martes, 29 de octubre de 2013

Flores estranguladas en el desierto

Una esfera cuadrada de agonía
arrasa el tejido muscular de mi corazón
y a la vez también cada micra de mi templanza.

Vivo en el campanario de mi infancia.
Vivo en la circunvalación estridente de mis sentimientos.

Leo poemas a mi perrita. Escucho a los demonios lugareños de mis células.
Me agoto por los débiles ¿Puede alguien ser más bueno?

He vendido a veces mis dotes benévolos a algún
ego intrínseco

pero jamás fui malo por naturaleza.

Quizá debería haberlo sido;
haber escogido bien.

Mi transición por estos caminos desdichados
hubiera sido más fácil. Ya saben, el mundo es malvado.

La gente diseñada con una sensibilidad y una ética de serie
son los peones más dóciles para ser manejados por la maleza.
Viven aclimatados al desprecio y a la explotación de su Benignidad.

En cambio, los malos ganan la partida al mundo;

los políticos mean a carcajada limpia encima de los vasallos,
los empresarios comen canapés hechos de niños senegaleses,
los banqueros especulan con vidas invisibles

y no sólo les va bien, sino que poseen la cúspide del triunfo.

El mundo no es sólo imperfecto,
es inclemente por su poca empatía.

¿Merezco de veras ser sensible?
¿Merece de veras la Tierra poseer gente Buena?

En estos mares de soledad, desesperanza y vileza;
los Buenos no son bien recibidos,
los Buenos son provechosos,
los Buenos son los tontos.

Quintí Casals

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