El abismo, el abismo, el abismo... ay, ¡el abismo!
¿Por qué en el amor nos las damos todos de niños buenos?
¿Por qué en los parlamentos se elige a un líder ecuánime?
si existe el abismo.
¿Por qué existe un lenguaje protocolario en las mesas bien paradas?
¿Por qué siguen brotando organizaciones no gubernamentales de la nada?
si existe el abismo.
El abismo está en mí, el abismo está en ti.
El abismo escuece la moral, el abismo escuece el placer.
¿Tanto cuesta aceptarlo?
El abismo ronda las escuelas, el abismo ronda los hospitales.
El abismo reside en las croquetas, el abismo reside en la ciencia.
¿Tanto cuesta aceptarlo?
El abismo es el pan de cada día; nuestro capricho más innato.
El abismo ha trascendido por todas las épocas sin despeinarse.
¿Tanto costaba aceptarlo? ¿Tanto costaba no aspirar a lo inviable?
¿Tanto costaba admitir que no estábamos capacitados para el esplendor?
Sin embargo, nosotros (en un intento de tozudería)
intentamos organizar una comunidad unida y Perfecta
y obtuvimos unas pocas metrópolis de diseño,
dos terceras partes del mundo pobres
y una sociedad mutilada.
¡Pero si el imperialismo expiró! ¡Pero si hemos evolucionado! ¡Pero si yo soy libre!
Se quejan ahora sin razón las sociedades modernas.
Hoy por hoy, todos somos seres bondadosos, iguales y honrados
hasta que el día en que un problema egocéntrico nos hace cambiar de opinión.
Entonces o cerramos los ojos o nos lamentamos la psique o rogamos ayuda al estado,
pero nunca tachamos como culpable nuestro abismo:
somos unos cobardes verdaderamente entrañables.
¿Por qué hay corrupción? ¿Por qué hay reyes? ¿Por qué hay Bancos Santander?
Grita una multitud enfurecida mientras se educa con
porno, comedias y más porno.
¿Por qué vivo? ¿Por qué concurro? ¿Por qué resueno?
Grita la fregona, grita la octogenaria, grita un showman melancólico en Las Vegas
mientras se escapa un breve aliento de paz por la rendija de sus labios.
¿Por qué mueren niños? ¿Por qué mueren perros? ¿Por qué murió Jesucristo?
Gritan el analista sueco y el político americano mientras programan
otro cataclismo para revestir cualquier país divergente.
Todos somos justos: nuestras ficciones emocionales y nuestras películas racionales.
Todos somos sumamente honestos. Todos somos sumamente excelentes.
Después, está el abismo. Después, estamos nosotros de veras.
La farsa que nos cubre
tan sólo reside en la disputa entre el abismo y la serenidad
y en cómo se corrompen la una a la otra en forma de cruceta.
Todos nos engañamos con sofismos, con coartadas, con cegueras temporales.
Todos nos engañamos con sonrisas, con frases cortesanas, con cenas cordiales;
pero todos, repito: todos, bailamos en el abismo.
Ciertas noches ésto se certifica.
Ciertas noches la vida es tan sólo una sucesión de cosas viscosas.
Ciertas noches nadie es lo suficientemente bueno para cambiar el mundo
y nadie es lo suficientemente malo para acabar con él;
por lo tanto, restamos calmados.
Por lo tanto acicalamos bien nuestro culo en el sofá atigrado
y esperamos la desgracia que se atisba bajo el abismo
con un puro en la mano y con una risita ligeramente entrecortada.
Quintí Casals
viernes, 29 de noviembre de 2013
jueves, 28 de noviembre de 2013
Esperanza estática
Serán las amapolas del conocimiento
las que me hacen sonreír toscamente sobre el resto
o las que me privan de sonreír sinceramente sobre nadie.
Será que frecuento siempre la misma ruta de vuelta a casa o
será que durante ésta frecuento hacer eses y disfrutar de un aliento especiado.
Será que los taxistas corrompen las leyes de tráfico,
que vendemos nuestra fruta al país que más paga o que la gente roba involuntariamente.
Será que me he dado cuenta (Oh, sí; me he dado cuenta) de todas las sandeces del globo terráqueo.
Será que me cierro (Oh, sí; me cierro) ¿De veras la gente sorda necesita mi opinión?
Será que disfruto las mismas amistades, las mismas memeces, los mismos comportamientos ebrios;
las mismas conversaciones nuevas, los mismos disparates nuevos, las mismas aventuras nuevas.
Será que me aburre aprender a conducir,
que me aburre la televisión, que me aburren los métodos de educación sumisa.
Serán las amapolas del conocimiento
las que me conllevan a proclamarme libre y a la vez odiar mi libertad.
Serán las amapolas del conocimiento
las que me conllevan a proclamarme racional y a la vez odiar mi razón.
¿Serán las amapolas del conocimiento? ¿Serán las semillas del libertinaje?
¡Qué sé yo! ¡Qué coño voy a saber yo!
Llego a casa, abro la puerta, enciendo la luz; una noche más comparezco igual:
ojos hinchados, cara destruida, mente bombardeada (eso dice mi espejo).
Serán las amapolas del conocimiento, serán las amapolas del conocimiento...
le contesto justificándome ante su mirada inapelable.
Será que me pregunto demasiado por el sentido de la vida,
que el mundo me abruma, que el espejo no dice la verdad.
Mi cara reflejada se ríe de mi discurso. Mi cara reflejada desconfía.
Nadie cree en mí, nadie cree en mí: ni tan sólo mi reflejo.
Soy una anomalía en la existencia.
¿Cómo la gente puede creer en ella misma? ¿Cómo la gente puede creer en la creación?
Es increíble cómo los hombres son capaces de morir por Dios
y cómo las peripecias de la noche
hacen darle cuenta a uno
que si Éste de veras existe,
es un farsante.
Quintí Casals
las que me hacen sonreír toscamente sobre el resto
o las que me privan de sonreír sinceramente sobre nadie.
Será que frecuento siempre la misma ruta de vuelta a casa o
será que durante ésta frecuento hacer eses y disfrutar de un aliento especiado.
Será que los taxistas corrompen las leyes de tráfico,
que vendemos nuestra fruta al país que más paga o que la gente roba involuntariamente.
Será que me he dado cuenta (Oh, sí; me he dado cuenta) de todas las sandeces del globo terráqueo.
Será que me cierro (Oh, sí; me cierro) ¿De veras la gente sorda necesita mi opinión?
Será que disfruto las mismas amistades, las mismas memeces, los mismos comportamientos ebrios;
las mismas conversaciones nuevas, los mismos disparates nuevos, las mismas aventuras nuevas.
Será que me aburre aprender a conducir,
que me aburre la televisión, que me aburren los métodos de educación sumisa.
Serán las amapolas del conocimiento
las que me conllevan a proclamarme libre y a la vez odiar mi libertad.
Serán las amapolas del conocimiento
las que me conllevan a proclamarme racional y a la vez odiar mi razón.
