miércoles, 4 de junio de 2014

Utopía y desencanto

Bajo el preámbulo preconcebido de existir, bajo el parámetro equitativo de sentir... se edifican, después de múltiples experiencias y armagdeones sensoriales, los parámetros sagrados del estar. La consciencia en el causa-efecto se construye entre el sujeto y el objeto. Se acoplan galaxias a trabazones de neuronas, se acoplan trabazones de neuronas a ejércitos de órganos, se acoplan ejércitos de órganos a galaxias y... -pam-... existes. Y... -pam-... un mundo a tus pies. Todo un oxígeno que aspirar. Toda una tierra de la que aprender.

Y miramos y contemplamos la creación aparente de nuestra imagen, de nuestro tacto. Y miramos y buscamos dónde anda la perfección. Y creamos dioses y creamos ciencias y nos volvemos locos en la banalidad de ser polvo que se evapora. Y no y no, lo hacemos mal, lo hacemos mal. La perfección no anda en ser mortal o inmortal, la perfección no anda en hacer el bien o el mal... sino en llenar el cuenco de la vida de cosas válidas; sino en saber estar contento, saber estar triste. Pelear a la contra. Dormir el milenio de nuestra brevedad y sentir el fuego de lluvia en nuestras almas.

Y es entonces cuando diluvia del cielo una esperanza incierta, un caos grácil arramado al tránsito del aire. Y es entonces cuando se envenena el cielo de aves y brisas de tormenta. Las casas vacías. La nada vacía. Nuestras percepciones se asombran y gritan, en nuestros ojos y nuestras manos frías,

que vivir es una lucha contra lo que muere

y que vale la pena
florecer un desierto por la utopía.

Quintí Casals

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