Martes, 31 de diciembre.
Abro el grifo: el agua se precipita helada ¡Qué frío!
Me enjuago con champú, con gel, con espíritu navideño.
Me enfundo unos tejanos, una camisa, una sonrisa repeinada
y emprendo mi viaje hacia la Buena Nueva;
Jesucristo
me está esperando
fumándose un cigarro
en la esquina negra de Belén.
(Shttt... Su madre cree que es un santo)
Bajo al garaje. Aderezo el firmamento. ¿Llueve? ¿Hace sol? Salgo.
Los concesionarios, los supermercados, los centros comerciales
me desean un feliz 2014.
Pasé el día de acción de gracias balanceándome
por el Mini-casino y ciertos pubs enfarlopados...
¿Por qué desearse un próspero año nuevo?
Dicen tres locos sin causa,
dicen tres locos sin causa.
Llego a la cena en cuestión,
tomo un canapé, dos, tres, quinientos cuatro.
La mesa aprieta, el cinturón aprieta, la navidad aprieta:
hoy las personas nos sentimos cerca las unas de las otras,
hoy el abuelo toma vino, el diabético azúcar, el desgraciado cariño.
Da igual si la virgen María era virgen o ramera,
da igual si los reyes llevaban mirra u oro,
da igual si Jesús nació o no el día 25...
hoy es día de celebración:
hoy es noche vieja.
"Navidad, navidad, dulce navidad..."
cantan los Papa Noeles, los renos
y los bastones de caramelo.
"Vanidad, vanidad, dulce vanidad..."
cantan los desahucios, el rey
y los países necesitados.
Disfruto a la vez que reniego
que hoy sea un día de encuentro;
una fecha señalada dónde se omite
la miserable menstruación del mundo:
hoy no existen los percances, se bebe Freixenet
y mañana no hay periódico.
En la calle, una manada de hojas secas, desbocadas
corren por las aceras sin enterarse
de nada en absoluto.
En la pared, las moléculas que salieron disparadas del cava, atolondradas
siguen su fiesta de atracciones y repulsiones electromagnéticas:
igual lo hacemos nosotros, en esto consisten las familias...
discutimos, reímos y a las doce en punto callamos.
-ya viene, ya viene-
anuncian los más pequeños
con su fe de bombilla infalible.
Suenan las campanadas. Como 12 uvas
y... feliz año nuevo.
Otro año fundido en la poesía del tiempo:
un año más, un año menos
¿Qué coño da?
Pienso en quién impuso esos valores
puramente necesarios
sobre el transcurso de las horas.
Pienso en si
hubiera sido mejor dejar atrás
los quintos, las décadas, los años,
las edades, las tartas de cumpleaños, las crisis de los cuarenta...
hubiera sido mejor vivir sin periódicos,
calendarios, temores a la muerte...
sería mucho mejor sucederse por las estaciones,
incumplir los lunes de trabajo, dejar atrás las épocas;
dar un buen beso a la vida
sin pensar
en el tiempo que llevamos
o el tiempo que nos queda.
Quintí Casals
martes, 31 de diciembre de 2013
domingo, 29 de diciembre de 2013
Vuelta a la normalidad
Viajo en un tren Regional Express
a unos 100 km. hora. De vuelta a casa. De vuelta a eso.
De vuelta a la compresa sucia
de las partículas
que nos conforman.
La ventana rebosa aquella esencia roñosa
que todo metal artificioso suele escupir;
veo el aire fluir rápido, los arados fluir rápido,
los puebluchos fluir rápido; todo vuelve a ser
rápidamente rápido.
Nos besamos mucho, comimos pasta, abollamos células expansivas;
fue un buen viaje: un bálsamo de recuerdos dulzones
lo constata.
Paseamos por un ejército de calles tatuadas -pasos sin rumbo-
nuestra dopamina simpatizó en un juego bioquímico magnífico:
enchufamos nuestras energías positivas el uno al otro,
adormecimos nuestros demonios.
La endorfina impregnó nuestros argumentos con el poder de las señales
-una canción de papel, una lata de Nestea, un rayo de sol-
nos hizo creer en esta estúpida y lógica dialéctica.
Los instantes hablaron por sí solos,
su voz fue agradable,
nos fue bien.
Derretimos los andamios, las multinacionales, las gentes oxidadas;
toda la abundante miseria que Barcelona repliega.
Tuvimos el placer de sonreírnos con los ojos,
de despertar la testosterona a los cisnes,
de resguardarnos de la mundología
en nosotros mismos...
pero ahora estás tú allá
en urgencias;
un contratiempo...
y yo de vuelta a ninguna parte,
como siempre,
contra el tiempo.
Quintí Casals
a unos 100 km. hora. De vuelta a casa. De vuelta a eso.
De vuelta a la compresa sucia
de las partículas
que nos conforman.
La ventana rebosa aquella esencia roñosa
que todo metal artificioso suele escupir;
veo el aire fluir rápido, los arados fluir rápido,
los puebluchos fluir rápido; todo vuelve a ser
rápidamente rápido.
Nos besamos mucho, comimos pasta, abollamos células expansivas;
fue un buen viaje: un bálsamo de recuerdos dulzones
lo constata.
Paseamos por un ejército de calles tatuadas -pasos sin rumbo-
nuestra dopamina simpatizó en un juego bioquímico magnífico:
enchufamos nuestras energías positivas el uno al otro,
adormecimos nuestros demonios.
La endorfina impregnó nuestros argumentos con el poder de las señales
-una canción de papel, una lata de Nestea, un rayo de sol-
nos hizo creer en esta estúpida y lógica dialéctica.
Los instantes hablaron por sí solos,
su voz fue agradable,
nos fue bien.
Derretimos los andamios, las multinacionales, las gentes oxidadas;
toda la abundante miseria que Barcelona repliega.
Tuvimos el placer de sonreírnos con los ojos,
de despertar la testosterona a los cisnes,
de resguardarnos de la mundología
en nosotros mismos...
pero ahora estás tú allá
en urgencias;
un contratiempo...
y yo de vuelta a ninguna parte,
como siempre,
contra el tiempo.
Quintí Casals
sábado, 28 de diciembre de 2013
F5
Vivimos constantemente
siendo unos abúlicos y embotellados
capullos.
Vivimos rápido, como la competitividad requiere.
Acogemos con dulzura los brazos del conservadurismo
y del aburrimiento. Coleccionamos un par de misceláneas
poco éticas. Somos racistas, misóginos, cerebros incendiables.
Vivimos constantemente
siendo unos abúlicos y embotellados
capullos.
Ahogamos, día tras día, el deseo
con un caldo revoltoso
de placeres estúpidos;
comemos, día tras día, las uñas
de nuestras manos, de nuestros pies
con un suceso de nerviosismos existenciales;
aspiramos, día tras día, al hecho
que exista una intersubjetividad caliente, cálida,
en este entorno de escarchas gélidas, blancas;
hasta que, como por arte de magia,
actualizamos nuestro sistema operativo
y la actividad terrestre adquiere sentido:
encontramos otro capullo
in the middle of nowhere
que deifica nuestra bondad
y
abrimos aquella flor
tan estrecha que es nuestra aura
y
enseñamos nuestros
pétalos
más coloridos.
Quintí Casals
siendo unos abúlicos y embotellados
capullos.
Vivimos rápido, como la competitividad requiere.
Acogemos con dulzura los brazos del conservadurismo
y del aburrimiento. Coleccionamos un par de misceláneas
poco éticas. Somos racistas, misóginos, cerebros incendiables.
Vivimos constantemente
siendo unos abúlicos y embotellados
capullos.
Ahogamos, día tras día, el deseo
con un caldo revoltoso
de placeres estúpidos;
comemos, día tras día, las uñas
de nuestras manos, de nuestros pies
con un suceso de nerviosismos existenciales;
aspiramos, día tras día, al hecho
que exista una intersubjetividad caliente, cálida,
en este entorno de escarchas gélidas, blancas;
hasta que, como por arte de magia,
actualizamos nuestro sistema operativo
y la actividad terrestre adquiere sentido:
encontramos otro capullo
in the middle of nowhere
que deifica nuestra bondad
y
abrimos aquella flor
tan estrecha que es nuestra aura
y
enseñamos nuestros
pétalos
más coloridos.
Quintí Casals
viernes, 27 de diciembre de 2013
Self Service
Despertarás, confuso, después de varios insomnios y alardes.
Lavarás tu cara, sorberás un café e irás al trabajo.
Hincharás tus sienes ácidas en medio de un atasco,
comerás tu emparedado, handicap sintomático, llegarás tarde.
Hablarás con tus compañeros, probablemente a la contra.
Te enfadarás. Te estresarás. Fumarás un cigarro prestado.
Tu jefe cantará toda la tarde a tu oreja un "Ora et labora".
Te escaparás media hora antes. Goodbye. Irás al gimnasio.
Uno-dos, uno-dos, por hoy creo que ya es suficiente.
Tomarás un vermú con Jaime. Dos, tres, adiós mente.
Comprarás el libro anunciado por la radio. Te gustará,
cenarás en silencio y un plato de espaguetis te sobrará.
Pondrás el lavaplatos en marcha. Limpiarás la vitrocerámica.
Encenderás el ordenador. Sudando, fiel, mirarás películas porno.
Desearás ser un anciano. Morir. Haber tenido un vigor hermoso.
Recordar aquello que queda por vivir, triste cobardía estática.
Quintí Casals
Lavarás tu cara, sorberás un café e irás al trabajo.
Hincharás tus sienes ácidas en medio de un atasco,
comerás tu emparedado, handicap sintomático, llegarás tarde.
Hablarás con tus compañeros, probablemente a la contra.
Te enfadarás. Te estresarás. Fumarás un cigarro prestado.
Tu jefe cantará toda la tarde a tu oreja un "Ora et labora".
Te escaparás media hora antes. Goodbye. Irás al gimnasio.
Uno-dos, uno-dos, por hoy creo que ya es suficiente.
Tomarás un vermú con Jaime. Dos, tres, adiós mente.
Comprarás el libro anunciado por la radio. Te gustará,
cenarás en silencio y un plato de espaguetis te sobrará.
Pondrás el lavaplatos en marcha. Limpiarás la vitrocerámica.
Encenderás el ordenador. Sudando, fiel, mirarás películas porno.
Desearás ser un anciano. Morir. Haber tenido un vigor hermoso.
Recordar aquello que queda por vivir, triste cobardía estática.
Quintí Casals
Extra-ordinario
La seda de las cortinas
está mirándome...
¿Qué estará pensando tan callada?
La lavadora está encendida
y gira por fuerza centrífuga...
¿Dónde querrá la pobre llegar?
Un tubo de pegamento
resta apático ante el derrumbe de la luna...
¿Quizá quería ser enfermero, doctor, bibliotecario?
Un bonzai de olivo
es mi regalo de navidad...
¿No había pedido yo un amor de madre?
Una congregación de libros fúnebres
quiere conocerme en persona...
¿No saben que eso no es posible?
El agua sucia
corre por la porcelana...
¿Le gustará estar compuesta de hidrógeno?
La madera del parquet
ocupa hoy un parlamento de derechas...
¿Quién fue el rufián que le despojó de ser árbol?
El cartero de cejas estrechas
trae, triste, una carta esperada a mi buzón...
¿No era él quién escribía tan bien?
¿No era él quién poseía esposa, amor y felicidad?
Se carcomió su campechanía, se rompió su fertilidad.
Hoy posee en sus pupilas esposas, ardor y fragilidad.
Un mordisco a una tostada con foie, una paja tántrica y una ducha lenta
salvan mi día de mierda.