¿Serán las amapolas del conocimiento? ¿Serán las semillas del libertinaje?
¡Qué sé yo! ¡Qué coño voy a saber yo!
Llego a casa, abro la puerta, enciendo la luz; una noche más comparezco igual:
ojos hinchados, cara destruida, mente bombardeada (eso dice mi espejo).
Serán las amapolas del conocimiento, serán las amapolas del conocimiento...
le contesto justificándome ante su mirada inapelable.
Será que me pregunto demasiado por el sentido de la vida,
que el mundo me abruma, que el espejo no dice la verdad.
Mi cara reflejada se ríe de mi discurso. Mi cara reflejada desconfía.
Nadie cree en mí, nadie cree en mí: ni tan sólo mi reflejo.
Soy una anomalía en la existencia.
¿Cómo la gente puede creer en ella misma? ¿Cómo la gente puede creer en la creación?
Es increíble cómo los hombres son capaces de morir por Dios
y cómo las peripecias de la noche
hacen darle cuenta a uno
que si Éste de veras existe,
es un farsante.
Quintí Casals
martes, 26 de noviembre de 2013
Carta de disculpa a la sociedad moderna
Lo siento,
me excluyo de esta burbuja impermeable e inmóvil
dónde subsisten con la amargura unos siete mil millones de corazones anestesiados
y dónde todo parecen ser mariposas de papel maché y nubes rosas de atrezzo.
Tengo 19 años, pretendo no poseer nada en común con nadie común
y me manifiesto ciudadano de ninguna parte.
Rechazo las noticias manoseadas de los periódicos, la fama embarrada del estrellato
y las desastrosas jergas que crecen en las bocas de los jóvenes.
Abrazo a los mineros ubérrimos por arriesgar su vida,
a los románticos sensibleros por ser tan ilusos
y a los Papa Noeles de barbas falsas por trabajar en Navidad.
No penetro las absorciones cerebrales de los shares televisivos,
intento no vender mi alma a una marca registrada y para nada juego al Tarot.
Considero el abre-fácil una apología a la imbecilidad,
internet un péndulo hipnótico de grandes dimensiones
y las máquinas nuestra utópica perfección.
Mi polla viste chándal, mi palabra viste presumida y no me sofoco si me multan;
yo soy de esos que estresa su rutina bohemia cuando el mundo estresa su rutina laboral.
Escupo en los amores de silicona,
en la solidaridad de etiqueta, en la publicidad altruista...
¿Creen de veras que con semejantes falacias podrán estafarme?
Discrepo las discusiones de corto alcance
y discrepo, también, las discusiones de largo alcance;
llevo el pluralismo por bandera y me proclamo intransigente con la gente intransigente.
Desprecio a los kies, a los hipsters, a los intelectuales,
a los idiotas, a la gente razonable, a la gente imprudente...
incluso soy consciente que todo personajillo puede siempre enseñarte algo.
Declaro el mundo en deuda conmigo, declaro el diablo invocado en Dios
y declaro las hadas madrinas suertes distantes.
Reseño que los finales felices no existen, que los príncipes azules desertaron tiempo atrás
y que los reyes magos tan sólo peregrinan cuando uno es niño;
soy el típico cabrón que te jode una película.
Bebo demasiado, escribo ciertamente bien
y tiendo a vomitar en las costumbres del holocausto capitalista.
Lloro por Kenia, degollaría Arabia;
aborrezco todo embrión voluptuoso o mísero fecundado por el mercado.
La verdad es que no aguanto un minuto más deambulando por las neuronas del sistema.
La verdad es que no aguanto un minuto más deambulando entre gentíos o doctrinas.
La verdad es que lloro, lloro y lloro... demasiado.
Lloro por el progreso y, asimismo, por su desenlace robótico.
Siento una densa y líquida lástima por la manera en que
el homo sapiens ha empezado a desarrollar un cerebro mecánico
y poco a poco las personas han ido convirtiéndose
en huevos rotos, en globos pinchados, en carne móvil.
La verdad es que me es insoportable
deslizarme por estos bancos de gente ante su muerte humana;
siento una pena de quinientas millas y una filantropía quebrada.
Ya no quedan corazones de arterias sanas.
Ya no quedan si quiera micras de ilusión benéfica.
Se agotaron las existencias de frascos de pureza
y yo sigo desarmado ante el peligro...
La masa se ordena en líneas desiguales, violentas e infinitas
y yo sigo desarmado ante el peligro...
Lo siento, me exculpo,
me declaro fuera de esta espesa sociedad.
Lo siento, me exculpo,
me declaro hundido en esta espesa suciedad.
Quintí Casals
me excluyo de esta burbuja impermeable e inmóvil
dónde subsisten con la amargura unos siete mil millones de corazones anestesiados
y dónde todo parecen ser mariposas de papel maché y nubes rosas de atrezzo.
Tengo 19 años, pretendo no poseer nada en común con nadie común
y me manifiesto ciudadano de ninguna parte.
Rechazo las noticias manoseadas de los periódicos, la fama embarrada del estrellato
y las desastrosas jergas que crecen en las bocas de los jóvenes.
Abrazo a los mineros ubérrimos por arriesgar su vida,
a los románticos sensibleros por ser tan ilusos
y a los Papa Noeles de barbas falsas por trabajar en Navidad.
No penetro las absorciones cerebrales de los shares televisivos,
intento no vender mi alma a una marca registrada y para nada juego al Tarot.
Considero el abre-fácil una apología a la imbecilidad,
internet un péndulo hipnótico de grandes dimensiones
y las máquinas nuestra utópica perfección.
Mi polla viste chándal, mi palabra viste presumida y no me sofoco si me multan;
yo soy de esos que estresa su rutina bohemia cuando el mundo estresa su rutina laboral.
Escupo en los amores de silicona,
en la solidaridad de etiqueta, en la publicidad altruista...
¿Creen de veras que con semejantes falacias podrán estafarme?
Discrepo las discusiones de corto alcance
y discrepo, también, las discusiones de largo alcance;
llevo el pluralismo por bandera y me proclamo intransigente con la gente intransigente.
Desprecio a los kies, a los hipsters, a los intelectuales,
a los idiotas, a la gente razonable, a la gente imprudente...
incluso soy consciente que todo personajillo puede siempre enseñarte algo.
Declaro el mundo en deuda conmigo, declaro el diablo invocado en Dios
y declaro las hadas madrinas suertes distantes.
Reseño que los finales felices no existen, que los príncipes azules desertaron tiempo atrás
y que los reyes magos tan sólo peregrinan cuando uno es niño;
soy el típico cabrón que te jode una película.
Bebo demasiado, escribo ciertamente bien
y tiendo a vomitar en las costumbres del holocausto capitalista.
Lloro por Kenia, degollaría Arabia;
aborrezco todo embrión voluptuoso o mísero fecundado por el mercado.
La verdad es que no aguanto un minuto más deambulando por las neuronas del sistema.
La verdad es que no aguanto un minuto más deambulando entre gentíos o doctrinas.
