Perderse en una cortina
de viento mirando
el techo; los días pasan
lentos, el tiempo rápido.
Un acordeón toca en la
bocanada de los viandantes
que pasan. La calle vibra con
la música. El cemento parece bonito. Hordas
de gentes blancas, transparentes, caminan al
son de la nimiedad. Somos hormiguitas, dicen.
Somos una nada en algo llamado universo,
dicen. La máquina ilógica del aire escarmienta
el placer, dicen. Las noches dónde los cuerpos
están estáticos, las noches dónde la gente humilla
la felicidad... los árboles brillan, las nubes transitan
contentas.
Pacientes sinsentido, las personas
esperan el apocalipsis. Ilusas, las breves momias
esperan el milagro. Mientras, oscilan los átomos de
los unos a los otros en una electricidad mágica y se
cierran al vacío la estabilidad de los mares y se
desnutren pueblos y ciudades. A veces es difícil
saber estar. A veces es difícil sumirse en el silencio
del perro. A veces es difícil no pensar en
que se piensa demasiado
en la náusea
y el cartón.
Un genio con síndrome de down
una tarde me dijo: "la vida es bonita, la
vida esta bien"... su mirada destilaba la
impasibilidad perdida de las brújulas,
salpicaba todo roce posible
al bienestar. Lo abracé, lo agarré
y apreté la fuerte distancia
del barro, del espacio.
Después me fui, lo abandoné en su
sonrisa y -sí, supongo: pensé-
el genio tenía razón...
en la capa sepulcral
de sus labios
la vida era bonita.
Quintí Casals
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