martes, 3 de junio de 2014

Disposición aproximada al valor del tiempo

Vivir y morir solo delante de un espejo.

Charles Baudelaire

El aliento grácil del viento es aquél que nos empuja a andar despiertos en noches taciturnas, es aquél que nos lía los cabellos y nos hace sentir fieles a la quimera triste del porvenir. Aunque nos pese, hoy la noche nos envuelve. Hoy la negrura de cada borde de la habitación nos disuelve. El reloj galopa en un intenso sprint y nuestras alas -sin querer- levantan el vuelo sobre las cosechas y los puentes. Hoy nos alzamos y -después de una preconcebida meditación- nos guíamos hacia el este, hacia el oeste, hacia el norte o hacia el sur. Dejamos atrás la ciudad y nos diluimos entre las almas de los coches. ¿Qué fue de ayer si explotaron mil bombillas? ¿Qué será del mañana si al sol no le apetece salir?

Es difícil entender la complicidad y complejidad del paso de la primavera y el otoño. Es difícil concretar porque el cuerpo se oxida, porque el calendario cambia. Como una limitación idiota, a paso claro surcamos las horas. Profetizamos nuestros años pasados. Confiamos nuestros años futuros. Concebimos todo aquello que hay por venir como un antojo intranquilo del azar y consideramos que todo aquello ya pretérito nos fue concebido por algún tipo de metáfora, por algún tipo de capricho mitológico.

El espacio vacío de los ojos de nadie está en cada latido que nuestro corazón aletea. El presente es un instante que se resume en una eternidad perseverante. No lo sabemos. No lo admitimos. La paciencia se nos acaba y muere dónde la naturaleza del verbo estar empieza. Hoy -aunque nos duela- toca recordar aquél tiempo que fue mejor, hoy -aunque nos duela- toca creer que habrá un lugar mejor. Es nuestro deber y nuestro derecho.

Quintí Casals

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