La verdad es que lloro, lloro y lloro... demasiado.
Lloro por el progreso y, asimismo, por su desenlace robótico.
Siento una densa y líquida lástima por la manera en que
el homo sapiens ha empezado a desarrollar un cerebro mecánico
y poco a poco las personas han ido convirtiéndose
en huevos rotos, en globos pinchados, en carne móvil.
La verdad es que me es insoportable
deslizarme por estos bancos de gente ante su muerte humana;
siento una pena de quinientas millas y una filantropía quebrada.
Ya no quedan corazones de arterias sanas.
Ya no quedan si quiera micras de ilusión benéfica.
Se agotaron las existencias de frascos de pureza
y yo sigo desarmado ante el peligro...
La masa se ordena en líneas desiguales, violentas e infinitas
y yo sigo desarmado ante el peligro...
Lo siento, me exculpo,
me declaro fuera de esta espesa sociedad.
Lo siento, me exculpo,
me declaro hundido en esta espesa suciedad.
Quintí Casals
lunes, 25 de noviembre de 2013
Poema sin nombre oportuno
Estabas tú, marginada en una silla puritana,
abarrotando, nerviosa, mis oídos con baladas tristes,
con promesas abortadas, con labios antónimos.
Tomabas café, el camarero molestaba sin querer
y tú no paraste de hablar sobre un incidente
en el que tu boca se arrojaba a un hombre neutro,
cuando yo, de pronto, recordé vivir en un enjambre peliagudo;
cuando yo, de pronto, recordé que nada bueno dura para siempre
o tan siquiera para nunca o tan siquiera para un momento.
Mis células se fusionaron paulatinamente con el aire del ambiente,
con las voces de las mesas, con mis neuronas, con mis extremidades...
hasta sentir, finalmente, el peso de mi cuerpo sobre mi silla también puritana.
Sentí agobios firmes. Sentí cierto optimismo agraviado.
Sentí, de nuevo, el peso de la ciudad sobre mis ojeras dilatadas.
Escuché tus palabras (de veras tuve el placer de escucharlas)
y en ellas encontré los restos de lo anómalo
una vez más.
Quintí Casals
abarrotando, nerviosa, mis oídos con baladas tristes,
con promesas abortadas, con labios antónimos.
Tomabas café, el camarero molestaba sin querer
y tú no paraste de hablar sobre un incidente
en el que tu boca se arrojaba a un hombre neutro,
cuando yo, de pronto, recordé vivir en un enjambre peliagudo;
cuando yo, de pronto, recordé que nada bueno dura para siempre
o tan siquiera para nunca o tan siquiera para un momento.
Mis células se fusionaron paulatinamente con el aire del ambiente,
con las voces de las mesas, con mis neuronas, con mis extremidades...
hasta sentir, finalmente, el peso de mi cuerpo sobre mi silla también puritana.
Sentí agobios firmes. Sentí cierto optimismo agraviado.
Sentí, de nuevo, el peso de la ciudad sobre mis ojeras dilatadas.
Escuché tus palabras (de veras tuve el placer de escucharlas)
y en ellas encontré los restos de lo anómalo
una vez más.
Quintí Casals
viernes, 22 de noviembre de 2013
La palabra
Dos palabras antónimas son la boda por todo lo alto
de un príncipe y una princesa -polos opuestos se atraen-
en el eminente altar de un diccionario.
Son el halcón milenario que surca
entre los vendavales
del azar y el destino,
del amor y el odio,
de lo Perfecto y lo imperfecto.
La incoherencia entre el universo y la persona.
La incoherencia entre la vida y la piedra.
La incoherencia objetiva del sujeto.
La palabra -sea cuál sea-
vive de su amado antónimo;
come de su mano, respira de su mano, camina de su mano.
Sin él, ella no es.
Sin él, ambas no son.
Su existencia es un absurdo maravilloso:
la palabra embarca el buque cerebral hacia el conocimiento
y el antónimo lo hunde en el iceberg relativista.
Su continuo desacuerdo es un un disparate verbal entre preguntas desorientadas.
Un oasis de conocimiento. El prepucio de un diamante.
Una interjección comunicativa incapaz de definir aquello distante a nuestros ojos.
Una ilusión, un abatimiento. Una afirmación, una negativa.
Una palabra, un antónimo.
Ambos representan un horizonte infinito
custodiado por un cielo y un mar.
Completos en su azul:
divididos por la lejanía ambigua,
unidos en diferentes dimensiones.
Una palabra, un antónimo;
tan sólo son sempiternos reflejos
que te engañan
que te engañan
que te engañan
y te defraudan
al no saber cuál es el verdadero
al no saber el porqué de su simbiosis
al no saber el paradero de su estacada.
Quintí Casals
de un príncipe y una princesa -polos opuestos se atraen-
en el eminente altar de un diccionario.
Son el halcón milenario que surca
entre los vendavales
del azar y el destino,
del amor y el odio,
de lo Perfecto y lo imperfecto.
La incoherencia entre el universo y la persona.
La incoherencia entre la vida y la piedra.
La incoherencia objetiva del sujeto.
La palabra -sea cuál sea-
vive de su amado antónimo;
come de su mano, respira de su mano, camina de su mano.
Sin él, ella no es.
Sin él, ambas no son.
Su existencia es un absurdo maravilloso:
la palabra embarca el buque cerebral hacia el conocimiento
y el antónimo lo hunde en el iceberg relativista.
Su continuo desacuerdo es un un disparate verbal entre preguntas desorientadas.
Un oasis de conocimiento. El prepucio de un diamante.
Una interjección comunicativa incapaz de definir aquello distante a nuestros ojos.
Una ilusión, un abatimiento. Una afirmación, una negativa.
Una palabra, un antónimo.
Ambos representan un horizonte infinito
custodiado por un cielo y un mar.
Completos en su azul:
divididos por la lejanía ambigua,
unidos en diferentes dimensiones.
Una palabra, un antónimo;
tan sólo son sempiternos reflejos
que te engañan
que te engañan
que te engañan
y te defraudan
al no saber cuál es el verdadero
al no saber el porqué de su simbiosis
al no saber el paradero de su estacada.
Quintí Casals
Pasa-tiempo
Qué llena parece esa gente que se empaqueta
en una felicidad revolcada entre inmundicia
apuntándose a bailes de salón,
celebrando cenas con desconocidos de todo a 100
o besando a mujeres de cartón-piedra.
Qué llena, qué llena, qué llena... parece.
Mísera muchedumbre,
viven estrangulados por una tragicomedia estúpida
de momentos despilfarrados y sonrisas amañadas.
Señoras que pagan por un vestido un precio del que carecen,
personas importantes que charlan por el móvil hasta en la ducha,
la pizza acartonada que mutilan dos adolescentes en su cocina...
qué pérdida de tiempo, qué placer tan triturado.
¿Cómo se puede desaprovechar de esta forma el alma?
¿Cómo se puede arrojar así la oportunidad de vivir al container?