Las cosas simples son las más extraordinarias -dice una ensalada de bolsa-
Las cosas simples no se compran en joyerías -dice un intelectual de nuestros días-
La desesperación es la nada cósmica frente la eternidad
y en mi pubis crece un pelo que va a ser partícipe de mucho sexo
y nunca va a poder participar. Su presencia vulgar es imprescindible pero...
¿Quién le preguntó a él por su condición? ¿Quién tuvo en cuenta lo que él quería?
La mirra preferiría ser oro.
El chándal preferiría ser pajarita.
El cerdo preferiría pastar a vivir estabulado.
Que digan lo que quieran...
pero la simpleza pasa toda su vida confiando ser joya;
esperando una llave, conforme avanza su inocencia,
para aspirar a algo mucho más compacto
que la mera simpleza.
Quintí Casals
está mirándome...
¿Qué estará pensando tan callada?
La lavadora está encendida
y gira por fuerza centrífuga...
¿Dónde querrá la pobre llegar?
Un tubo de pegamento
resta apático ante el derrumbe de la luna...
¿Quizá quería ser enfermero, doctor, bibliotecario?
Un bonzai de olivo
es mi regalo de navidad...
¿No había pedido yo un amor de madre?
Una congregación de libros fúnebres
quiere conocerme en persona...
¿No saben que eso no es posible?
El agua sucia
corre por la porcelana...
¿Le gustará estar compuesta de hidrógeno?
La madera del parquet
ocupa hoy un parlamento de derechas...
¿Quién fue el rufián que le despojó de ser árbol?
El cartero de cejas estrechas
trae, triste, una carta esperada a mi buzón...
¿No era él quién escribía tan bien?
¿No era él quién poseía esposa, amor y felicidad?
Se carcomió su campechanía, se rompió su fertilidad.
Hoy posee en sus pupilas esposas, ardor y fragilidad.
Un mordisco a una tostada con foie, una paja tántrica y una ducha lenta
salvan mi día de mierda.
Las cosas simples son las más extraordinarias -dice una ensalada de bolsa-
Las cosas simples no se compran en joyerías -dice un intelectual de nuestros días-
La desesperación es la nada cósmica frente la eternidad
y en mi pubis crece un pelo que va a ser partícipe de mucho sexo
y nunca va a poder participar. Su presencia vulgar es imprescindible pero...
¿Quién le preguntó a él por su condición? ¿Quién tuvo en cuenta lo que él quería?
La mirra preferiría ser oro.
El chándal preferiría ser pajarita.
El cerdo preferiría pastar a vivir estabulado.
Que digan lo que quieran...
pero la simpleza pasa toda su vida confiando ser joya;
esperando una llave, conforme avanza su inocencia,
para aspirar a algo mucho más compacto
que la mera simpleza.
Quintí Casals
martes, 24 de diciembre de 2013
Tal vez
Tú y yo que íbamos a casarnos,
a tener hijos, a viajar a Venecia, Berlín, Perú...
a fundirnos en la remota inmortalidad,
a despertarnos juguetones cada medianoche...
nos quedamos en la creencia orgánica
del augurio.
Toda aquella entelequia quedó traspuesta
a la basura más próxima.
-junto a las moscas, tetra briks de leche y pieles de plátano-
Y ahora estoy planteándome si ir de putas
o si escribir algún poema con un bolígrafo sordomudo
tal sábado-noche
porque he olvidado
cómo se besaba
francamente
a una mujer.
Quintí Casals
a tener hijos, a viajar a Venecia, Berlín, Perú...
a fundirnos en la remota inmortalidad,
a despertarnos juguetones cada medianoche...
nos quedamos en la creencia orgánica
del augurio.
Toda aquella entelequia quedó traspuesta
a la basura más próxima.
-junto a las moscas, tetra briks de leche y pieles de plátano-
Y ahora estoy planteándome si ir de putas
o si escribir algún poema con un bolígrafo sordomudo
tal sábado-noche
porque he olvidado
cómo se besaba
francamente
a una mujer.
Quintí Casals
Corte vanguardista
Un e-mail se asoma ligero un 28 de Julio
por la bandeja de entrada. Es Elena...
-Oye, que te dejo, que no funciona,
que no follamos cuánto debemos,
que no nos besamos como antes,
que no, que no, que no,
que debemos dejarlo...
será mejor...
adiós, fue un placer-
dice.
Un conglomerado de gaviotas
se agrupa en una nube de ceniza
que yace encima del río.
La polución invade el cielo multimedia de nuestros tiempos
y aquél nirvana que prometieron los padres, la tele y los profesores
se esfuma por el ano del mundo.
Los graffitis están más coloridos, las horas son eléctricas...
aunque una lágrima recorra el desierto de mi mejilla.
Debo estar tranquilo... un bosque de antenas cuida de mí:
será mi ángel de la guarda por este siglo,
debo prestarle mi gratitud, no debo caer -oigo de forma ininterrumpida-
Quintí, sé fuerte -ya has pasado por esto, incluso peores-
Levántate, empieza algo nuevo, date aire, planifica tu vida:
haz deporte, haz planes... que todo pasa.
Si pudiera aspiraría un oxígeno más cristalino;
dejaría de repetir los pasos que di ayer,
pararía de ladrar y, urgentemente, viviría.
Si pudiera, claro...
¿La gente no entiende que a veces a uno le apetece sufrir...
revolcarse por la mierda, percatarse del mal olor y despertar por su cuenta?
Hoy toca abatirse, mirar una comedia romántica junto a unos pañuelos y añorar ese coño.
Son tiempos crueles.
Son tiempos crueles.
Qué duro va a ser
llegar a casa, irse a dormir, tumbarse en la cama,
cerrar los párpados y llorar varias veces envés de masturbarse.
Quintí Casals
por la bandeja de entrada. Es Elena...
-Oye, que te dejo, que no funciona,
que no follamos cuánto debemos,
que no nos besamos como antes,
que no, que no, que no,
que debemos dejarlo...
será mejor...
adiós, fue un placer-
dice.
Un conglomerado de gaviotas
se agrupa en una nube de ceniza
que yace encima del río.
La polución invade el cielo multimedia de nuestros tiempos
y aquél nirvana que prometieron los padres, la tele y los profesores
se esfuma por el ano del mundo.
Los graffitis están más coloridos, las horas son eléctricas...
aunque una lágrima recorra el desierto de mi mejilla.
Debo estar tranquilo... un bosque de antenas cuida de mí:
será mi ángel de la guarda por este siglo,
debo prestarle mi gratitud, no debo caer -oigo de forma ininterrumpida-
Quintí, sé fuerte -ya has pasado por esto, incluso peores-
Levántate, empieza algo nuevo, date aire, planifica tu vida:
haz deporte, haz planes... que todo pasa.
Si pudiera aspiraría un oxígeno más cristalino;
dejaría de repetir los pasos que di ayer,
pararía de ladrar y, urgentemente, viviría.
Si pudiera, claro...
¿La gente no entiende que a veces a uno le apetece sufrir...
revolcarse por la mierda, percatarse del mal olor y despertar por su cuenta?
Hoy toca abatirse, mirar una comedia romántica junto a unos pañuelos y añorar ese coño.
Son tiempos crueles.
Son tiempos crueles.
Qué duro va a ser
llegar a casa, irse a dormir, tumbarse en la cama,
cerrar los párpados y llorar varias veces envés de masturbarse.
Quintí Casals
sábado, 21 de diciembre de 2013
Enemigos públicos
El núcleo urbano
es un ronquido de silicona
sazonado con
cafeterías plastificadas,
puertas giratorias
y sentimientos metálicos.
Los mandos a distancia
que lo gobiernan
seleccionan, siempre que pueden, aquél canal más febril;
el alma es un solar en construcción,
el tiempo es el consuelo de la lágrima.
Sólo podemos coger un amuleto cordial
ante la lluvia incesante de orín
que nos acecha: no hay alternativa.
La sociedad, mientras tanto, se atropella a sí misma:
un ladrillo se compra un iPhone nuevo,
un palestino muere a la deriva de Canaán.
Los corazones llevan piercings
y la cirugía plástica nunca operó un cerebro:
un dragado se afinca en nuestra suerte.
A quiénes denunciamos ésto...
nos tachan de
llevar un palillo entre los dientes
y una pistola en la palabra.
Nuestra tesis es un
abrazo
afeitándose con navaja.
No nos escuches.
¿No ves que somos políticamente incorrectos?
¿No ves que nuestra opinión carece de fundamento?
Nosotros tan sólo somos
subversivos,
repelentes,
infames,
tarados;
rompedores
de una civilización rota.
El extrarradio florece entre
descampados desconsolados, galgos moribundos
y periferias humanas...
pero no nos escuches.
Por favor, por el bien de todos:
no nos escuches
y sigue cocinando
que el alcalde tiene hambre.
Quintí Casals
es un ronquido de silicona
sazonado con
cafeterías plastificadas,
puertas giratorias
y sentimientos metálicos.
Los mandos a distancia
que lo gobiernan
seleccionan, siempre que pueden, aquél canal más febril;
el alma es un solar en construcción,
el tiempo es el consuelo de la lágrima.
Sólo podemos coger un amuleto cordial
ante la lluvia incesante de orín
que nos acecha: no hay alternativa.
La sociedad, mientras tanto, se atropella a sí misma:
un ladrillo se compra un iPhone nuevo,
un palestino muere a la deriva de Canaán.
Los corazones llevan piercings
y la cirugía plástica nunca operó un cerebro:
un dragado se afinca en nuestra suerte.
A quiénes denunciamos ésto...
nos tachan de
llevar un palillo entre los dientes
y una pistola en la palabra.
Nuestra tesis es un
abrazo
afeitándose con navaja.
No nos escuches.
¿No ves que somos políticamente incorrectos?
¿No ves que nuestra opinión carece de fundamento?
Nosotros tan sólo somos
subversivos,
repelentes,
infames,
tarados;
rompedores
de una civilización rota.
El extrarradio florece entre
descampados desconsolados, galgos moribundos
y periferias humanas...
pero no nos escuches.
Por favor, por el bien de todos:
no nos escuches
y sigue cocinando
que el alcalde tiene hambre.
Quintí Casals
viernes, 20 de diciembre de 2013
Diagonal
Muñecos de grasa
se mueven
por carreteras gaseosas,
por bolsas de trabajo,
por habitáculos familiares,
por cuevas repletas de murciélagos,
por hostales perdidos,
por icebergs de Coca-Cola,
por campañas electorales,
por silencios tapizados,
por baños nocturnos, por días esqueléticos.
Muñecos de grasa
se mueven
por buffets libres de causa,
por discusiones fuera de cobertura,
por famas inflamables,
por ordenadores asustados,
por pieles de fibra sintética,
por lagunas de ecuaciones matemáticas, por pasos de cebra hacia la nada.
Muñecos de grasa
se mueven
por
una
diagonal
llamada vida
formando
un movimiento angular
tan circular, tan sideral
como el de un interrogante
en una pregunta sin respuesta
resignándose a callar.
Quintí Casals
se mueven
por carreteras gaseosas,
por bolsas de trabajo,
por habitáculos familiares,
por cuevas repletas de murciélagos,
por hostales perdidos,
por icebergs de Coca-Cola,
por campañas electorales,
por silencios tapizados,
por baños nocturnos, por días esqueléticos.
Muñecos de grasa
se mueven
por buffets libres de causa,
por discusiones fuera de cobertura,
por famas inflamables,
por ordenadores asustados,
por pieles de fibra sintética,
por
Renaults ingrávidos,
por desiertos de colchones,
por
periódicos coagulados,
por lagunas de ecuaciones matemáticas, por pasos de cebra hacia la nada.
