martes, 17 de diciembre de 2013

Esquema general

Una furgoneta coreana
canta al desencanto
en una habitación vacía.

Unos zapatos
Dolce & Gabbana
definen tu personalidad.

Es martes,
son las 9 de la mañana
y llego tarde a clase;
no es que sea mi mejor día.

Mi itinerario es el de siempre:
de mi casa a la gasolinera, de la gasolinera al rectorado;

sólo que, hoy, mi rumbo se desestabiliza
                   por los villancicos robóticos
que canturrean los altavoces que anidan las farolas.

Ando fogoso, raya el día y la gente transita muy dinámica;
caminan inútilmente junto a sus smartphones y a sus gorros de lana.
Trazo mi paso por el gentío, un enclenque ruso se cruza conmigo
y me mira raro y me mira raro y me mira raro.

El tráfico de la hora punta no se acalla
y casi ya me han atropellado dos veces.

Mis oídos se estremecen
como la palabra de un niño de 16 años
y mi tesitura se declara insostenible;
definitivamente, quiero ser un melón.

El sol se abre cohibido entre la niebla,
los átomos muestran sus vísceras cromadas
y mis ojos otean, por un poco tiempo, unas escasas vislumbres
de neutralidad;

pero únicamente encuentro cosas postizas
allí.

Las baldosas son cada vez más cuadradas,
los árboles están cada vez más alineados,
la humanidad, que ahora se maquilla, es cada vez más estética.

La violencia se derrama por los bordes de la imagen
y el automatismo de las máquinas
está presente en todos los ámbitos de la vida.

Una infinidad de botellas de plástico surcan los mares,
tres tristes tigres están domesticados
y hay quién tiene dientes de oro.
Todo es corregido por el hombre.

Sin querer este poema se escribe
antes de hacer una encuesta digital
en una clase sustentada por códigos binarios

y

sin querer este poema
no tiene ningún tipo de valor
hoy en día.

Cada vez poseemos
un alma más ahumada.

Cada vez somos más presos
de nuestra condición artificial.

Quintí Casals

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