La verdad es que esta clase de gente son un desierto de rosas marchitas,
la esperanza ciega del iluso, la trascendencia de la piedra,
un tiempo mal cubierto.
Son un egoísmo crónico y estéril:
no ven más allá de su asequible y transparente felicidad.
No paran el reloj. No paran la Tierra.
Sólo caminan hacia su final ocupando su vida con ladrillos huecos.
No ayudan en los problemas ajenos, no saben de la explotación china,
no leen un libro de tapa polvorienta, no se esfuerzan en nada;
tan sólo se dignan a ser "felices".
Articulan su vida en pasatiempos;
pasan el tiempo, para nada lo viven.
Una veintena de modernos concentran sus culos en un Starbucks,
las chicas se maquillan fuerte, los chicos trabajan sus músculos
pero nadie se para a pensar ni a disfrutar de la lluvia.
Qué merecida la ignorancia sosegada
de esta pobre gente
y
qué holgadamente patético
su incoloro paso por la vida.
Quintí Casals
en una felicidad revolcada entre inmundicia
apuntándose a bailes de salón,
celebrando cenas con desconocidos de todo a 100
o besando a mujeres de cartón-piedra.
Qué llena, qué llena, qué llena... parece.
Mísera muchedumbre,
viven estrangulados por una tragicomedia estúpida
de momentos despilfarrados y sonrisas amañadas.
Señoras que pagan por un vestido un precio del que carecen,
personas importantes que charlan por el móvil hasta en la ducha,
la pizza acartonada que mutilan dos adolescentes en su cocina...
qué pérdida de tiempo, qué placer tan triturado.
¿Cómo se puede desaprovechar de esta forma el alma?
¿Cómo se puede arrojar así la oportunidad de vivir al container?
La verdad es que esta clase de gente son un desierto de rosas marchitas,
la esperanza ciega del iluso, la trascendencia de la piedra,
un tiempo mal cubierto.
Son un egoísmo crónico y estéril:
no ven más allá de su asequible y transparente felicidad.
No paran el reloj. No paran la Tierra.
Sólo caminan hacia su final ocupando su vida con ladrillos huecos.
No ayudan en los problemas ajenos, no saben de la explotación china,
no leen un libro de tapa polvorienta, no se esfuerzan en nada;
tan sólo se dignan a ser "felices".
Articulan su vida en pasatiempos;
pasan el tiempo, para nada lo viven.
Una veintena de modernos concentran sus culos en un Starbucks,
las chicas se maquillan fuerte, los chicos trabajan sus músculos
pero nadie se para a pensar ni a disfrutar de la lluvia.
Qué merecida la ignorancia sosegada
de esta pobre gente
y
qué holgadamente patético
su incoloro paso por la vida.
Quintí Casals
miércoles, 20 de noviembre de 2013
Luna llena
Despierto entre sábanas trasnochadas
con las pestañas plagadas de resaca reseca
y con toneladas de neuronas menos.
La luz aprisiona mis ojos en una mazmorra olvidada,
me pesan las extremidades y las ideas...
¡Callaos malditos recuerdos!
Recuerdo salir a implorar el sábado ayer.
Recuerdo una movida sideral bajo música electrónica.
Luces de neón, paranoia convergente,
Paul Kalkbrenner vomitado por un subwoofer gigante,
damas vulgares, vasos emborrachados.
¿Pero qué coño...?
Charlas sin sentido, bailoteos gemidos,
drogas fáciles de tomar,
cánticos, cánticos y más cánticos.
¿Pero qué coño pasó anoche?
Coches y lavabos empachados de sus magos y de sus polvos mágicos.
Docenas de cigarros consumidos por metro cuadrado.
Una discoteca sacando de las casillas a los aburridos.
¡Joder! Por una vez en la vida
todos los allí presentes parecíamos contentos.
Aquello era una proliferación hacia ninguna parte:
un olvido de problemas, rencores y divergencias.
Por una noche todos escapamos del mundo.
Estalló, por fin, esa válvula de escape averiada.
Por una noche nos dio igual todo:
huimos de nosotros mismos.
Sigo entre sábanas trasnochadas,
con las pestañas plagadas de resaca reseca
y con toneladas de neuronas menos
pero valió la pena.
Menuda locura lo de ayer...
¿Bailando en medio de la Florida sin pantalones?
¿Ronaldinho invocado en mi sonrisa?
¿Quién coño era yo la última noche?
Quintí Casals
con las pestañas plagadas de resaca reseca
y con toneladas de neuronas menos.
La luz aprisiona mis ojos en una mazmorra olvidada,
me pesan las extremidades y las ideas...
¡Callaos malditos recuerdos!
Recuerdo salir a implorar el sábado ayer.
Recuerdo una movida sideral bajo música electrónica.
Luces de neón, paranoia convergente,
Paul Kalkbrenner vomitado por un subwoofer gigante,
damas vulgares, vasos emborrachados.
¿Pero qué coño...?
Charlas sin sentido, bailoteos gemidos,
drogas fáciles de tomar,
cánticos, cánticos y más cánticos.
¿Pero qué coño pasó anoche?
Coches y lavabos empachados de sus magos y de sus polvos mágicos.
Docenas de cigarros consumidos por metro cuadrado.
Una discoteca sacando de las casillas a los aburridos.
¡Joder! Por una vez en la vida
todos los allí presentes parecíamos contentos.
Aquello era una proliferación hacia ninguna parte:
un olvido de problemas, rencores y divergencias.
Por una noche todos escapamos del mundo.
Estalló, por fin, esa válvula de escape averiada.
Por una noche nos dio igual todo:
huimos de nosotros mismos.
Sigo entre sábanas trasnochadas,
con las pestañas plagadas de resaca reseca
y con toneladas de neuronas menos
pero valió la pena.
Menuda locura lo de ayer...
¿Bailando en medio de la Florida sin pantalones?
¿Ronaldinho invocado en mi sonrisa?
¿Quién coño era yo la última noche?
Quintí Casals
jueves, 14 de noviembre de 2013
Cosas de la vida
Desgranar segundo a segundo el tiempo
es un arte, indebidamente, minucioso.
Desatascar las horas
con acciones rebosantes de plenitud
o con pasatiempos perfectamente delimitados...
¡Qué suerte la mía! ¡Qué suerte la tuya!
Poder hacer la compra: llenar producto por producto la nevera.
Poder acariciar el frío cálido de los prados mojados.
Poder intercambiar el aire de mis pulmones.
Acabar cansado después de un partido de squash,
esnifar cocaína colombiana, estropear un microondas nuevo,
agarrar la carne tierna de un bebé.
Comer una pera a mordiscos,
comer un mundo a viajes,
comer una mujer a besos.
Ganar buenos trofeos, ganar buenos amigos.
Adoptar un bulldog francés; esculpir su obediencia, jugar con él,
verlo crecer, verlo morir.
Ayudar a la gente de veras;
construir un peldaño serio en la evolución.
