Esas tardes dónde el sol resbalaba en nuestros ojos,
parecía que la libertad se sublevara
bajo nuestros pies alados.
No me parecía irritante el
"Buenos días, gracias por confiar en Repsol"
que me lanzaban las bocas de esos cajeros adiestrados
ni cobarde la sensación
de estar pisando el suelo de un sueño tangible
ni ridícula la idea de poseer un
horizonte común con alguien.
Mi sistema nervioso andaba sorprendentemente bien,
mis besos daban homenajes sagrados a tus senos
y tu lumbre apaciguaba mi locura desviada.
Vivía en una zanja de plasma;
estaba de acuerdo con lo que me ofrecía la vida.
Éramos felices, de eso se trataba.
Pedíamos metáforas para beber en los bares,
merodeábamos horas por los cuadros de Dalí,
fumábamos en la cama.
Nos mofábamos de los turistas japoneses,
tomábamos cervezas en plazas o en cuchitriles,
nos escapábamos muy lejos.
Esas tardes en las que nos sentábamos entre melocotoneros,
cuando yo hablaba con palabras obsoletas
y tú atendías minuciosamente cada desfachatez pronunciada,
el mundo parecía hecho a medida
para ser gobernado por nosotros.
Quién pudiera volver a esos días de aire...
las gaviotas volaban como siempre,
pero las idolatraba.
Quién pudiera ser amparado en un recuerdo
hecho presente...
Quién pudiera
volver a ser...
La lluvia frena en el paraguas,
una bolsa de plástico llena de dolor lacerante vuela,
abdica mi ilusión más juvenil.
No soporto recordar los buenos tiempos;
nuestras fotos son un agónico cementerio de alegrías.
Quintí Casals
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