Muñecos de grasa
se mueven
por
una
diagonal
llamada vida
formando
un movimiento angular
tan circular, tan sideral
como el de un interrogante
en una pregunta sin respuesta
resignándose a callar.
Quintí Casals
Besos llenos en autopistas vacías
El cambio climático acecha, el recibo de la luz llega,
los altos cargos manipulan la segunda votación;
tan sólo
nos queda
la erección del amor.
Una grúa naranja -tan grande como un coloso mitológico-
coloca continuamente químicas magnéticas de corazón en corazón
instalando, así, la idea de compatibilidad entre carnes mortales;
es, entonces, cuando los cuerpos galácticos conseguimos enamorarnos.
Nos enamoramos
de personas atractivas, deformes, ilustres, memas;
de sus tics, de sus arrugas, de sus pantalones, de sus camisetas;
de sus pesares deshidratados, de sus tatuajes frustrados, de sus lunares aburridos;
de sus ojos azules, marrones, verdes, negros;
de sus suspiros analfabetos, frágiles, podridos;
de sus argumentos revolucionarios, banales, ensanchados;
de sus cadenas, de sus libertades, de sus pedos, de sus muecas habituales;
de sus comportamientos infantiles, formales, desmedidos;
de sus perfumes cítricos, sensuales, pesados;
de sus curvas extendidas, de sus promesas sabrosas;
de sus caricias aprensivas, de sus besuqueos recios;
de sus virtudes, de sus defectos,
de su semejanza, de su diferencia...
nos enamoramos.
Nos enamoramos de aquella luz imprevisible e intrépida
capaz de incendiar este estercolero de rascacielos y polígonos industriales.
Nos enamoramos de aquél grito estomacal
que desinfla nuestra cabeza insomnio por insomnio
y nos avispa, poco a poco, a ser ligeramente mejores: ligeramente libres.
Aún así,
el amor está atrofiado:
el amor no mueve el mundo
-dicen dos niñas acampadas en la indigencia-
Quintí Casals
los altos cargos manipulan la segunda votación;
tan sólo
nos queda
la erección del amor.
Una grúa naranja -tan grande como un coloso mitológico-
coloca continuamente químicas magnéticas de corazón en corazón
instalando, así, la idea de compatibilidad entre carnes mortales;
es, entonces, cuando los cuerpos galácticos conseguimos enamorarnos.
Nos enamoramos
de personas atractivas, deformes, ilustres, memas;
de sus tics, de sus arrugas, de sus pantalones, de sus camisetas;
de sus pesares deshidratados, de sus tatuajes frustrados, de sus lunares aburridos;
de sus ojos azules, marrones, verdes, negros;
de sus suspiros analfabetos, frágiles, podridos;
de sus argumentos revolucionarios, banales, ensanchados;
de sus cadenas, de sus libertades, de sus pedos, de sus muecas habituales;
de sus comportamientos infantiles, formales, desmedidos;
de sus perfumes cítricos, sensuales, pesados;
de sus curvas extendidas, de sus promesas sabrosas;
de sus caricias aprensivas, de sus besuqueos recios;
de sus virtudes, de sus defectos,
de su semejanza, de su diferencia...
nos enamoramos.
Nos enamoramos de aquella luz imprevisible e intrépida
capaz de incendiar este estercolero de rascacielos y polígonos industriales.
Nos enamoramos de aquél grito estomacal
que desinfla nuestra cabeza insomnio por insomnio
y nos avispa, poco a poco, a ser ligeramente mejores: ligeramente libres.
Aún así,
el amor está atrofiado:
el amor no mueve el mundo
-dicen dos niñas acampadas en la indigencia-
Quintí Casals
jueves, 19 de diciembre de 2013
Redención terráquea
Y con qué rabia germina la rosa entre la tierra subterránea
para romper, así con su belleza, el gris inflexible
de la autopista alquitranada.
Quintí Casals
para romper, así con su belleza, el gris inflexible
de la autopista alquitranada.
Quintí Casals
Precaución
¡Vigila! Que vienen el marketing, los activos
los intereses, los avales, los balances
los créditos, las competencias
y la miseria que los parió.
¡Vigila! Que la prima de riesgo
es pariente de la dictadura bancaria
y puede chivarse de tu dirección y código postal.
¡Cuidado! No vayas a
tener más de lo que se te pide, ciudadano medio.
¡Cuidado! Que viene el hombre del saco
y va a quedarse con tu dinero.
Quintí Casals
los intereses, los avales, los balances
los créditos, las competencias
y la miseria que los parió.
¡Vigila! Que la prima de riesgo
es pariente de la dictadura bancaria
y puede chivarse de tu dirección y código postal.
¡Cuidado! No vayas a
tener más de lo que se te pide, ciudadano medio.
¡Cuidado! Que viene el hombre del saco
y va a quedarse con tu dinero.
Quintí Casals
miércoles, 18 de diciembre de 2013
El perro callejero
Un perro callejero
despierta cada alborada
en el lavabo más inmundo
de la estación de autobuses.
Un domingo cualquiera
se posa en su aventura;
su estómago empieza a rugir.
Abre sus ojos, aliña sus lagañas,
tuerce sus rodillas y levanta sus patas; otro día más.
Atraviesa, como puede, ramblas, calles, callejones...
contemplando cómo los borrachos se alejan del club de alterne,
cómo los ancianos dan de comer a las palomas
o cómo las hojas vacilan en el aire.
Hambriento huele la fritanga que el McDonald's desprende, estornuda veinte veces,
bordea unos cuantos vagos y maleantes que hablan debajo del puente
y se sienta a escuchar sus novelas.
Sabe que Luis toma demasiada heroína,
que la madre de Andrea tiene un síndrome obsesivo con las compras
y que Juan Antonio se enamoró de la mujer equivocada.
Sabe que existe un viaje a la nada llamado locura y sabe muy bien, también,
que nadie puede salvarse de tal traslación.
Nunca tiene frío, nunca tiene calor: él renuncia a cualquier dolor ordinario.
Huele mal, la gangrena penetra su espíritu y tiene algunas señales de otros lobos en su cara.
Su figura es equiparable a la de un Ecce Homo;
cuando pasea entre luces de semáforos borrosos
el perro callejero asusta hasta los escombros.
Almuerza hoy, por suerte, en el contenedor del Hotel Ibis;
recuerda, entre nostalgias y mordiscos, su pasado como burgués de tres al cuarto
y se burla de aquel rey que un día fue. Aunque sus pasos se debilitan sucesivamente...
él es más feliz siendo un nómada, él es más feliz siendo libre.
Él abortó con ese oasis rancio
de canastillas placenteras, carantoñas impermeables y chucherías de salmón;
él prefiere deambular como un vagabundo a persistir esquizofrénico como un rico,
él prefiere avanzar hacia ninguna parte a permanecer estancado en una mansión.
El perro callejero es indomable e impredecible.
El perro callejero goza de una amplia perspicacia.
El perro callejero conoce de cabo a rabo la ciudad:
urbanizaciones, parkings, calles comerciales,
polígonos, monumentos de interés, restaurantes,
parques de atracciones, tiendas, bancos,
colegios, locales nocturnos y demás;
conoce el material envuelto para regalo y conoce, también, el material inflamable.
Él ya sabe dónde puede asomarse y dónde puede quemarse; él ya sabe cómo vivir.
Camina, hoy, por la Avenida Cataluña y ya nada le sorprende.
Ve un collarín de plata 1a ley y lo desprecia cuál colilla destripada,
ve a un George Clooney de la Mancha y se mofa de su recatada tristeza,
ve cómo un segurata registra a dos pobres niños en un supermercado
y, desde su idiotez supina, piensa en lo estúpido que puede llegar a ser un humano.
Mira los traseros de las chicas, mira las babas de los chicos,
huele el ojete de una perra con collar de diamantes
y, un rato después, la fornica muy a gusto.
Cruza las tenebrosas carreteras sin ningún miedo,
cruza por la vida sin ningún miedo, cruza por su destino sin ningún miedo.
El perro callejero navega por las noches sin más compañero que la luna.
Los viandantes le desprecian, le patean o le esquivan
pero el sonríe, pero el sonríe, pero el sonríe;
sabe de veras
que les está dando una cura de humildad,
sabe de veras
que si él es callejero, es en realidad por vocación.
Quintí Casals
despierta cada alborada
en el lavabo más inmundo
de la estación de autobuses.
Un domingo cualquiera
se posa en su aventura;
su estómago empieza a rugir.
Abre sus ojos, aliña sus lagañas,
tuerce sus rodillas y levanta sus patas; otro día más.
Atraviesa, como puede, ramblas, calles, callejones...
contemplando cómo los borrachos se alejan del club de alterne,
cómo los ancianos dan de comer a las palomas
o cómo las hojas vacilan en el aire.
Hambriento huele la fritanga que el McDonald's desprende, estornuda veinte veces,
bordea unos cuantos vagos y maleantes que hablan debajo del puente
y se sienta a escuchar sus novelas.
Sabe que Luis toma demasiada heroína,
que la madre de Andrea tiene un síndrome obsesivo con las compras
y que Juan Antonio se enamoró de la mujer equivocada.
Sabe que existe un viaje a la nada llamado locura y sabe muy bien, también,
que nadie puede salvarse de tal traslación.
Nunca tiene frío, nunca tiene calor: él renuncia a cualquier dolor ordinario.
Huele mal, la gangrena penetra su espíritu y tiene algunas señales de otros lobos en su cara.
Su figura es equiparable a la de un Ecce Homo;
cuando pasea entre luces de semáforos borrosos
el perro callejero asusta hasta los escombros.
Almuerza hoy, por suerte, en el contenedor del Hotel Ibis;
recuerda, entre nostalgias y mordiscos, su pasado como burgués de tres al cuarto
y se burla de aquel rey que un día fue. Aunque sus pasos se debilitan sucesivamente...
él es más feliz siendo un nómada, él es más feliz siendo libre.
Él abortó con ese oasis rancio
de canastillas placenteras, carantoñas impermeables y chucherías de salmón;
él prefiere deambular como un vagabundo a persistir esquizofrénico como un rico,
él prefiere avanzar hacia ninguna parte a permanecer estancado en una mansión.
El perro callejero es indomable e impredecible.
El perro callejero goza de una amplia perspicacia.
El perro callejero conoce de cabo a rabo la ciudad:
urbanizaciones, parkings, calles comerciales,
polígonos, monumentos de interés, restaurantes,
parques de atracciones, tiendas, bancos,
colegios, locales nocturnos y demás;
conoce el material envuelto para regalo y conoce, también, el material inflamable.
Él ya sabe dónde puede asomarse y dónde puede quemarse; él ya sabe cómo vivir.
Camina, hoy, por la Avenida Cataluña y ya nada le sorprende.
Ve un collarín de plata 1a ley y lo desprecia cuál colilla destripada,
ve a un George Clooney de la Mancha y se mofa de su recatada tristeza,
ve cómo un segurata registra a dos pobres niños en un supermercado
y, desde su idiotez supina, piensa en lo estúpido que puede llegar a ser un humano.
Mira los traseros de las chicas, mira las babas de los chicos,
huele el ojete de una perra con collar de diamantes
y, un rato después, la fornica muy a gusto.
Cruza las tenebrosas carreteras sin ningún miedo,
cruza por la vida sin ningún miedo, cruza por su destino sin ningún miedo.
El perro callejero navega por las noches sin más compañero que la luna.
Los viandantes le desprecian, le patean o le esquivan
pero el sonríe, pero el sonríe, pero el sonríe;
sabe de veras
que les está dando una cura de humildad,
sabe de veras
que si él es callejero, es en realidad por vocación.
Quintí Casals
martes, 17 de diciembre de 2013
Relatividad
Una quimera encostrada
es el descubrir que la vida es una broma de mal gusto
que tan sólo se entiende a sí misma.