Compartir el espacio de la cama, compartir el espacio de tu corazón,
compartir el espacio de tus tareas, compartir el espacio de tu vida.
Cumplir quehaceres, cumplir placeres.
¡Qué suerte la mía! ¡Qué suerte la tuya!
La vida es un ambarino resplandor de provechos y desventuras;
ésta posee un ramo infinito de musculosos terremotos y una zarza llena de ilusiones.
Tal vez las cosas te vayan bien, pero puede que pronto
veas un rostro morado y lánguido en tu hijita,
tu despido en una carta amable o una guerra sanguinaria en pleno apogeo.
Puede que la pobreza te desnude,
que aparezcas en el lugar indebido o que llores por África
(la vida puede llegar a ser sumamente puta)
No caigas en el abismo de la esperanza.
No caigas en el abismo del desespero.
Después de la tormenta siempre viene la calma -dicen-
pero después de la calma tarde o temprano
vuelve a llegar otra tormenta.
La cuestión es aprender
a bailar bajo la lluvia.
Pensar: perder un poco el tiempo para en un futuro no perder el tiempo.
Tirar para delante en una corriente negativa.
Intentar avanzar.
Aceptar el denominador común de la naturaleza del mundo
-su poco sentido, su caos, su bellaquería-
y aprovechar la tempestad para plantar el mejor de tus pasos.
En la tierra brota y muere el tiempo
y, con él, el arte de aprovecharlo.
Quintí Casals
es un arte, indebidamente, minucioso.
Desatascar las horas
con acciones rebosantes de plenitud
o con pasatiempos perfectamente delimitados...
¡Qué suerte la mía! ¡Qué suerte la tuya!
Poder hacer la compra: llenar producto por producto la nevera.
Poder acariciar el frío cálido de los prados mojados.
Poder intercambiar el aire de mis pulmones.
Acabar cansado después de un partido de squash,
esnifar cocaína colombiana, estropear un microondas nuevo,
agarrar la carne tierna de un bebé.
Comer una pera a mordiscos,
comer un mundo a viajes,
comer una mujer a besos.
Ganar buenos trofeos, ganar buenos amigos.
Adoptar un bulldog francés; esculpir su obediencia, jugar con él,
verlo crecer, verlo morir.
Ayudar a la gente de veras;
construir un peldaño serio en la evolución.
Compartir el espacio de la cama, compartir el espacio de tu corazón,
compartir el espacio de tus tareas, compartir el espacio de tu vida.
Cumplir quehaceres, cumplir placeres.
¡Qué suerte la mía! ¡Qué suerte la tuya!
La vida es un ambarino resplandor de provechos y desventuras;
ésta posee un ramo infinito de musculosos terremotos y una zarza llena de ilusiones.
Tal vez las cosas te vayan bien, pero puede que pronto
veas un rostro morado y lánguido en tu hijita,
tu despido en una carta amable o una guerra sanguinaria en pleno apogeo.
Puede que la pobreza te desnude,
que aparezcas en el lugar indebido o que llores por África
(la vida puede llegar a ser sumamente puta)
No caigas en el abismo de la esperanza.
No caigas en el abismo del desespero.
Después de la tormenta siempre viene la calma -dicen-
pero después de la calma tarde o temprano
vuelve a llegar otra tormenta.
La cuestión es aprender
a bailar bajo la lluvia.
Pensar: perder un poco el tiempo para en un futuro no perder el tiempo.
Tirar para delante en una corriente negativa.
Intentar avanzar.
Aceptar el denominador común de la naturaleza del mundo
-su poco sentido, su caos, su bellaquería-
y aprovechar la tempestad para plantar el mejor de tus pasos.
En la tierra brota y muere el tiempo
y, con él, el arte de aprovecharlo.
Quintí Casals
martes, 12 de noviembre de 2013
Jaurías
Los nazis vuelven, los comunistas vuelven;
cada día crecen más pintadas de su desentendido en mi barrio.
Dicen que buscan una respuesta al desastre capitalista.
¿No se dieron cuenta que no funcionó su método?
Cayó el imperio, cayó el muro
¡y todos sumamente cínicos!
Envolvimos nuestras extremidades con una cinta plagada de marcas comerciales
y decidimos ser momias que siguen el camino marcado.
Pobre gente...
luchan por algo;
unos por un mundo más sinvergüenza, otros por un mundo más justo...
¿No se dieron cuenta que el humano no es así?
Ni es superior ni es igual: es inferior.
Unos más, unos menos...
pero inferior a la ética.
No existe el hombre político:
somos fieras canibales vestidas de sedosa política
que se devoran las unas a las otras por un poco de cal dorada.
El hombre es hombre;
no tiene nada de político.
El sistema es inhumano, sí;
porque el humano es inhumano, también.
Aceptémoslo.
Quintí Casals
cada día crecen más pintadas de su desentendido en mi barrio.
Dicen que buscan una respuesta al desastre capitalista.
¿No se dieron cuenta que no funcionó su método?
Cayó el imperio, cayó el muro
¡y todos sumamente cínicos!
Envolvimos nuestras extremidades con una cinta plagada de marcas comerciales
y decidimos ser momias que siguen el camino marcado.
Pobre gente...
luchan por algo;
unos por un mundo más sinvergüenza, otros por un mundo más justo...
¿No se dieron cuenta que el humano no es así?
Ni es superior ni es igual: es inferior.
Unos más, unos menos...
pero inferior a la ética.
No existe el hombre político:
somos fieras canibales vestidas de sedosa política
que se devoran las unas a las otras por un poco de cal dorada.
El hombre es hombre;
no tiene nada de político.
El sistema es inhumano, sí;
porque el humano es inhumano, también.
Aceptémoslo.
Quintí Casals
lunes, 11 de noviembre de 2013
El ángel caído
Humo blanco de lunes-noche:
soy un robellón en un zapato,
soy un caminante visible en la oscuridad.
Es la 1 am;
un hombre negro fuma, a escondidas ciegas, un cigarro,
un autobús recoge sus pasajeros para ninguna parte.
La espina es de la espina, la desgracia es de la desgracia, la noche es de la noche.
Una corbata abstemia y un traje gris tosco y un hombrecito de piel pálida
tragan un panini de prosciutto con la desgana más exquisita jamás escenificada.
El mundo sigue firme; girando y girando
como una centrípeta tozuda
y no para y no para y no para
y está loco y está loco y está loco.
Quintí no puede ser de esta carne ruda;
Quintí no puede haber caído aquí por accidente.
Tal vez fuera un ángel en otros tiempos;
visitara a Jesucristo para hacer unos dardos,
sintiera que las almas son espesas,
hiciera chillar al cielo Bondad.
Tal vez anduve por las ráfagas de viento,
escupí sobre las calvas relucientes de los malos,
amé eternamente.
Tal vez lo hice, pero tal vez también hice algo mal;
lo tenía Todo y ahora tan sólo guardo los secretos a la inmundicia.
Desde luego Dios debió mosquearse mucho, mucho, mucho
conmigo
para atreverse a enviar a un pobre diablo
al infierno que es la Tierra.
