,
el amor está atrofiado:
el amor no mueve el mundo
-dicen dos niñas acampadas en la indigencia-
Quintí Casals
No hay comentarios:
Publicar un comentario