El núcleo urbano
es un ronquido de silicona
sazonado con
cafeterías plastificadas,
puertas giratorias
y sentimientos metálicos.
Los mandos a distancia
que lo gobiernan
seleccionan, siempre que pueden, aquél canal más febril;
el alma es un solar en construcción,
el tiempo es el consuelo de la lágrima.
Sólo podemos coger un amuleto cordial
ante la lluvia incesante de orín
que nos acecha: no hay alternativa.
La sociedad, mientras tanto, se atropella a sí misma:
un ladrillo se compra un iPhone nuevo,
un palestino muere a la deriva de Canaán.
Los corazones llevan piercings
y la cirugía plástica nunca operó un cerebro:
un dragado se afinca en nuestra suerte.
A quiénes denunciamos ésto...
nos tachan de
llevar un palillo entre los dientes
y una pistola en la palabra.
Nuestra tesis es un
abrazo
afeitándose con navaja.
No nos escuches.
¿No ves que somos políticamente incorrectos?
¿No ves que nuestra opinión carece de fundamento?
Nosotros tan sólo somos
subversivos,
repelentes,
infames,
tarados;
rompedores
de una civilización rota.
El extrarradio florece entre
descampados desconsolados, galgos moribundos
y periferias humanas...
pero no nos escuches.
Por favor, por el bien de todos:
no nos escuches
y sigue cocinando
que el alcalde tiene hambre.
Quintí Casals
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