Quintí Casals
es el descubrir que la vida es una broma de mal gusto
que tan sólo se entiende a sí misma.
Quintí Casals
Esquema general
Una furgoneta coreana
canta al desencanto
en una habitación vacía.
Unos zapatos
Dolce & Gabbana
definen tu personalidad.
Es martes,
son las 9 de la mañana
y llego tarde a clase;
no es que sea mi mejor día.
Mi itinerario es el de siempre:
de mi casa a la gasolinera, de la gasolinera al rectorado;
sólo que, hoy, mi rumbo se desestabiliza
por los villancicos robóticos
que canturrean los altavoces que anidan las farolas.
Ando fogoso, raya el día y la gente transita muy dinámica;
caminan inútilmente junto a sus smartphones y a sus gorros de lana.
Trazo mi paso por el gentío, un enclenque ruso se cruza conmigo
y me mira raro y me mira raro y me mira raro.
El tráfico de la hora punta no se acalla
y casi ya me han atropellado dos veces.
Mis oídos se estremecen
como la palabra de un niño de 16 años
y mi tesitura se declara insostenible;
definitivamente, quiero ser un melón.
El sol se abre cohibido entre la niebla,
los átomos muestran sus vísceras cromadas
y mis ojos otean, por un poco tiempo, unas escasas vislumbres
de neutralidad;
pero únicamente encuentro cosas postizas
allí.
Las baldosas son cada vez más cuadradas,
los árboles están cada vez más alineados,
la humanidad, que ahora se maquilla, es cada vez más estética.
La violencia se derrama por los bordes de la imagen
y el automatismo de las máquinas
está presente en todos los ámbitos de la vida.
Una infinidad de botellas de plástico surcan los mares,
tres tristes tigres están domesticados
y hay quién tiene dientes de oro.
Todo es corregido por el hombre.
Sin querer este poema se escribe
antes de hacer una encuesta digital
en una clase sustentada por códigos binarios
y
sin querer este poema
no tiene ningún tipo de valor
hoy en día.
Cada vez poseemos
un alma más ahumada.
Cada vez somos más presos
de nuestra condición artificial.
Quintí Casals
canta al desencanto
en una habitación vacía.
Unos zapatos
Dolce & Gabbana
definen tu personalidad.
Es martes,
son las 9 de la mañana
y llego tarde a clase;
no es que sea mi mejor día.
Mi itinerario es el de siempre:
de mi casa a la gasolinera, de la gasolinera al rectorado;
sólo que, hoy, mi rumbo se desestabiliza
por los villancicos robóticos
que canturrean los altavoces que anidan las farolas.
Ando fogoso, raya el día y la gente transita muy dinámica;
caminan inútilmente junto a sus smartphones y a sus gorros de lana.
Trazo mi paso por el gentío, un enclenque ruso se cruza conmigo
y me mira raro y me mira raro y me mira raro.
El tráfico de la hora punta no se acalla
y casi ya me han atropellado dos veces.
Mis oídos se estremecen
como la palabra de un niño de 16 años
y mi tesitura se declara insostenible;
definitivamente, quiero ser un melón.
El sol se abre cohibido entre la niebla,
los átomos muestran sus vísceras cromadas
y mis ojos otean, por un poco tiempo, unas escasas vislumbres
de neutralidad;
pero únicamente encuentro cosas postizas
allí.
Las baldosas son cada vez más cuadradas,
los árboles están cada vez más alineados,
la humanidad, que ahora se maquilla, es cada vez más estética.
La violencia se derrama por los bordes de la imagen
y el automatismo de las máquinas
está presente en todos los ámbitos de la vida.
Una infinidad de botellas de plástico surcan los mares,
tres tristes tigres están domesticados
y hay quién tiene dientes de oro.
Todo es corregido por el hombre.
Sin querer este poema se escribe
antes de hacer una encuesta digital
en una clase sustentada por códigos binarios
y
sin querer este poema
no tiene ningún tipo de valor
hoy en día.
Cada vez poseemos
un alma más ahumada.
Cada vez somos más presos
de nuestra condición artificial.
Quintí Casals
Selección natural
De la misma manera que en el cuerpo existen la razón, la libertad y la fraternidad
y de la misma manera que se comen las unas a la otras...
la sustancia humana se bautiza
como un facha con momentos comunistas de lucidez.
Las personas caminamos a veces pensando el camino adecuado,
a veces corriendo hacia ninguna parte
y a veces encadenados a los sentimientos, a las empatías o a los relojes de arena;
no sabemos nunca hacia dónde vamos ni hacia dónde queremos ir,
no sabemos nunca si la decisión que tomamos es la correcta,
no sabemos nunca si es diplomático o ilícito enfadarnos tanto con nosotros mismos.
Nuestras lágrimas colman el vaso del alma.
Nuestra fortuna desvanece por un videoclip en llamas
de razones, libertades y fraternidades.
Nuestro raciocinio vive en una guerra civil constante;
la antagónica convivencia en un mismo juicio de estos temperamentos incompatibles
machaca violentamente cada una de nuestras acciones diarias;
y éso, se le hace a uno insoportable.
El hombre nace, vive durante toda su adolescencia acongojado por su superego
y después de muchas y muchas batallas con el espejo, en un intento de paz,
deja que el mundo sea mundo.
Nadie goza del albedrío suficiente para escapar de su cabeza antitética o de su monomanía.
Nadie goza tampoco de la astucia suficiente para escapar de la sociedad.
Por eso mismo, los hombres y las mujeres de esta tierra -cansados de aguantar jarrones de agua fría-
anteponemos restar alegremente tumbados en una hamaca hilada de disgustos
a combatir cara a cara frente a la realidad.
Mientras tanto nuestra carne se lacera con el paso de las primaveras superfluas
y poco a poco vamos asustándonos cada vez más
de actuar, de empezar, de crecer.
Cada vez somos más dóciles para el tiempo -también más bobos-
y finalmente acabamos sorbiendo, noche tras noche, una muerte sombría
que liga nuestras nalgas al cojín y paraliza nuestra valentía más audaz.
Hay todo un nido de fantasías que conquistar al que despreciamos y subestimamos;
nosotros preferimos desaprovechar la oportunidad de moldear la creación.
Preferimos vendernos al primer placer orgánico que pase
o permanecer adormecidos y cobardes ante la desesperación.
Somos la vergüenza de la Tierra;
hasta los lagartos, los mosquitos, los salmones, son más sabios que nosotros.
La raza humana no ha hallado aún su cargo y para nada quiere encontrarlo;
somos una chaqueta arrugada en el horizonte.
Somos más pusilánimes que un papel de aluminio aplastado,
somos la ironía más terca si verdaderamente tiene sentido vivir,
somos algo tan soso como insignificante;
nosotros preferimos ver la vida como espectadores a desafiar a los dioses,
nosotros preferimos aminorar a perseverar...
aunque eso suponga convertirnos en un objeto insípido y feo,
aunque eso suponga auto-inducirnos el coma.
Nosotros suicidamos nuestras auroras.
Nosotros pisamos todo aquello que vuele.
Nosotros tan sólo subsistimos tímidamente
por un laberinto de empleos, tareas y cintas de vídeo;
y, algunas veces, (sobretodo cuando disponemos de tiempo libre)
nos prestamos a ser solidarios, a comer el martes la comida de los lunes o a dar la mano al enemigo.
Compramos un habitáculo, conseguimos el primer empleo y, a partir de ahí,
orquestamos una rutina maravillosa para odiarla dos o tres quinquenios más tarde.
Constituimos un horario, formamos una familia,
adoptamos poco a poco una posición semejante a la del vencido,
reducimos nuestra actividad a pronosticar partidos de fútbol esperando una buena quiniela
y aparcamos, en un rincón tan negro como el ojo de un cuervo, nuestras metas.
Dejamos que la corriente se lleve a ella misma,
tejemos una telaraña de apatías felices tan elástica como idiota,
aplaudimos aquellos actores que el mass media dice que debemos aplaudir
y sabemos que nada de ésto es buena idea
si queremos hacer prosperar nuestro cometido más íntimo...
pero nos da igual.
¿Qué el senado censura hasta tu sonrisa más cobista? Qué más da.
¿Qué haces aerobic detrás del rentista de Hamelín? Qué más da.
¿Qué escribes poesía mejor que Bécquer o Lorca? Qué más da.
Preferimos apalancarnos en el paso de los días para flotar en un estanque completamente aplacado;
nuestra naturaleza está incapacitada para ser algo válido si hablamos de organización o de igualdad
y lo sabemos y lo oímos y lo notamos. Entonces (después de este fracaso monumental)
decidimos matarnos entre nosotros por un buen puesto, más que nada para poder tributar.
Las ciudades transcurren como enjambres de abejas sin más reina que la anomalía
y todos, repito -todos-, queremos salvarnos cómo podamos de esa catástrofe;
aquí es cuando el compañerismo queda a un lado
y cuando empieza la pugna asesina por el altar de las aspiraciones.
Sabemos que los fuertes progresan y que los débiles desvanecen
física y metafísicamente.
Debemos anteponer nuestra Presencia si queremos sobrevivir.
Debemos condenarnos a la transparencia si queremos perdurar.
Debemos entrar en acción y extendernos por el tiempo
si queremos habitar uno de los pocos sitios libres de este planeta coalescente.
Esta colosal y alocada hostilidad que nos envuelve,
delimita dos bandos de personas que combaten a muerte por una vida digna;
hay quiénes luchan por un renglón de sol en sus tragedias
y hay quiénes aguardan el milagro que circula en manos de la medicina,
la ciencia, las humanidades o cualquiera que pueda ayudar.
Hay quiénes avanzan debido a su esfuerzo y a su sacrificio
y hay quiénes restan estáticos comprando día tras día boletos de rasca y gana
al salir de trabajar 12 horas en el infierno industrial.
En medio de este paroxismo topológico
cosechamos, al fin, un orden en el ecosistema; injusto pero metódico:
hay quiénes triunfan y hay quiénes se lavan con cemento marca blanca,
hay quiénes cenan emparedados de gloria y hay quiénes cenan pan seco con insultos.
Es formidablemente fácil quedarse atrás encarcelado en la fragilidad
y exageradamente difícil tirar para delante hacia una utopía terrenal;
aunque la historia ha visto a un brasileño favelero convertirse en un famoso futbolista
y al hijo del presidente acabar abrasado por los grados de unos cuantos White Label's.
Por eso es indispensable no cesar nunca de insistir
en sincronizar nuestros objetivos con el paso del tiempo;
ser tozudos en calibrar aquella estancia en la vida que siempre hubiésemos deseado.
Moldear la aprensión del azar
y articular un movimiento hercúleo de fuerza
idéntico a lo que tu ímpetu y tu deseo quieran llegar a ser
-médico, artista, borracho...- ¿Qué más da? Todo vale cuando se está a gusto.
Dependiendo de tu incandescencia
o serás o anhelarás o te evaporarás;
tu presente es tu futuro.
Aquellos que soportan los temporales más homicidas...
sobreviven, crecen, tienen hijos aún más robustos y desean vivir.
Aquellos que viven continuamente esperando que todo cambie...
sobreviven unos años, crecen como pueden, tienen hijos deformes y ya nacieron muertos.
La selección natural actúa en los bastos reinos de sueños
como lo hace en las cigüeñas que emigran o se aclimatan, en la sociedad de consumo,
en el amigo que paulatinamente deja el círculo o en el sentimiento que cada vez sopla más lejos;
y llega un momento en que tienes ya 57 años,
estás sentado en la mesa de un restaurante chino leyendo el periódico
una mañana cualquiera
y te das cuenta, junto a tu galletita de la suerte,
que si tus propósitos hubiesen sido más fuertes
habrían sobrevivido al proceso
y tú habrías
perpetuado tu especie
y desarrollado tu espacio.
