Tristemente los brazos se amputan,
tristemente se distancian del aire,
tristemente se desprenden
y, sin arropar al tiempo,
los muñones germinan en la piel.
Atentos, los buitres contemplan. Pues
sí, para todo hay un plan, para todo
hay un fin. Es violento -lo sé-, mas la
tierra se traga a sí misma; se incendia
y alisa. Las lámparas de las casas,
juiciosas, iluminan el desastre
general.
Vagando
en una ruleta de la suerte, destripando
el minuto de lo ya ido, aquí -no
es fácil decirlo- invertimos en suerte y
el sábado por la noche nos
ponemos guapos y salimos a bailar.
Atravesamos las ciudades como feroces
depredadores, comemos un kebab de
polla y sorteamos a las gentes que
-arrinconadas en su alma- sobrealimentan
un destino fragoso, cruel. Los paisajes
se esconden, la civilización arde en el negro
de nuestros ojos. Escuchamos al silencio y no
se oyen las verdades, no se oye la hierba. Las
olas del mar se estrellan en las rocas, los
hombres de la oficina se estrellan en la rutina.
Parece que nadie se elige, no hay país que le valga
a la lluvia. Quizá lo más inteligente
sea desnucar la muerte. Quizá lo mejor sea
volcarse en un mar de cojines y encender
el DVD.
La vida es un breve viaje
al azar: alquilar una muerte muy cara
a un futuro fugaz. Dónde antes hubo
amor, hoy se escuecen miles
de generaciones, -solos, locos- chillan
los hombres sin cabello ni rostro. Las moscas
se aburren en la innumerable compañía
de la nada y los ocasos,
conforme avanzan los días,
como cerillas,
se apagan.
Quintí Casals
No hay comentarios:
Publicar un comentario