El amor es un purgatorio
lleno de luces e interruptores
dónde los románticos y los idiotas
esperan su turno para alumbrar la sala.
A veces un idiota palpa un interruptor
y una bombilla defectuosa e intermitente se enciende
y molesta y molesta y molesta
hasta que por fin llega un electricista
o un romántico que la apaga.
A veces un romántico palpa un interruptor
y se enciende una bombilla nervuda
y brilla y brilla y brilla
en cada rincón de esa habitación hermética.
A veces un idiota la apaga.
O vienen dos. O vienen tres.
O vienen, incluso, las leyes de la física y de la causalidad
y la apagan y la apagan y la apagan
sin que nadie antes se lo hubiera pedido.
A veces el romántico
vuelve a encenderla insistiendo.
A veces los idiotas
se empeñan en apagar
las luces repetidamente.
A veces el romántico es incansable,
insoluble, invencible;
pero a veces, también, hay
demasiados idiotas en la habitación
apagando y apagando y apagando
y el romántico desiste
y ganan los idiotas
y el amor queda a oscuras.
Quintí Casals
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