Quintí Casals
y de la misma manera que se comen las unas a la otras...
la sustancia humana se bautiza
como un facha con momentos comunistas de lucidez.
Las personas caminamos a veces pensando el camino adecuado,
a veces corriendo hacia ninguna parte
y a veces encadenados a los sentimientos, a las empatías o a los relojes de arena;
no sabemos nunca hacia dónde vamos ni hacia dónde queremos ir,
no sabemos nunca si la decisión que tomamos es la correcta,
no sabemos nunca si es diplomático o ilícito enfadarnos tanto con nosotros mismos.
Nuestras lágrimas colman el vaso del alma.
Nuestra fortuna desvanece por un videoclip en llamas
de razones, libertades y fraternidades.
Nuestro raciocinio vive en una guerra civil constante;
la antagónica convivencia en un mismo juicio de estos temperamentos incompatibles
machaca violentamente cada una de nuestras acciones diarias;
y éso, se le hace a uno insoportable.
El hombre nace, vive durante toda su adolescencia acongojado por su superego
y después de muchas y muchas batallas con el espejo, en un intento de paz,
deja que el mundo sea mundo.
Nadie goza del albedrío suficiente para escapar de su cabeza antitética o de su monomanía.
Nadie goza tampoco de la astucia suficiente para escapar de la sociedad.
Por eso mismo, los hombres y las mujeres de esta tierra -cansados de aguantar jarrones de agua fría-
anteponemos restar alegremente tumbados en una hamaca hilada de disgustos
a combatir cara a cara frente a la realidad.
Mientras tanto nuestra carne se lacera con el paso de las primaveras superfluas
y poco a poco vamos asustándonos cada vez más
de actuar, de empezar, de crecer.
Cada vez somos más dóciles para el tiempo -también más bobos-
y finalmente acabamos sorbiendo, noche tras noche, una muerte sombría
que liga nuestras nalgas al cojín y paraliza nuestra valentía más audaz.
Hay todo un nido de fantasías que conquistar al que despreciamos y subestimamos;
nosotros preferimos desaprovechar la oportunidad de moldear la creación.
Preferimos vendernos al primer placer orgánico que pase
o permanecer adormecidos y cobardes ante la desesperación.
Somos la vergüenza de la Tierra;
hasta los lagartos, los mosquitos, los salmones, son más sabios que nosotros.
La raza humana no ha hallado aún su cargo y para nada quiere encontrarlo;
somos una chaqueta arrugada en el horizonte.
Somos más pusilánimes que un papel de aluminio aplastado,
somos la ironía más terca si verdaderamente tiene sentido vivir,
somos algo tan soso como insignificante;
nosotros preferimos ver la vida como espectadores a desafiar a los dioses,
nosotros preferimos aminorar a perseverar...
aunque eso suponga convertirnos en un objeto insípido y feo,
aunque eso suponga auto-inducirnos el coma.
Nosotros suicidamos nuestras auroras.
Nosotros pisamos todo aquello que vuele.
Nosotros tan sólo subsistimos tímidamente
por un laberinto de empleos, tareas y cintas de vídeo;
y, algunas veces, (sobretodo cuando disponemos de tiempo libre)
nos prestamos a ser solidarios, a comer el martes la comida de los lunes o a dar la mano al enemigo.
Compramos un habitáculo, conseguimos el primer empleo y, a partir de ahí,
orquestamos una rutina maravillosa para odiarla dos o tres quinquenios más tarde.
Constituimos un horario, formamos una familia,
adoptamos poco a poco una posición semejante a la del vencido,
reducimos nuestra actividad a pronosticar partidos de fútbol esperando una buena quiniela
y aparcamos, en un rincón tan negro como el ojo de un cuervo, nuestras metas.
Dejamos que la corriente se lleve a ella misma,
tejemos una telaraña de apatías felices tan elástica como idiota,
aplaudimos aquellos actores que el mass media dice que debemos aplaudir
y sabemos que nada de ésto es buena idea
si queremos hacer prosperar nuestro cometido más íntimo...
pero nos da igual.
¿Qué el senado censura hasta tu sonrisa más cobista? Qué más da.
¿Qué haces aerobic detrás del rentista de Hamelín? Qué más da.
¿Qué escribes poesía mejor que Bécquer o Lorca? Qué más da.
Preferimos apalancarnos en el paso de los días para flotar en un estanque completamente aplacado;
nuestra naturaleza está incapacitada para ser algo válido si hablamos de organización o de igualdad
y lo sabemos y lo oímos y lo notamos. Entonces (después de este fracaso monumental)
decidimos matarnos entre nosotros por un buen puesto, más que nada para poder tributar.
Las ciudades transcurren como enjambres de abejas sin más reina que la anomalía
y todos, repito -todos-, queremos salvarnos cómo podamos de esa catástrofe;
aquí es cuando el compañerismo queda a un lado
y cuando empieza la pugna asesina por el altar de las aspiraciones.
Sabemos que los fuertes progresan y que los débiles desvanecen
física y metafísicamente.
Debemos anteponer nuestra Presencia si queremos sobrevivir.
Debemos condenarnos a la transparencia si queremos perdurar.
Debemos entrar en acción y extendernos por el tiempo
si queremos habitar uno de los pocos sitios libres de este planeta coalescente.
Esta colosal y alocada hostilidad que nos envuelve,
delimita dos bandos de personas que combaten a muerte por una vida digna;
hay quiénes luchan por un renglón de sol en sus tragedias
y hay quiénes aguardan el milagro que circula en manos de la medicina,
la ciencia, las humanidades o cualquiera que pueda ayudar.
Hay quiénes avanzan debido a su esfuerzo y a su sacrificio
y hay quiénes restan estáticos comprando día tras día boletos de rasca y gana
al salir de trabajar 12 horas en el infierno industrial.
En medio de este paroxismo topológico
cosechamos, al fin, un orden en el ecosistema; injusto pero metódico:
hay quiénes triunfan y hay quiénes se lavan con cemento marca blanca,
hay quiénes cenan emparedados de gloria y hay quiénes cenan pan seco con insultos.
Es formidablemente fácil quedarse atrás encarcelado en la fragilidad
y exageradamente difícil tirar para delante hacia una utopía terrenal;
aunque la historia ha visto a un brasileño favelero convertirse en un famoso futbolista
y al hijo del presidente acabar abrasado por los grados de unos cuantos White Label's.
Por eso es indispensable no cesar nunca de insistir
en sincronizar nuestros objetivos con el paso del tiempo;
ser tozudos en calibrar aquella estancia en la vida que siempre hubiésemos deseado.
Moldear la aprensión del azar
y articular un movimiento hercúleo de fuerza
idéntico a lo que tu ímpetu y tu deseo quieran llegar a ser
-médico, artista, borracho...- ¿Qué más da? Todo vale cuando se está a gusto.
Dependiendo de tu incandescencia
o serás o anhelarás o te evaporarás;
tu presente es tu futuro.
Aquellos que soportan los temporales más homicidas...
sobreviven, crecen, tienen hijos aún más robustos y desean vivir.
Aquellos que viven continuamente esperando que todo cambie...
sobreviven unos años, crecen como pueden, tienen hijos deformes y ya nacieron muertos.
La selección natural actúa en los bastos reinos de sueños
como lo hace en las cigüeñas que emigran o se aclimatan, en la sociedad de consumo,
en el amigo que paulatinamente deja el círculo o en el sentimiento que cada vez sopla más lejos;
y llega un momento en que tienes ya 57 años,
estás sentado en la mesa de un restaurante chino leyendo el periódico
una mañana cualquiera
y te das cuenta, junto a tu galletita de la suerte,
que si tus propósitos hubiesen sido más fuertes
habrían sobrevivido al proceso
y tú habrías
perpetuado tu especie
y desarrollado tu espacio.
Quintí Casals
viernes, 13 de diciembre de 2013
Ir hacia la luz
Cuando una persona agoniza su último aliento,
cuando se desprende de su vida para ser carne inerte,
cuando su ataúd se tapia y todos se levantan a dar el pésame...
el público olvida todo cuánto sabe
acerca de ese hombre
y abarca todo cuánto siente
acerca de ese hombre.
Entonces se convierte en un objeto de culto, en un pozo de proezas;
algo que, de seguro, al muerto le hubiera encantado oír.
Supongo que los organismos de los allí presentes decaen débiles;
hecho que conlleva que, por fin, las cosas buenas que ese hombre hizo
puedan infectar la parca sensibilidad de aluminio que suele poseer la gente.
Sólo en el réquiem visitamos otras almas.
En Barcelona dicen que hace frío,
en Lleida se quejan que allí más;
en el Pirineo ríen a carcajada limpia;
estamos acostumbrados a pensar que tan sólo llueve en nuestro renglón.
Venga, todos juntos... ¡Somos unos putos egoístas; unos malditos mimados y consentidos egoístas!
Sin embargo, cuando alguien muere;
los corazones de los lastimados se encogen
y ese pobre pedazo de materia consumida
pasa a ser Bueno, Santo, Inocente...
aunque haya jugado al póquer con el mal
o que se haya resbalado adentro de un fosa peluda, fragosa y cruel.
El universo se despliega tan sólo cuando el sujeto perece,
cuando su hálito estéril está ya completamente aplastado;
después de tantos percances, las estrellas le rinden, por fin, la existencia viva;
esta típica y abyecta crisis es común en el hombre de a pie.
Cuando alguien muere;
los familiares, los amigos, los testigos
dejan atrás la razón, se ponen de acuerdo y aprueban, al fin, aprueban
(bailando, llorando, comiendo en el susodicho funeral)
que el difunto en cuestión
sea apto para vivir
y no para morir.
Quintí Casals
cuando se desprende de su vida para ser carne inerte,
cuando su ataúd se tapia y todos se levantan a dar el pésame...
el público olvida todo cuánto sabe
acerca de ese hombre
y abarca todo cuánto siente
acerca de ese hombre.
Entonces se convierte en un objeto de culto, en un pozo de proezas;
algo que, de seguro, al muerto le hubiera encantado oír.
Supongo que los organismos de los allí presentes decaen débiles;
hecho que conlleva que, por fin, las cosas buenas que ese hombre hizo
puedan infectar la parca sensibilidad de aluminio que suele poseer la gente.
Sólo en el réquiem visitamos otras almas.
En Barcelona dicen que hace frío,
en Lleida se quejan que allí más;
en el Pirineo ríen a carcajada limpia;
estamos acostumbrados a pensar que tan sólo llueve en nuestro renglón.
Venga, todos juntos... ¡Somos unos putos egoístas; unos malditos mimados y consentidos egoístas!
Sin embargo, cuando alguien muere;
los corazones de los lastimados se encogen
y ese pobre pedazo de materia consumida
pasa a ser Bueno, Santo, Inocente...
aunque haya jugado al póquer con el mal
o que se haya resbalado adentro de un fosa peluda, fragosa y cruel.
El universo se despliega tan sólo cuando el sujeto perece,
cuando su hálito estéril está ya completamente aplastado;
después de tantos percances, las estrellas le rinden, por fin, la existencia viva;
esta típica y abyecta crisis es común en el hombre de a pie.
Cuando alguien muere;
los familiares, los amigos, los testigos
dejan atrás la razón, se ponen de acuerdo y aprueban, al fin, aprueban
(bailando, llorando, comiendo en el susodicho funeral)
que el difunto en cuestión
sea apto para vivir
y no para morir.
