Si uno se pregunta cuál de los trabajos posibles es el peor a aprender, lo más probable es que -después de una deliberada y grata reflexión- concluya que este es el de poeta. El poeta es el basurero del mundo. El poeta es aquél que no sabe definir la poesía más que en la nada que le corresponde, es aquél que recoge todo desastre vigente y lo remolca a sus espaldas. Pasa días enteros divagando por el techo, observa las lágrimas de las gentes al caer y, después -como si de un apuntador se tratara-, escribe el dolor de su corazón en un post-it. El poeta no duerme. El poeta no vive. Sobrevive. Limpia las calles y busca un significado al porqué de las estrellas.
El poeta cobra poco y su vocación profesional es vacua a los ojos del estado. El poeta es escoria. El poeta no sirve para nada más que remover las entrañas de quién lo lee. El poeta es el encargado de hacernos llorar, de hacernos reír, mientras él muere en una deshidratación constante. El poeta limpia la mierda que supura los océanos y las tierras escépticas. El poeta huele mal. El poeta está sucio. Mejor es no tocarlo y seguir campando a las anchas de la Verdad.
Quintí Casals
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