Cuando llueve el mundo es un grito;
el firmamento se llena de gris óxido
y los árboles se mojan como el caracol
que pasea. El mundo estalla, estalla, estalla...
en el reventar de las gotitas sobre la tierra
hinchada. Crecerán frutos, piensan los campesinos.
Crecerá el futuro, piensan los soñadores. La soledad,
mientras tanto, se establece como un fuera de juego
en el estómago de los apartamentos.
Las nubes infladas, el estallido del
trueno; cuando llueve parece que el apocalipsis
ponga fin a nuestra historia. Las madres avistan
al relámpago y llaman a casa de sus nietos por
si algo ha pasado. Los perros ladran y la gente
corre de acera en acera para esconderse, como puede,
bajo los toldos de las casas. El miedo surfea encima
del barro y los cristales titilantes. Nadie osa
dejar de correr. Nadie osa dejar de
esconderse... aunque la lluvia
refresque la piel, aunque
el agua lave la cara.
El corazón se nos agita.
No lo sabemos pero
la resurrección si existe en vida.
No es bueno temerle a la tormenta.
Es de cobardes dudar de las rosas líquidas que pedregan.
Es de tontos huir cuando el mundo grita, es de imbéciles
escapar cuando la situación se complica; ya que,
tarde o temprano, un brillo invade nuestras pestañas
y los tejados se iluminan
en una sonrisa.
Quintí Casals
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