Quintí Casals
jueves, 12 de diciembre de 2013
La ESO
Esas tardes con el culo sudado sobre el pupitre
en que Irina traía un buen escote y Anna unos shorts ajustados,
las clases de matemáticas avanzaban con varios incidentes por minuto
como mi vida futura; pero ésto yo entonces no lo sabía.
Había los típicos matones, había los típicos empollones,
había las típicas pasiones, había la típica esperanza;
joder, aquello parecía una película de Hollywood.
Los profesores, soberbios, desbordaban cualquier argumento fúnebre
de la boca de un rebelde y como quién no quiere la cosa; cada vez había más rebeldes.
Yo, poseía unas alas de paloma aventajada
que revivían tibiamente el trance y, a veces, incluso discurseaban bien;
pero ésto para nada gustaba a esos cerebros de piña.
Aquella época estuvo bien: no era consciente que mi vida
se derramaba por un tobogán hacia la muerte
o que la televisión escupía unos anuncios tan estúpidos.
Las rosas eran rosas; me daba igual su putrefacción.
Los setiembres soplaban
y pronto junio ya se había solapado.
Todo era inmensamente rápido.
Todo era inmensamente inmenso.
Más tarde, conocí otro tipo de tardes
dónde el Demonio estrujaba mi caja torácica
y mi alma se escurría gota a gota
sobre una tumba de olores fuertes.
Mis vértebras ardían en un fuego
de tinieblas lívidas, de sorpresas rancias,
que me transportaban a diciembres extraños
serpenteando por hospitales desnutridos
o hacia otro medio de vida mucho más clandestino.
Sudar el culo en el pupitre... qué recuerdos tan bonitos.
Qué fugacidad tan tierna me envolvía
cuando las feromonas ofuscaban el avance del camino.
Quintí Casals
en que Irina traía un buen escote y Anna unos shorts ajustados,
las clases de matemáticas avanzaban con varios incidentes por minuto
como mi vida futura; pero ésto yo entonces no lo sabía.
Había los típicos matones, había los típicos empollones,
había las típicas pasiones, había la típica esperanza;
joder, aquello parecía una película de Hollywood.
Los profesores, soberbios, desbordaban cualquier argumento fúnebre
de la boca de un rebelde y como quién no quiere la cosa; cada vez había más rebeldes.
Yo, poseía unas alas de paloma aventajada
que revivían tibiamente el trance y, a veces, incluso discurseaban bien;
pero ésto para nada gustaba a esos cerebros de piña.
Aquella época estuvo bien: no era consciente que mi vida
se derramaba por un tobogán hacia la muerte
o que la televisión escupía unos anuncios tan estúpidos.
Las rosas eran rosas; me daba igual su putrefacción.
Los setiembres soplaban
y pronto junio ya se había solapado.
Todo era inmensamente rápido.
Todo era inmensamente inmenso.
Más tarde, conocí otro tipo de tardes
dónde el Demonio estrujaba mi caja torácica
y mi alma se escurría gota a gota
sobre una tumba de olores fuertes.
Mis vértebras ardían en un fuego
de tinieblas lívidas, de sorpresas rancias,
que me transportaban a diciembres extraños
serpenteando por hospitales desnutridos
o hacia otro medio de vida mucho más clandestino.
Sudar el culo en el pupitre... qué recuerdos tan bonitos.
Qué fugacidad tan tierna me envolvía
cuando las feromonas ofuscaban el avance del camino.
Quintí Casals
Asesinos a sueldo
Es una hecatombe verdaderamente triste
ver cómo muchas familias amasan su pena al aire libre
o ver cómo sus orejas se ponen extremadamente rojitas
al pasar más de tres horas pidiendo limosna en la calle.
Una vacada de mujeres gordas, junto a sus abrigos de bisonte,
ningunean y acreditan el porqué de esas orejas rosa fosforito;
articulan emblemas como "algo habrán hecho para estar así"
o "si esta gente no existiera, todo iría mucho mejor".
El génesis que se le aproxima a la raza humana
por la calle de al lado
es una locura ciertamente homicida.
La cámara de gas sólo fue el preludio;
hoy en día, los ciudadanos de este mundo cabrón
nos codeamos con dandys recatados, con hobbies de alto standing,
en la sala de espera de un paraíso artificial con aforo limitado.
Afuera una epidemia indirecta
de hipotecas suicidas, carteras vaporizadas y anemias salvajes
cotiza el mercado y come de las vísceras flacas del pobre.
El mundo es una acuarela preciosa
pintada con la sangre de los desgraciados.
Los bienaventurados asesinamos lo insignificante, lo descuartizamos
y lo dejamos de lado, pero... ¡Ni se te ocurra decirlo!
Miles de personas mueren cada día de asfixia
por los precios ajustados, pero.... ¡Ni se te ocurra decirlo!
Quintí Casals
ver cómo muchas familias amasan su pena al aire libre
o ver cómo sus orejas se ponen extremadamente rojitas
al pasar más de tres horas pidiendo limosna en la calle.
Una vacada de mujeres gordas, junto a sus abrigos de bisonte,
ningunean y acreditan el porqué de esas orejas rosa fosforito;
articulan emblemas como "algo habrán hecho para estar así"
o "si esta gente no existiera, todo iría mucho mejor".
El génesis que se le aproxima a la raza humana
por la calle de al lado
es una locura ciertamente homicida.
La cámara de gas sólo fue el preludio;
hoy en día, los ciudadanos de este mundo cabrón
nos codeamos con dandys recatados, con hobbies de alto standing,
en la sala de espera de un paraíso artificial con aforo limitado.
Afuera una epidemia indirecta
de hipotecas suicidas, carteras vaporizadas y anemias salvajes
cotiza el mercado y come de las vísceras flacas del pobre.
El mundo es una acuarela preciosa
pintada con la sangre de los desgraciados.
Los bienaventurados asesinamos lo insignificante, lo descuartizamos
y lo dejamos de lado, pero... ¡Ni se te ocurra decirlo!
Miles de personas mueren cada día de asfixia
por los precios ajustados, pero.... ¡Ni se te ocurra decirlo!
Quintí Casals
La mandarina
En medio del germen del miedo primigenio,
del gris de los rascacielos, del misterio de la sangre...
en medio de las moscas que despellejan la mierda,
del sexo ultrasulfúrico, del unicornio que nunca nació...
existe la mandarina;
el sabor robusto de la mandarina, el color robusto de la mandarina,
el tejido robusto de la mandarina, el lenguaje robusto de la mandarina.
Existe un resplandor que abrasa el humo sucio.
Existe la vivacidad, la fuerza, la lágrima satisfecha ante la avería anímica.
La fortuna es un bien hermosamente anticipado
que, por mala suerte, desconocemos
por remontarnos precipitadamente a la verdad conocida.
Últimamente paso las tardes oscilando entre la UVI y la UCI,
nervioso fumando en salas mugrientas o cavilando sobre si estuvo bien avanzar hacia la revolución industrial;
esta situación me sobrepasa, pero prefiero pensar que a veces la lotería toca al jugador más involuntario.
Hoy por hoy los peces me superan, los folios en blanco me superan,
las rocas fatalmente inmóviles me superan;
pero existe la mandarina.
Existen las margaritas que crecen en los prados, los hombres de barbas sabias,
la areola derecha de Eva, las mañanas cálidas al sol.
Existen los caballitos de mar que anidan algas verdes, los abrazos a las nubes,
la complicidad de un libro, el mordisco incauto al chocolate.
Existen las carantoñas inmortales de una madre, las muecas de los niños,
la caricia del agua al rostro adormecido, el arco-iris que pinta el cielo de color.
Existen momentos en que la materia
quiere ser buena, educada, acogedora
para contrarrestar así el malvado rastro de la realidad.
Sentado en un bar aspiro unos sorbos de prosperidad
y pienso en cómo las circuncisiones del júbilo
buscan desesperadas un encanto nuevo
en este espacio de aire sobre-explotado.
En el cráneo de la humanidad yacen tres docenas de corazones violados,
los oxidados sueños de un chiquillo keniata y la degradación prolífica de la civilización;
pero existe la mandarina, pero existe la mandarina, pero existe la mandarina.
Es cierto que existen, también; las cucarachas, las jaulas, los orgasmos sintéticos
y es cierto, también, que, por lo general; gobiernan el mundo
el hombre típico, la brisa asfixiante, el vértigo del riesgo.
Es cierto que la suerte no siempre te sonríe,
que hoy estoy en la UVI y que no sé el porqué de mi rumbo en la Tierra;
pero lo cierto y más cierto a todo esto...
es que la vida (por encima de su cadáver)
es milagrosamente bella.
Quintí Casals
del gris de los rascacielos, del misterio de la sangre...
en medio de las moscas que despellejan la mierda,
del sexo ultrasulfúrico, del unicornio que nunca nació...
existe la mandarina;
el sabor robusto de la mandarina, el color robusto de la mandarina,
el tejido robusto de la mandarina, el lenguaje robusto de la mandarina.
Existe un resplandor que abrasa el humo sucio.
Existe la vivacidad, la fuerza, la lágrima satisfecha ante la avería anímica.
La fortuna es un bien hermosamente anticipado
que, por mala suerte, desconocemos
por remontarnos precipitadamente a la verdad conocida.
Últimamente paso las tardes oscilando entre la UVI y la UCI,
nervioso fumando en salas mugrientas o cavilando sobre si estuvo bien avanzar hacia la revolución industrial;
esta situación me sobrepasa, pero prefiero pensar que a veces la lotería toca al jugador más involuntario.
Hoy por hoy los peces me superan, los folios en blanco me superan,
las rocas fatalmente inmóviles me superan;
pero existe la mandarina.
Existen las margaritas que crecen en los prados, los hombres de barbas sabias,
la areola derecha de Eva, las mañanas cálidas al sol.
Existen los caballitos de mar que anidan algas verdes, los abrazos a las nubes,
la complicidad de un libro, el mordisco incauto al chocolate.
Existen las carantoñas inmortales de una madre, las muecas de los niños,
la caricia del agua al rostro adormecido, el arco-iris que pinta el cielo de color.
Existen momentos en que la materia
quiere ser buena, educada, acogedora
para contrarrestar así el malvado rastro de la realidad.
Sentado en un bar aspiro unos sorbos de prosperidad
y pienso en cómo las circuncisiones del júbilo
buscan desesperadas un encanto nuevo
en este espacio de aire sobre-explotado.
En el cráneo de la humanidad yacen tres docenas de corazones violados,
los oxidados sueños de un chiquillo keniata y la degradación prolífica de la civilización;
pero existe la mandarina, pero existe la mandarina, pero existe la mandarina.
Es cierto que existen, también; las cucarachas, las jaulas, los orgasmos sintéticos
y es cierto, también, que, por lo general; gobiernan el mundo
el hombre típico, la brisa asfixiante, el vértigo del riesgo.
Es cierto que la suerte no siempre te sonríe,
que hoy estoy en la UVI y que no sé el porqué de mi rumbo en la Tierra;
pero lo cierto y más cierto a todo esto...
es que la vida (por encima de su cadáver)
es milagrosamente bella.
Quintí Casals
martes, 10 de diciembre de 2013
Apocalipsis de bolsillo
Paso los inviernos en la calle observando las variadas conductas de la naturaleza,
en coches dónde la música techno eclipsa cualquier palabra sabia
o en bares dónde, junto a unas cervezas, dos amigos y dos traga-perras, nos dejamos la vida.
Pienso si la física cuántica resolverá al fin el misterio de la muerte...
¿Quién sabe? ¿Quién sabe? ¿Quién sabe?
Paso los veranos en las plazas observando las variadas conductas de la sociedad,
en bibliotecas dónde la poesía muere entre dunas inmensas de polvo
o en terrazas dónde, junto a unas cervezas, dos amigos y dos pitillos aliñados, nos dejamos la vida.