Quintí Casals
soy un robellón en un zapato,
soy un caminante visible en la oscuridad.
Es la 1 am;
un hombre negro fuma, a escondidas ciegas, un cigarro,
un autobús recoge sus pasajeros para ninguna parte.
La espina es de la espina, la desgracia es de la desgracia, la noche es de la noche.
Una corbata abstemia y un traje gris tosco y un hombrecito de piel pálida
tragan un panini de prosciutto con la desgana más exquisita jamás escenificada.
El mundo sigue firme; girando y girando
como una centrípeta tozuda
y no para y no para y no para
y está loco y está loco y está loco.
Quintí no puede ser de esta carne ruda;
Quintí no puede haber caído aquí por accidente.
Tal vez fuera un ángel en otros tiempos;
visitara a Jesucristo para hacer unos dardos,
sintiera que las almas son espesas,
hiciera chillar al cielo Bondad.
Tal vez anduve por las ráfagas de viento,
escupí sobre las calvas relucientes de los malos,
amé eternamente.
Tal vez lo hice, pero tal vez también hice algo mal;
lo tenía Todo y ahora tan sólo guardo los secretos a la inmundicia.
Desde luego Dios debió mosquearse mucho, mucho, mucho
conmigo
para atreverse a enviar a un pobre diablo
al infierno que es la Tierra.
Quintí Casals
domingo, 10 de noviembre de 2013
La columna vertebral
Veo todas esas masas aberrantes
sostenidas por una columna vertebral
cómo tienen el valor de auto-denominarse personas
y, créanme, que no las asesino por mera misericordia.
De hecho, la gente tiende a valorar
a las personas tan sólo cuando mueren;
puede que así les hiciera un favor exculpado,
puede que entonces pudieran ser bautizadas como personas.
Nina Simone canta en lo alto del stereo:
Ain't got no home, ain't got no shoes
Ain't got no money, ain't got no class
Ain't got no skirts, ain't got no sweaters
Ain't got no faith, ain't got no beard
Ain't got no mind...
Ojalá yo tuviera esa suerte, ojalá...
no obstante, ni la tengo ni la tendré nunca; yo soy de esos que se enlata en su cama pensando
en lo fácil que hubiera sido ser un hombre de felicidad al alcance.
¡Maldición! Me tocó vivir en un nido de cocodrilos agresivos y, encima,
me tocó darme cuenta de ello.
sostenidas por una columna vertebral
cómo tienen el valor de auto-denominarse personas
y, créanme, que no las asesino por mera misericordia.
De hecho, la gente tiende a valorar
a las personas tan sólo cuando mueren;
puede que así les hiciera un favor exculpado,
puede que entonces pudieran ser bautizadas como personas.
Nina Simone canta en lo alto del stereo:
Ain't got no home, ain't got no shoes
Ain't got no money, ain't got no class
Ain't got no skirts, ain't got no sweaters
Ain't got no faith, ain't got no beard
Ain't got no mind...
Ojalá yo tuviera esa suerte, ojalá...
no obstante, ni la tengo ni la tendré nunca; yo soy de esos que se enlata en su cama pensando
en lo fácil que hubiera sido ser un hombre de felicidad al alcance.
¡Maldición! Me tocó vivir en un nido de cocodrilos agresivos y, encima,
me tocó darme cuenta de ello.
Aún así, no creo que yo odie a las personas;
intenté amarlas repetidas veces, simplemente no pude. Estoy decepcionado, enfadado...
Soy un filántropo frustrado ¿A quién no le cabrearía éso?
Cada luna plateada deambulo por miles de parajes podridos
por la avaricia humana;
detesto el logotipo de Coca Cola,
detesto las palabras sanas de las personas correctas
y detesto, también, el orden estudiado de los supermercados.
En estos bosques sin sombra sólo las piedras poseen ciertas auroras
castas. ¡Dejen de venerar esos bípedos, esas barbas, esas inteligencias!
Siento ser tan violento, pero de veras que no escogí esta rabia incorregible.
He parido mucho desprecio al hombre.
Lo he maldecido como el amante más pueril dónde los haya.
He aborrecido cada uno de sus sistemas de relación o expansión,
pero parece que cambie mi percepción hacia él
cuando estás tú, acurrucada en una sonrisa virgen, al borde de la cama...
mirando, con una inspección líquida, cómo subo la bragueta de mi pantalón
y cómo discuto con las mangas insurgentes de mi camisa.
Entonces, creo un poco en las personas
o en aquellas masas aberrantes levantadas sobre una columna vertebral
que tienen el valor, el valor escarpado, de auto-denominarse personas.
Quintí Casals
miércoles, 6 de noviembre de 2013
Franky goes to Hollywood
Franky era un tipo peculiar;
un calidoscopio precioso comprado por 100 ptas.,
una especie de super-hombre nietzcheano,
un bombardeo de cálidos colores
en un folio en blanco.
Sábados, domingos, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes.
1001 conversaciones diplomáticas, descabelladas, bruscas.
Unas veces filosofía griega, otras la banalidad del césped.
Dominábamos toda temática, toda ciencia, toda literatura.
Sólo nos hacia falta el aire del alcohol o el líquido de la marihuana;
nuestras cabezas se atiborraban de tendencia suicida...
y ¡Listos, la soberbia nos hacía creíbles!
Nuestra oración era una misa de blasfemias.
Nuestro deber un cubata en la mano.
Nuestro objetivo, tu oreja de rata.
Éramos la sorpresa ebria en la multitud durmiente;
la palabra sabia en la boca equivocada.
¿Quién iba a creerse a un borracho?
¿Quién iba a pararse a escuchar?
Era fácil encontrarnos (dónde fuera, cuándo fuera)
compartiendo vicios, placeres, ruinas en vinagre;
esculpiendo nuestros genitales en la noche;
insultando "bacanos" en Ricardo Vinyes.
Éramos el pájaro típico de las metáforas.
Batíamos las alas por dónde queríamos.
Volábamos cuánto deseábamos...
pero Franky, Franky, ¡Oh Franky!
eso sí era ser libre.
Franky era de los que presta un cuchillo al maníaco,
habla con el soez lenguaje del dinero
o aloca siempre a todo el personal.
Su casa de derruye. Él la destruye.
Era normal, pues, que todos le siguieran.
Apóstoles montaban al cielo con Franky;
el ascensor subía -1,2,3,4,5,6,7,8,9,10,11, clonc-
y aterrizabas en medio de un ático rebosante de libertad.
Jesucristo había resucitado
pero le faltaba una cajetilla de tabaco.
"¿Genís, puedes ir a buscar al bar de enfrente?"
y Genís iba.
De alguna forma científicamente imposible
Franky se había transformado
en un mesías de alto standing
aunque su religión fuera atea.
Quizá fuera porque aún siendo problemático como el levante,
siempre guardaba una sonrisa, una frase hecha, un detalle...
a los adultos, a los kies, a las estrellas Michelín.
