martes, 1 de octubre de 2013

Un desierto de espejismos baratos

Hay unos cuántos cadáveres pisando el cielo
que me miran raro.

Yo estoy sentado en un banco o en algo a lo
que decidieron llamar banco.

Ellos bucean en el aire. Ellos caminan en el viento.

Ellos ven su futuro calcado en luces de neón,
alfombras rojas y putas de diseño.

Ellos ven a su hijo vestido con una bata de médico,
jugando en el Camp Nou o casados con una celebrity.

Ellos ven su cara en los filmes, las biografías, los libros de historia
que van a comprar sus nietos o los nietos de sus nietos.

Ellos creen que la vida les ha dado vida para trascender.
Ellos creen que su existencia será un fósil en los anales.
Ellos creen que por algún motivo respiran y sienten.

Y piensan "De entre millones sólo yo sé que existo".
Y piensan "Yo estoy aquí para salvar al mundo".
Y piensan "El Todo se ha postrado ante mí".

Pero todo son
falacias, falacias y más falacias de un ego unilateral.

Yo sigo sentado en ese mismo banco o algo a lo
que se le llama banco

y los pájaros siguen cantando sin interesarse por mí
y mientras tanto hay una mosca posada en la luna
y antes hubo un chico que me sorprendió al pedirme una goma de borrar.

El mundo sigue sin pararse a mis pies, yo ya me dí cuenta.
Y si algún día se para, yo seguiré caminando.

Espero que ellos no se lleven una decepción
al ver que todo transcurre,
al ver que son indiferentes a la mirada del azar,
al ver que quizá no triunfen o que no importa si lo hacen.

Aunque yo no soy nadie para juzgarles,
la culpa no es suya; nunca lo fue.

La culpa es de la vida en sí misma.

¿Cómo no se va a ser egocéntrico cuando ésta le regala a uno tan sólo unos ojos?

Quintí Casals

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