Pienso si alguna criatura es consciente de veras de ser consciente...
¿Quién sabe? ¿Quién sabe? ¿Quién sabe?
Las primaveras y los otoños
pasan también. Yo paso la aspiradora por el salón
y sin querer me llevo gran parte de mi existencia.
Pienso si merece la pena arriesgarse a vivir...
¿Quién sabe? ¿Quién sabe? ¿Quién sabe?
A veces me gustaría llevar una gorra de los Yankees,
ver blanco dónde hay blanco o no sufrir tanto el peso del aire
al inspirarlo.
A veces me gustaría aprender a existir;
buscar un cielo despejado, dejar de mirar al suelo pastoso:
apreciar las fresas del matorral, las mujeres bonitas del pub, los procesos químicos del clima;
apreciar como los hombres hemos llegado a los motores de explosión, a la educación pública, a vender la comida empaquetada...
pero lo analizo veintitrés veces y media
y tan sólo encuentro cuatro poemas críticos, varios vertederos metropolitanos
y algunas texturas o sabores agradables.
No encuentro motivos para adorar aquello que no sea estupendamente excelente
¿Para qué iba a perder el tiempo? ¿Para qué iba a suicidarme prematuramente?
Tarde o temprano todo se acaba, te hiere o no sabes ni para qué coño sirve.
Todo es transitorio, el amor es caduco, el mito una farsa...
y es un infierno saberlo;
es sumamente detestable a la vez que cómodo
llegar a ser un cobarde incapaz de amar.
Suelo añorar dejarme llevar,
suelo añorar el bienestar emocional,
suelo añorar el silencio húmedo del alma...
La verdad es que me hubiera gustado
llevar una vida fácil
-ya saben-
Tener una polla como la de un caballo,
leer cuentos de hadas con moraleja final,
preocuparme tan sólo por el mañana etéreo,
tener empleo, equipo de música y un rebaño de deseos.
Ir a la opera de vez en cuando,
estudiar el periódico deportivo letra por letra,
atiborrarme de patatas fritas mientras me enamoro,
hacer unos abdominales después para compensar.
La verdad es que me hubiera gustado
llevar una vida fácil...
pero no,
yo tuve
que justificar
toda realidad ajena;
pero no,
yo tuve
que nacer
poeta de mierda.
Quintí Casals
en coches dónde la música techno eclipsa cualquier palabra sabia
o en bares dónde, junto a unas cervezas, dos amigos y dos traga-perras, nos dejamos la vida.
Pienso si la física cuántica resolverá al fin el misterio de la muerte...
¿Quién sabe? ¿Quién sabe? ¿Quién sabe?
Paso los veranos en las plazas observando las variadas conductas de la sociedad,
en bibliotecas dónde la poesía muere entre dunas inmensas de polvo
o en terrazas dónde, junto a unas cervezas, dos amigos y dos pitillos aliñados, nos dejamos la vida.
Pienso si alguna criatura es consciente de veras de ser consciente...
¿Quién sabe? ¿Quién sabe? ¿Quién sabe?
Las primaveras y los otoños
pasan también. Yo paso la aspiradora por el salón
y sin querer me llevo gran parte de mi existencia.
Pienso si merece la pena arriesgarse a vivir...
¿Quién sabe? ¿Quién sabe? ¿Quién sabe?
A veces me gustaría llevar una gorra de los Yankees,
ver blanco dónde hay blanco o no sufrir tanto el peso del aire
al inspirarlo.
A veces me gustaría aprender a existir;
buscar un cielo despejado, dejar de mirar al suelo pastoso:
apreciar las fresas del matorral, las mujeres bonitas del pub, los procesos químicos del clima;
apreciar como los hombres hemos llegado a los motores de explosión, a la educación pública, a vender la comida empaquetada...
pero lo analizo veintitrés veces y media
y tan sólo encuentro cuatro poemas críticos, varios vertederos metropolitanos
y algunas texturas o sabores agradables.
No encuentro motivos para adorar aquello que no sea estupendamente excelente
¿Para qué iba a perder el tiempo? ¿Para qué iba a suicidarme prematuramente?
Tarde o temprano todo se acaba, te hiere o no sabes ni para qué coño sirve.
Todo es transitorio, el amor es caduco, el mito una farsa...
y es un infierno saberlo;
es sumamente detestable a la vez que cómodo
llegar a ser un cobarde incapaz de amar.
Suelo añorar dejarme llevar,
suelo añorar el bienestar emocional,
suelo añorar el silencio húmedo del alma...
La verdad es que me hubiera gustado
llevar una vida fácil
-ya saben-
Tener una polla como la de un caballo,
leer cuentos de hadas con moraleja final,
preocuparme tan sólo por el mañana etéreo,
tener empleo, equipo de música y un rebaño de deseos.
Ir a la opera de vez en cuando,
estudiar el periódico deportivo letra por letra,
atiborrarme de patatas fritas mientras me enamoro,
hacer unos abdominales después para compensar.
La verdad es que me hubiera gustado
llevar una vida fácil...
pero no,
yo tuve
que justificar
toda realidad ajena;
pero no,
yo tuve
que nacer
poeta de mierda.
Quintí Casals
Enfermedad de nacimiento
Cuando la vagina se contrae ante la visita del pene,
cuando un hilo de semen conoce a un óvulo fértil,
cuando el embrión emprende la búsqueda al ser o no ser...
medra un clavel
en el alma.
Cuando la vagina se dilata ante la visita del bebé indiscreto,
cuando el niño va a la escuela a formarse como un individuo social,
cuando el viejo recuerda su vida como funcionario público...
agoniza un clavel
en el alma.
Ha nevado muchas veces,
ha amanecido muchas otras.
El sol se ha helado muchas veces,
la luna se ha quemado muchas otras.
La carne del niño nace tierna
pero endurece con el tiempo.
¿Qué le vamos a hacer?
Conforme pasan las estaciones
el hombre que nace
se arrastra por la vida
hasta morir fatalmente
en las abruptas cumbres del odio.
Deja atrás el placer de salir a jugar los domingos de sol
y se encierra en su organismo hermético
para negarse la vida.
Desprecia el latir de los otros corazones, reniega de los jóvenes
y cuando emprende un acto simpático diluye un intento de sonrisa en su cara.
Empieza a beber, a peinarse con gomina, a criticar recatadamente
y a pensar más en lo que dice la gente que en lo que ésta piensa.
Sus extremidades se transfiguran a figuras de paja,
aleja hábilmente su rastro de la utopía y mea, si puede, cada día en las flores del edén.
Se aburre de buscar la felicidad, se aburre del paso sus días sinónimos,
entela su cometido más íntimo y, entonces, decide odiar todo.
Odia al vecino de enfrente, odia la nueva ley del matrimonio homosexual,
odia las espinacas, los higos, el bacon
y todo aquello que tenga sombra.
Odia las mujeres, odia a los hombres, odia a los "sin-papeles" que venden cerveza,
odia las tiendas de lencería, odia las librerías de la calle mayor
y odia, por supuesto, "su" casa.
Odia el existencialismo, odia visitar ciertas páginas de Internet, odia los trofeos
y odia en exceso los perros "¿Pero cómo pueden dejarles cagar en la vía pública?"
Odia a su amigo por tener una novia "que no se merece",
odia las piedras "por nunca decir nada"
y odia los alientos armónicos "por decir demasiado".
Odia el amor, odia el odio, odia los sin-techo, odia los famosos,
odia "su" trabajo sea cuál sea, odia "su" esposa sea cuál sea, odia "su" vida sea cuál sea.
El hombre que nace
odia todo, todo, todo... aquello que pueda ser odiado
hasta
un día (al fin)
odiarse a sí mismo
por haber pasado
toda una vida
muriendo
en las abruptas cumbres del odio.
Quintí Casals
cuando un hilo de semen conoce a un óvulo fértil,
cuando el embrión emprende la búsqueda al ser o no ser...
medra un clavel
en el alma.
Cuando la vagina se dilata ante la visita del bebé indiscreto,
cuando el niño va a la escuela a formarse como un individuo social,
cuando el viejo recuerda su vida como funcionario público...
agoniza un clavel
en el alma.
Ha nevado muchas veces,
ha amanecido muchas otras.
El sol se ha helado muchas veces,
la luna se ha quemado muchas otras.
La carne del niño nace tierna
pero endurece con el tiempo.
¿Qué le vamos a hacer?
Conforme pasan las estaciones
el hombre que nace
se arrastra por la vida
hasta morir fatalmente
en las abruptas cumbres del odio.
Deja atrás el placer de salir a jugar los domingos de sol
y se encierra en su organismo hermético
para negarse la vida.
Desprecia el latir de los otros corazones, reniega de los jóvenes
y cuando emprende un acto simpático diluye un intento de sonrisa en su cara.
Empieza a beber, a peinarse con gomina, a criticar recatadamente
y a pensar más en lo que dice la gente que en lo que ésta piensa.
Sus extremidades se transfiguran a figuras de paja,
aleja hábilmente su rastro de la utopía y mea, si puede, cada día en las flores del edén.
Se aburre de buscar la felicidad, se aburre del paso sus días sinónimos,
entela su cometido más íntimo y, entonces, decide odiar todo.
Odia al vecino de enfrente, odia la nueva ley del matrimonio homosexual,
odia las espinacas, los higos, el bacon
y todo aquello que tenga sombra.
Odia las mujeres, odia a los hombres, odia a los "sin-papeles" que venden cerveza,
odia las tiendas de lencería, odia las librerías de la calle mayor
y odia, por supuesto, "su" casa.
Odia el existencialismo, odia visitar ciertas páginas de Internet, odia los trofeos
y odia en exceso los perros "¿Pero cómo pueden dejarles cagar en la vía pública?"
Odia a su amigo por tener una novia "que no se merece",
odia las piedras "por nunca decir nada"
y odia los alientos armónicos "por decir demasiado".
Odia el amor, odia el odio, odia los sin-techo, odia los famosos,
odia "su" trabajo sea cuál sea, odia "su" esposa sea cuál sea, odia "su" vida sea cuál sea.
El hombre que nace
odia todo, todo, todo... aquello que pueda ser odiado
hasta
un día (al fin)
odiarse a sí mismo
por haber pasado
toda una vida
muriendo
en las abruptas cumbres del odio.
Quintí Casals
viernes, 6 de diciembre de 2013
El muchachito
Tengo un muchachito dentro de mi corazón
que cuando la niebla tensa espesa los momentos
sale a jugar y a reír y a amar incondicionalmente.
A veces llora, a veces respira con la rigidez de un torrente,
a veces frunce el ceño por encima de su pena,
a veces vive literalmente.
Tengo un muchachito dentro de mi corazón
que remolca un sol en los labios, que juega a los Playmobil,
que no soporta las alcachofas y que prefiere la fe antes que a los ojos.
Canta por los pasillos del alma, dibuja dragones en la historia,
da achuchones a los sin-techo, discrepa las costumbres enquistadas.
Avinagra las rodajas de tomate en las ensaladas, no percibe malas hierbas en el jardín,
saborea los cuadros barrocos del Prado o simplemente se enamora de cualquiera.
Acaricia las hormigas, considera bello al gentío de vez en cuando,
se apasiona con la curva del boomerang y guarda en su bolsillo unas pocas sonrisas transitorias.
Para él un libro es una sorpresa deliciosa, la visita del abuelo es una sorpresa deliciosa,
dar de comer al cisne es una sorpresa deliciosa, conocer una palabra nueva es una sorpresa deliciosa.
A veces erra por los tanatorios, a veces se embarra en la nada,
a veces se ahoga en el ron del Mercadona,
a veces come kilos y kilos de ansiedad coagulada.