Franky aún no te habías dado cuenta
y ya te había metido en su bolsillo.
No es que se esforzara para ello,
supongo que tenía gancho, que sabía moverse...
porque él, para nada era un tipo formal:
escupía sobre los zapatos de los invitados,
bebía siempre más de lo que las copas contenían,
era una sombra psicodélica más perturbando las calles,
pero imagino que sabía cómo justificarlo.
"Sabes, tenía que hacerlo, tío",
"Sabes, te jodes: soy yo"...
y sí, te jodías: era él.
Franky nunca dijo ser hijo de Dios,
sin embargo; sí de la suerte.
La verdad es que sí que era afortunado...
-vaginas de caramelo, billetes lilas, Waikiki de bombón-
Su vida era una película digna de no ser narrada ¿Sabéis?
Vivía en un documental de esos que censuran en la MTV,
en una bolsa de la compra llena, en una religión completa;
sobrevivía, como podía, liado dentro de un buen peta.
Franky era un sibarita, un campeón, un mentor de la mala vida.
Aún así, conservaba, el señor, una pizca de casta sabiduría;
aquello que los sanos, cuerdos, eruditos no tienen:
aventuras que contar a la gente aburrida.
Puede que Franky llegara lejos, puede, vomitando serpentinas,
quizá triunfara aunque fuera carne de bohemia...
Franky went to Hollywood
pero se quedó en Las Vegas.
Quintí Casals
un calidoscopio precioso comprado por 100 ptas.,
una especie de super-hombre nietzcheano,
un bombardeo de cálidos colores
en un folio en blanco.
Sábados, domingos, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes.
1001 conversaciones diplomáticas, descabelladas, bruscas.
Unas veces filosofía griega, otras la banalidad del césped.
Dominábamos toda temática, toda ciencia, toda literatura.
Sólo nos hacia falta el aire del alcohol o el líquido de la marihuana;
nuestras cabezas se atiborraban de tendencia suicida...
y ¡Listos, la soberbia nos hacía creíbles!
Nuestra oración era una misa de blasfemias.
Nuestro deber un cubata en la mano.
Nuestro objetivo, tu oreja de rata.
Éramos la sorpresa ebria en la multitud durmiente;
la palabra sabia en la boca equivocada.
¿Quién iba a creerse a un borracho?
¿Quién iba a pararse a escuchar?
Era fácil encontrarnos (dónde fuera, cuándo fuera)
compartiendo vicios, placeres, ruinas en vinagre;
esculpiendo nuestros genitales en la noche;
insultando "bacanos" en Ricardo Vinyes.
Éramos el pájaro típico de las metáforas.
Batíamos las alas por dónde queríamos.
Volábamos cuánto deseábamos...
pero Franky, Franky, ¡Oh Franky!
eso sí era ser libre.
Franky era de los que presta un cuchillo al maníaco,
habla con el soez lenguaje del dinero
o aloca siempre a todo el personal.
Su casa de derruye. Él la destruye.
Era normal, pues, que todos le siguieran.
Apóstoles montaban al cielo con Franky;
el ascensor subía -1,2,3,4,5,6,7,8,9,10,11, clonc-
y aterrizabas en medio de un ático rebosante de libertad.
Jesucristo había resucitado
pero le faltaba una cajetilla de tabaco.
"¿Genís, puedes ir a buscar al bar de enfrente?"
y Genís iba.
De alguna forma científicamente imposible
Franky se había transformado
en un mesías de alto standing
aunque su religión fuera atea.
Quizá fuera porque aún siendo problemático como el levante,
siempre guardaba una sonrisa, una frase hecha, un detalle...
a los adultos, a los kies, a las estrellas Michelín.
Franky aún no te habías dado cuenta
y ya te había metido en su bolsillo.
No es que se esforzara para ello,
supongo que tenía gancho, que sabía moverse...
porque él, para nada era un tipo formal:
escupía sobre los zapatos de los invitados,
bebía siempre más de lo que las copas contenían,
era una sombra psicodélica más perturbando las calles,
pero imagino que sabía cómo justificarlo.
"Sabes, tenía que hacerlo, tío",
"Sabes, te jodes: soy yo"...
y sí, te jodías: era él.
Franky nunca dijo ser hijo de Dios,
sin embargo; sí de la suerte.
La verdad es que sí que era afortunado...
-vaginas de caramelo, billetes lilas, Waikiki de bombón-
Su vida era una película digna de no ser narrada ¿Sabéis?
Vivía en un documental de esos que censuran en la MTV,
en una bolsa de la compra llena, en una religión completa;
sobrevivía, como podía, liado dentro de un buen peta.
Franky era un sibarita, un campeón, un mentor de la mala vida.
Aún así, conservaba, el señor, una pizca de casta sabiduría;
aquello que los sanos, cuerdos, eruditos no tienen:
aventuras que contar a la gente aburrida.
Puede que Franky llegara lejos, puede, vomitando serpentinas,
quizá triunfara aunque fuera carne de bohemia...
Franky went to Hollywood
pero se quedó en Las Vegas.
Quintí Casals
Depresión pre-vacacional
Visto lo visto;
me tocó nacer en una época
en la que todo fue ya inventado (descubierto)
No todo, pero, la verdad, andamos cerca.
No sé si hubiera sido mejor
estudiar una ingeniería o convertirme en un famoso businessman.
Ahora tendría mis ideas perfectamente emperifolladas en búsqueda
de un camino físico. Querría conquistar un mercado. Querría urbanizar una parcela verde.
Sin embargo, esta gente tampoco va a ningún sitio: no deshicieron el nudo gordiano de la existencia.
No sé si hubiera sido mejor
caminar por la Firenze del Renacimiento,
tallar un sílex en la Edad de piedra,
crear el cinematógrafo...
¡Quedaba tanto, tanto, por descubrir!
Tener fe en el Dios de la Edad Media,
ser anarquista en los '80,
creer en algo.
Oigo máquinas -pip, pip, pip-
malditos chirridos del soñoliento confort
¡Hubiera sido precioso esforzarse!
Al mundo se le paralizó un lado, y mucho.
Hoy atisbamos la cresta puntiaguda de lo posible:
apretamos un botón y nos limpian la cara y los genitales.
Desenmascaramos el poder de la naturaleza,
fuimos científicamente voraces
y terminamos por aburrirnos.
Lo que nos llevó a enfadarnos
mucho, mucho, mucho,
por semejante logro;
porque al fin,
tuvimos tiempo de plantearnos el fin de todo ésto,
tuvimos tiempo de plantearnos porqué llegar hasta aquí,
tuvimos tiempo de plantearnos la vida en la salsa de su sentido.
Quintí Casals
me tocó nacer en una época
en la que todo fue ya inventado (descubierto)
No todo, pero, la verdad, andamos cerca.
No sé si hubiera sido mejor
estudiar una ingeniería o convertirme en un famoso businessman.
Ahora tendría mis ideas perfectamente emperifolladas en búsqueda
de un camino físico. Querría conquistar un mercado. Querría urbanizar una parcela verde.
