martes, 9 de abril de 2013
Cómo la sociedad del consumo creó a la mujer de abre-fácil
Aún me acuerdo de esas mujeres que sabían hablar,
de esos perfumes esféricos, cuadrados,
sin forma, gaseosos expandiéndose,
recuerdo cuando coqueteaban y manoseaban
con el agrado de una estabilidad
y de algún que otro proceder rebelde y anárquico,
me acuerdo de esas sonrisas y de su promiscua sinceridad
enamorando e ilusionando
a aquello tan insípido llamado verga, digo, macho.
Me acuerdo de ese humor digno de un psiquiátrico,
de hacer con las nubes tirabuzones
hasta con su extremo malo,
recuerdo cuando se querían enamorar o jugar,
cuando no eran hombres travestidos y no pedían sexo
o cuando ellas eran la única vía de visitar el entorno galáctico.
Me acuerdo de cuando sabían besar
y de cuando no tenían sólo pintura
sino unos delicados labios.
Me acuerdo de cuando las mujeres eran castas flores
y no una imitación hecha de plástico.
Me acuerdo de cuando las mujeres se merecían ramos de flores
y no una imitación hecha de plástico.
(Aún quedan de esas flores de loto pero se hallan entre los restos orgánicos)
La competencia las arrojó, porque en ella ellas no entraron.
Quintí Casals
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