Tengo un muchachito dentro de mi corazón
que no entiende porqué el pegamento deja las yemas de los dedos pringosas,
que no entiende porqué está encarnado en un nombre propio,
que no entiende porqué el rojo es rojo.
Le apasionan el aspecto de las pasas, las cotorras de las copas de los árboles,
poder caminar sobre las baldosas de dos en dos.
Se escurre de los extraños como un ciervo asustado, pinta bodegones sencillos,
juega con los perros tardes enteras o baila canciones ligeras cuando hay boda.
Monta a las montañas rusas quinientas veces, come helado en verano,
despierta cuando el despertador se ha acostado y adora el temblor de la ciudad.
Le encanta la familia Addams, le encanta soplar un diente de león,
le encanta el porvenir de las orugas, le encanta la textura que la vida enmarca.
A veces se empapa de una lluvia de fuego, a veces piensa demasiado,
a veces es incapaz de limpiarse el culo con flores,
a veces tiene los pies al suelo clavados.
Tengo un muchachito dentro de mi corazón
que cuando la niebla tensa espesa los momentos
sale a jugar y a reír y a amar incondicionalmente;
pero a veces -quisiera decir muchas veces-
al mundo no le parece del todo bien su labor
y el muchachito -quisiera decir el pobre muchachito-
muere ante el acecho implacable de la pendiente.
Quintí Casals
que cuando la niebla tensa espesa los momentos
sale a jugar y a reír y a amar incondicionalmente.
A veces llora, a veces respira con la rigidez de un torrente,
a veces frunce el ceño por encima de su pena,
a veces vive literalmente.
Tengo un muchachito dentro de mi corazón
que remolca un sol en los labios, que juega a los Playmobil,
que no soporta las alcachofas y que prefiere la fe antes que a los ojos.
Canta por los pasillos del alma, dibuja dragones en la historia,
da achuchones a los sin-techo, discrepa las costumbres enquistadas.
Avinagra las rodajas de tomate en las ensaladas, no percibe malas hierbas en el jardín,
saborea los cuadros barrocos del Prado o simplemente se enamora de cualquiera.
Acaricia las hormigas, considera bello al gentío de vez en cuando,
se apasiona con la curva del boomerang y guarda en su bolsillo unas pocas sonrisas transitorias.
Para él un libro es una sorpresa deliciosa, la visita del abuelo es una sorpresa deliciosa,
dar de comer al cisne es una sorpresa deliciosa, conocer una palabra nueva es una sorpresa deliciosa.
A veces erra por los tanatorios, a veces se embarra en la nada,
a veces se ahoga en el ron del Mercadona,
a veces come kilos y kilos de ansiedad coagulada.
Tengo un muchachito dentro de mi corazón
que no entiende porqué el pegamento deja las yemas de los dedos pringosas,
que no entiende porqué está encarnado en un nombre propio,
que no entiende porqué el rojo es rojo.
Le apasionan el aspecto de las pasas, las cotorras de las copas de los árboles,
poder caminar sobre las baldosas de dos en dos.
Se escurre de los extraños como un ciervo asustado, pinta bodegones sencillos,
juega con los perros tardes enteras o baila canciones ligeras cuando hay boda.
Monta a las montañas rusas quinientas veces, come helado en verano,
despierta cuando el despertador se ha acostado y adora el temblor de la ciudad.
Le encanta la familia Addams, le encanta soplar un diente de león,
le encanta el porvenir de las orugas, le encanta la textura que la vida enmarca.
A veces se empapa de una lluvia de fuego, a veces piensa demasiado,
a veces es incapaz de limpiarse el culo con flores,
a veces tiene los pies al suelo clavados.
Tengo un muchachito dentro de mi corazón
que cuando la niebla tensa espesa los momentos
sale a jugar y a reír y a amar incondicionalmente;
pero a veces -quisiera decir muchas veces-
al mundo no le parece del todo bien su labor
y el muchachito -quisiera decir el pobre muchachito-
muere ante el acecho implacable de la pendiente.
Quintí Casals
martes, 3 de diciembre de 2013
Todo aquello que hubieses podido soñar
Ten un empleo fijo. Ten un seguro dental. Ten un jardín con naranjeros.
Ten por lo menos dos o tres hijos. Ten un proyecto consolidado. Ten una buena carrera universitaria.
Ten un televisor de plasma gigante, ten un buen orejero dónde verlo y ten, también, siempre la nevera llena.
Ten dinero suficiente para poder permitirte un asilo.
Ten una bici estática para poder mantener la forma. Ten una hipoteca sutil para poder respirar en condiciones.
Ten muñecas bonitas para tu hija, ten sueños imposibles para tu erosión y ten, también, principios de cartera para tu jefe.
Ten una rutina fértil y ten de regalo una cama confortable y un hastío omnipresente.
Ten un perfil en Facebook. Ten una cuenta en YouPorn. Ten una Visa Oro.
Ten un teléfono móvil, ten una mujer guapa y ten, también, una canción de auto-ayuda.
Ten cuatro o seis excusas. Ten una filosofía absurda. Ten una patria y paga tus impuestos.
Ten un nombre serio. Ten un apodo guay. Ten tu funeral bien pagado.
Definitivamente, ten tu vida hecha.
Definitivamente, ten tu vida hueca.
Definitivamente, ten tu vida muerta.
Quintí Casals
Ten por lo menos dos o tres hijos. Ten un proyecto consolidado. Ten una buena carrera universitaria.
Ten un televisor de plasma gigante, ten un buen orejero dónde verlo y ten, también, siempre la nevera llena.
Ten dinero suficiente para poder permitirte un asilo.
Ten una bici estática para poder mantener la forma. Ten una hipoteca sutil para poder respirar en condiciones.
Ten muñecas bonitas para tu hija, ten sueños imposibles para tu erosión y ten, también, principios de cartera para tu jefe.
Ten una rutina fértil y ten de regalo una cama confortable y un hastío omnipresente.
Ten un perfil en Facebook. Ten una cuenta en YouPorn. Ten una Visa Oro.
Ten un teléfono móvil, ten una mujer guapa y ten, también, una canción de auto-ayuda.
Ten cuatro o seis excusas. Ten una filosofía absurda. Ten una patria y paga tus impuestos.
Ten un nombre serio. Ten un apodo guay. Ten tu funeral bien pagado.
Definitivamente, ten tu vida hecha.
Definitivamente, ten tu vida hueca.
Definitivamente, ten tu vida muerta.
Quintí Casals
Supervivencia
Porque perdí la fe en la gente,
porque tomo speed de vez en cuando,
porque soy equívoco en el sistema social... tengo miedo.
Porque estoy en plena crisis existencial,
porque las palomas ya no vuelan como antes,
porque Barcelona ruge ariscamente sin parar... ando cada vez más rápido.
Busco un nirvana, una paz, un lugar mejor.
Huyo del cinismo disuelto,
del aspaviento publicista, de la multitud babieca...
pero no diviso refugio alguno.
Me deslizo por arenas movedizas
de Dunkin' Donuts, KFC's, Media Markt's...
pero no diviso refugio alguno.
Me bombardean las pupilas los anuncios de los paneles publicitarios,
los flyers de puticlubs baratos, la cartelera con la última película de Ben Affleck...
pero no diviso refugio alguno.
El atractivo de sus logotipos coloridos y geométricos
me enreda, me muerde, me agarra violentamente del brazo
repetidas veces
hasta que, al fin,
logro colarme por la boca del metro.
Bajo las escaleras mecánicas de salto en salto,
me cuelo por el acceso y no parece que allí vaya a encontrar ningún paraíso.
Los megáfonos del techo recitan poesía comercial,
los vagabundos se lanzan a la fama y los cubos de basura suelen comer bien allí.
Definitivamente, no es el paraíso.
Definitivamente, continuo teniendo miedo.
"Compre el nuevo Mercedes Clase A",
"Felaciones por 20 euros na'más"...
retumban unas amenas voces asincrónicas.
"Pon tus sueños a jugar",
"Ten una aventura. Revive la pasión"
retumban unos nuevos y estudiados eslogans radiofónicos.
Cientos de teléfonos móviles plañen desesperados
y yo no consigo soportarlos.
El aire pesa demasiado
y yo no consigo soportarlo.
Jadeo, jadeo, jadeo...
El metro llega, entro, me miran varios ojos curiosos.
Me siento, acomodo mi trasero, no me encuentro bien.
Unos tortolitos miran como dos o tres gotas de sudor lloran en mi frente
y hablan en voz baja y hablan en voz baja y hablan en voz baja.
Wall Street sigue derrumbándose a tientas
y Stalin cada vez viste más las camisetas de los jóvenes;
pero yo, en cambio, yo; sigo sentado allí a solas con la angustia.
Oigo unas conversaciones cóncavas (demasiado cóncavas) llevadas a cabo por unas universitarias tetonas
y se podría decir que mis miradas hacia ellas valdrían como intento de asesinato.
No acostumbro a ser violento, intolerante o narcisista;
pero hoy el mundo se me está quedando demasiado corto
y la línea del metro se me está haciendo demasiado larga.
Quintí Casals
porque tomo speed de vez en cuando,
porque soy equívoco en el sistema social... tengo miedo.
Porque estoy en plena crisis existencial,
porque las palomas ya no vuelan como antes,
porque Barcelona ruge ariscamente sin parar... ando cada vez más rápido.
Busco un nirvana, una paz, un lugar mejor.
Huyo del cinismo disuelto,
del aspaviento publicista, de la multitud babieca...
pero no diviso refugio alguno.
Me deslizo por arenas movedizas
de Dunkin' Donuts, KFC's, Media Markt's...
pero no diviso refugio alguno.
Me bombardean las pupilas los anuncios de los paneles publicitarios,
los flyers de puticlubs baratos, la cartelera con la última película de Ben Affleck...
pero no diviso refugio alguno.
El atractivo de sus logotipos coloridos y geométricos
me enreda, me muerde, me agarra violentamente del brazo
repetidas veces
hasta que, al fin,
logro colarme por la boca del metro.
Bajo las escaleras mecánicas de salto en salto,
me cuelo por el acceso y no parece que allí vaya a encontrar ningún paraíso.
Los megáfonos del techo recitan poesía comercial,
los vagabundos se lanzan a la fama y los cubos de basura suelen comer bien allí.
Definitivamente, no es el paraíso.
Definitivamente, continuo teniendo miedo.
"Compre el nuevo Mercedes Clase A",
"Felaciones por 20 euros na'más"...
retumban unas amenas voces asincrónicas.
"Pon tus sueños a jugar",
"Ten una aventura. Revive la pasión"
retumban unos nuevos y estudiados eslogans radiofónicos.
Cientos de teléfonos móviles plañen desesperados
y yo no consigo soportarlos.
El aire pesa demasiado
y yo no consigo soportarlo.
Jadeo, jadeo, jadeo...
El metro llega, entro, me miran varios ojos curiosos.
Me siento, acomodo mi trasero, no me encuentro bien.
Unos tortolitos miran como dos o tres gotas de sudor lloran en mi frente
y hablan en voz baja y hablan en voz baja y hablan en voz baja.
Wall Street sigue derrumbándose a tientas
y Stalin cada vez viste más las camisetas de los jóvenes;
pero yo, en cambio, yo; sigo sentado allí a solas con la angustia.
Oigo unas conversaciones cóncavas (demasiado cóncavas) llevadas a cabo por unas universitarias tetonas
y se podría decir que mis miradas hacia ellas valdrían como intento de asesinato.
No acostumbro a ser violento, intolerante o narcisista;
pero hoy el mundo se me está quedando demasiado corto
y la línea del metro se me está haciendo demasiado larga.
Quintí Casals
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