jueves, 9 de enero de 2014

Sociedad Anónima

Antoine era un muchacho
tímido, inicuo, diáfano.

No había degustado nunca el sexo.
No había jugado nunca en el columpio del recreo.
Tenía un ojo bizco -ahuyentaba todo ser con pestañas-.
Antoine, definitivamente, se había estrellado contra el infinito.

Había pasado una infancia
lejos de una mama materna,
lejos de un cariño incondicional y, eso; sí, eso,
le había convertido en un guijarro sin sentimientos
de esos que abandonas por los aledaños de una urbe.

Antoine odiaba
los aullidos de los cláxones,
las gatitos siameses de ojos hundidos,
la música clásica, comercial, indie, funk.

Macarrónico su hábitat,
se masturbaba continuamente
hasta oír el -clinc- del microondas:
eso significaba que su plato unipersonal de paella
                                                         estaba listo.

No pensaba en el matrimonio
ni en la separación: él quería estar solo;
lejos, muy lejos, de esa aberración emocional
que es una mujer con pendientes, un hijo con necesidades.

Antoine había creado una extensión de mierda
por dónde se revolcaba felizmente
hasta vomitar todo el rencor
que su corazoncito de miel
guardaba.

Estaba muy cómodo ahí.
¿Para qué salir a conocer mundo?
¿Para qué moverse de esa fantasía sucia?
Era mucho mejor calentarse la garganta con insultos esputados
hacia todo personaje que se cruzara en su mediocre zancada de vida.

Matar pájaros, saltamontes, ciclistas
-todo aquello que se le pusiera delante-
Él tenía la vida hecha, crecida y consumida.
Necesitaba cubrir su aburrimiento con sufrimiento.
Necesitaba cubrir su desgana con la fruición de la tortura.

Antoine era de clase alta, un señorito, un mocasín de serpiente.
Caminaba por las calles con una superioridad inagotable,
de hecho; ni la estabilidad de la geometría fractal
en la materia ordinaria, era semejante.
Era un tipo completamente conforme
consigo mismo.

Tal día, el sujeto en cuestión, se dio cuenta que el animal social
requiere un mantenimiento definido. En el sistema capitalista,
éste se delimita por un número correlativo
de ingresos monetarios, bancarios.

Siendo más explícitos:
se dio cuenta que tenía que currar.
Miles de preguntas heladas solapaban su cabeza.
¿Qué haría? ¿Adónde iría? ¿Cómo saldría adelante?

Empezó a oír ancianos aconsejándole:
"Antoine tendrías que emprender", hacer algo,
"Antoine tendrías que hacerte un hombre de bien",
"Antoine no puedes vivir siempre de gorra, hijo puta"...

hasta que un día,
una bombilla imaginaria
se encendió sobre la melenita de Antoine
y dijo: "ya sé, voy a montar una empresa, un negocio",
"voy a hacer que me respeten. Todos trabajarán para mí".

"Seré Poncio Pilatos y mis empleados objetos automáticos.
Ellos seguirán todas mis órdenes, mis coordenadas,
mis caprichos ¿Qué coño? ¿Quién manda ahora?
¿Eh? ¿Quién manda ahora, carajo?".

"Borraré mi pasado, mi futuro, mi presente.
La sociedad, por fin, será anónima
y mi nombre manifiesto".

Antoine S.A fue el nombre,
1000 puestos de trabajo nuevos,
Antoine bravo piloto de hombres;
supongo que ya se imaginan el resto.

Quintí Casals

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