viernes, 10 de enero de 2014

Supermarket

Entras,
y un segurata cordialmente
te avisa: "intruso, debes guardar
tu mochila en la taquilla, no sea que robes".
Entonces, diriges tu rumbo hacia las taquillas
y guardas la mochila en tu número de la suerte;
                              no vaya a ser que te roben.

Cruzas una línea
delimitada por una puerta automática
                     y, de repente,
pasas a otro mundo distinto.

Unas avenidas con lógica de pasillo,
te invitan a entrar: cada cuál diferente,
cada cuál estudiada y habilitada sistemáticamente
para un mayor rendimiento y rédito en la caja registradora.

Distancia, altura, altas prisas,
temáticas, ubicaciones, espacios...
todo está orquestado para que compres.

Coloritos, lucecitas, musiquita,
simetrías, materiales, precios bajos...
todo está orquestado para que compres.

Publicidad, multiplicidad, higiene;
ven, no temas, entra con nosotros
en este jardín de códigos de barras
dónde Epicuro es reponedor, Arístipo cajero.

Botellas de refresco, agua mineral, zumo natural;
bricks de vino Don Simon, leche, nata para montar;
latas de cerveza, aceitunas sin hueso, risotto en polvo;
paquetitos de bollería, filetes de cerdo, merluza rebozada;
estantes de fruta transgénica, verdura mutante, cereales variados.
¡Oh, Dios mio; hay de todo! ¡Y tengo marcas a escoger! ¡I am free!

Entonces, tu sistema nervioso se vuelve loco:
la dopamina recubre todo tu hipotálamo
y empiezas a llenar tu carrito
hasta arriba.

Nada te para.
Nada puede pararte.
¿Por qué? ¿Para qué?
Todo producto resulta imprescindible.

¿Qué no hacia falta? Por si a caso.
¿Qué eres alérgico? Quizá en cien años no.
¿Qué no tienes dinero? Creo que tenemos un problema.

"Caballero vaya saliendo del local,
por favor, no sea que nos robe.
¡Extraño! ¡Traidor! ¡Poeta!".

"¿Qué pasa, vas a jodernos?
¿Qué pasa, eres de izquierdas?"

Quintí Casals

No hay comentarios:

Publicar un comentario