El abismo, el abismo, el abismo... ay, ¡el abismo!
¿Por qué en el amor nos las damos todos de niños buenos?
¿Por qué en los parlamentos se elige a un líder ecuánime?
si existe el abismo.
¿Por qué existe un lenguaje protocolario en las mesas bien paradas?
¿Por qué siguen brotando organizaciones no gubernamentales de la nada?
si existe el abismo.
El abismo está en mí, el abismo está en ti.
El abismo escuece la moral, el abismo escuece el placer.
¿Tanto cuesta aceptarlo?
El abismo ronda las escuelas, el abismo ronda los hospitales.
El abismo reside en las croquetas, el abismo reside en la ciencia.
¿Tanto cuesta aceptarlo?
El abismo es el pan de cada día; nuestro capricho más innato.
El abismo ha trascendido por todas las épocas sin despeinarse.
¿Tanto costaba aceptarlo? ¿Tanto costaba no aspirar a lo inviable?
¿Tanto costaba admitir que no estábamos capacitados para el esplendor?
Sin embargo, nosotros (en un intento de tozudería)
intentamos organizar una comunidad unida y Perfecta
y obtuvimos unas pocas metrópolis de diseño,
dos terceras partes del mundo pobres
y una sociedad mutilada.
¡Pero si el imperialismo expiró! ¡Pero si hemos evolucionado! ¡Pero si yo soy libre!
Se quejan ahora sin razón las sociedades modernas.
Hoy por hoy, todos somos seres bondadosos, iguales y honrados
hasta que el día en que un problema egocéntrico nos hace cambiar de opinión.
Entonces o cerramos los ojos o nos lamentamos la psique o rogamos ayuda al estado,
pero nunca tachamos como culpable nuestro abismo:
somos unos cobardes verdaderamente entrañables.
¿Por qué hay corrupción? ¿Por qué hay reyes? ¿Por qué hay Bancos Santander?
Grita una multitud enfurecida mientras se educa con
porno, comedias y más porno.
¿Por qué vivo? ¿Por qué concurro? ¿Por qué resueno?
Grita la fregona, grita la octogenaria, grita un showman melancólico en Las Vegas
mientras se escapa un breve aliento de paz por la rendija de sus labios.
¿Por qué mueren niños? ¿Por qué mueren perros? ¿Por qué murió Jesucristo?
Gritan el analista sueco y el político americano mientras programan
otro cataclismo para revestir cualquier país divergente.
Todos somos justos: nuestras ficciones emocionales y nuestras películas racionales.
Todos somos sumamente honestos. Todos somos sumamente excelentes.
Después, está el abismo. Después, estamos nosotros de veras.
La farsa que nos cubre
tan sólo reside en la disputa entre el abismo y la serenidad
y en cómo se corrompen la una a la otra en forma de cruceta.
Todos nos engañamos con sofismos, con coartadas, con cegueras temporales.
Todos nos engañamos con sonrisas, con frases cortesanas, con cenas cordiales;
pero todos, repito: todos, bailamos en el abismo.
Ciertas noches ésto se certifica.
Ciertas noches la vida es tan sólo una sucesión de cosas viscosas.
Ciertas noches nadie es lo suficientemente bueno para cambiar el mundo
y nadie es lo suficientemente malo para acabar con él;
por lo tanto, restamos calmados.
Por lo tanto acicalamos bien nuestro culo en el sofá atigrado
y esperamos la desgracia que se atisba bajo el abismo
con un puro en la mano y con una risita ligeramente entrecortada.
Quintí Casals
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