Cada elección supone un rechazo,
cada apuesta asesina las otras apuestas.
Conforme crecemos, elegimos, preferimos...
mientras las placas tectónicas se moldean a su ritmo.
Apostamos o miramos el pronóstico del partido.
Escuchamos a Louis Amstrong, Nirvana, Snoop Doggy
Dog. Letras, ciencias, matemáticas o faenas físicas...
optamos por un camino y creemos creer que hay un futuro
intacto envuelto el cuenco de nuestras manos.
Hay quién se enrolla en papel de plata, hay quién
se hace actriz porno y disfruta los bukkakes en su cara.
Conforme la música avanza y el tímpano se sumerge
en el movimiento de las olas, uno se deja muchas cosas
por hacer, uno se deja, también, muchas cosas por
descartar. Y -ya se sabe- cuando el limón se pudre, verde,
o cuando la oscuridad asalta las casas recubriendo techos,
persianas y paredes... aunque pese, toca esperar; mirar,
palpar, escuchar, saborear y detenerse sobre la creación;
poco a poco, prestarse a escalar el destino chirriante de las horas.
Ayer era miércoles, hoy jueves... hace milenios escogimos el cielo
y la tierra, regalos que, por su delgadez, nunca llegamos a comprender.
Es triste... las palabras nos ayunan, el tiempo nos divierte, ambos penetran
nuestras carnes y nos desmiden la sangre en ecuaciones científicas.
Como una bomba blanca, nuestros ojos se inundan de percepciones
y elegimos y elegimos y elegimos, aparentemente,
un torrente por dónde llevar nuestro caudal.
Al final, llegada la desmentida muerte,
todos creemos haber escogido un modo cuál
organizarnos, todos creemos haber escogido
quiénes somos, quiénes hemos
sido...
¿Aunque uno debe preguntarse si es
eso cierto; si uno no ha pasado muchas
veces de largo desafinando las galaxias
y los astros o si uno no ha sido un pobre
náufrago tirando continuamente,
al mar de la vida, mensajes de
auxilio
en una botella?
Quintí Casals
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