sábado, 1 de marzo de 2014

Violación de cera

Vivo en una isla olvidada, mohína, angosta,
flanqueada por diez mil hectáreas
de lágrimas fermentadas.
En ella rebosa el otoño: los árboles
sólo caducan, se consuman;
nunca llegan a morir, tampoco a vivir
del todo. Sólo se mantienen
muriendo día tras día.
Yo, yazgo -soldado y mártir-
en medio estirado, inmóvil,
como un trozo de paja seca...
inmensamente prosopopéyico
llenando de espera
el remoto placer de respirar.
Accidente tras accidente,
fabrico mi persona.
Sin moverme siquiera,
un halo celestial
decide si arrollarme,
si erguirme; pobre de mí,
se me agitan las tripas
en un vértigo infinito.
¡Fáctico torbellino!
Doce mil gavinas
escrutan mis intestinos
cada vez que visitan la isla.
Me arrancan los ojos, los labios,
las orejas, y me dejan a solas conmigo mismo.
Saturado de colores, ruidos, sabores,
vivaces y cargantes exaltaciones...
mi corazón se declara imperfecto
en su ominosa perfección.

¿Por qué si existe la ceguera,
alguien va querer mirar el sol?

Quintí Casals

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