Sin embargo, esta gente tampoco va a ningún sitio: no deshicieron el nudo gordiano de la existencia.
No sé si hubiera sido mejor
caminar por la Firenze del Renacimiento,
tallar un sílex en la Edad de piedra,
crear el cinematógrafo...
¡Quedaba tanto, tanto, por descubrir!
Tener fe en el Dios de la Edad Media,
ser anarquista en los '80,
creer en algo.
Oigo máquinas -pip, pip, pip-
malditos chirridos del soñoliento confort
¡Hubiera sido precioso esforzarse!
Al mundo se le paralizó un lado, y mucho.
Hoy atisbamos la cresta puntiaguda de lo posible:
apretamos un botón y nos limpian la cara y los genitales.
Desenmascaramos el poder de la naturaleza,
fuimos científicamente voraces
y terminamos por aburrirnos.
Lo que nos llevó a enfadarnos
mucho, mucho, mucho,
por semejante logro;
porque al fin,
tuvimos tiempo de plantearnos el fin de todo ésto,
tuvimos tiempo de plantearnos porqué llegar hasta aquí,
tuvimos tiempo de plantearnos la vida en la salsa de su sentido.
Quintí Casals
martes, 5 de noviembre de 2013
Traducción e interpretación (Conversaciones con Mika)
Ves Mika, a veces uno se sorprende;
hoy hace un día espléndido.
Da gusto pasear sobre las inestables baldosas.
El sol riega color amarillo en el lienzo de tu pelo blanco,
un hombre de bigote feliz da de comer a las palomas.
Los maletines de los trabajadores se manifiestan dispuestos a trabajar duro
mientras una nube de mosquitos viaja de cabeza en cabeza de las gentes de la plaza.
Un borracho encontró, al fin, trabajo.
Parece que las flores crezcan, inversamente, para afincarse en el magma.
Parece que el planeta haya decidido maquillarse por fin.
Parece que un horizonte atractivo se proclame presidente.
Sin embargo, es otro día igual;
igual de grosero, igual de grotesco, igual de repugnante,
igual de igual.
Pero estás tú jugando con el baile de las hojas al son del viento;
estás tú a mi lado y tú, amiga mía, tienes la cualidad de traducir
aquello perpetuamente obsceno
en algo pasajeramente precioso.
Quintí Casals
hoy hace un día espléndido.
Da gusto pasear sobre las inestables baldosas.
El sol riega color amarillo en el lienzo de tu pelo blanco,
un hombre de bigote feliz da de comer a las palomas.
Los maletines de los trabajadores se manifiestan dispuestos a trabajar duro
mientras una nube de mosquitos viaja de cabeza en cabeza de las gentes de la plaza.
Un borracho encontró, al fin, trabajo.
Parece que las flores crezcan, inversamente, para afincarse en el magma.
Parece que el planeta haya decidido maquillarse por fin.
Parece que un horizonte atractivo se proclame presidente.
Sin embargo, es otro día igual;
igual de grosero, igual de grotesco, igual de repugnante,
igual de igual.
Pero estás tú jugando con el baile de las hojas al son del viento;
estás tú a mi lado y tú, amiga mía, tienes la cualidad de traducir
aquello perpetuamente obsceno
en algo pasajeramente precioso.
Quintí Casals
domingo, 3 de noviembre de 2013
Huidas varias
Hay un oxímoron tendido
cubriendo toda la corteza terrestre;
habla de gentes / habla de suertes / habla de ocupaciones.
Cuenta, desconcertado, que
la gente a quiénes las cosas les van mal
bebe, se enamora, toma anfetaminas, hace footing...
y que
la gente a quiénes las cosas les van bien
bebe, se enamora, toma anfetaminas, hace footing...
Una esperanza incapaz nutre nuestra lisiada desdicha.
Al fin y al cabo; nadie sabe quién hay en frente al mirar al espejo.
Todos tenemos ganas de visitar realidades alternas, fugadas de ellas mismas.
No sabemos muy bien dónde vamos
ni por dónde vagamos.
Las personas, en nuestra intimidad más sagrada,
buscamos el levantamiento de un mundo nuevo,
un mundo mejor (aunque éste nos erosione)
y lo hacemos en forma de minúsculos éxodos.
Todos estamos obsesionados
en proclamar lo bonita que es la vida
a la vez que todos intentamos escapar continuamente
de ella.
Quintí Casals
cubriendo toda la corteza terrestre;
habla de gentes / habla de suertes / habla de ocupaciones.
Cuenta, desconcertado, que
la gente a quiénes las cosas les van mal
bebe, se enamora, toma anfetaminas, hace footing...
y que
la gente a quiénes las cosas les van bien
bebe, se enamora, toma anfetaminas, hace footing...
Una esperanza incapaz nutre nuestra lisiada desdicha.
Al fin y al cabo; nadie sabe quién hay en frente al mirar al espejo.
Todos tenemos ganas de visitar realidades alternas, fugadas de ellas mismas.
No sabemos muy bien dónde vamos
ni por dónde vagamos.
Las personas, en nuestra intimidad más sagrada,
buscamos el levantamiento de un mundo nuevo,
un mundo mejor (aunque éste nos erosione)
y lo hacemos en forma de minúsculos éxodos.
Todos estamos obsesionados
en proclamar lo bonita que es la vida
a la vez que todos intentamos escapar continuamente
de ella.
Quintí Casals
viernes, 1 de noviembre de 2013
Disolución de un hombre sólido
Toni roncaba en el sofá
sobre el paréntesis de su vida.
Todos nosotros: mi abuela,
mis tíos, mis padres,
atendíamos su grito desbocado.
El arraigo sanguíneo lo requiere.
(Es infinitamente idiota lo que uno puede llegar a hacer
por ser de apellidos relativos)
Contemplábamos ese poema;
esa fuga del alma en cada ronquido.
Los adornos de Halloween que su esposa hizo
colgaban del techo. Parecía que flotaran.
Toni no se fijó en ellos. ¿Por qué debería haberlo hecho?
Él era una substancia fofa levantada sobre dos patas y medio cerebro.
Comía, cagaba, meaba y dormía; la droga se llevó las labores y los hobbies.
¿Qué fue de aquel muchacho que recorría las autopistas en una Harley?
¿Qué fue de aquel muchacho que cocinaba caracoles o calçots aquellos días tan simpáticos?
¿Qué fue de aquel muchacho que guardaba en una caja de madera su timidez?
Toni nunca fue un ejemplo pero tenia su particular gracia.
Ahora alguien había sorbido con una pajita toda su esencia.
Todo quedaba reducido a ese bistec de 120 kg
roncando en el sofá un tal noche sangrienta.
Todo quedaba reducido a un trozo de carne
sobre un espacio-tiempo.
Todo quedaba reducido a
una mirada perdida y sórdida.
Antes que nos pudiéramos dar cuenta
Toni no estaba. Toni se había desvanecido.
Su esquela era el presente cada vez que respiraba.
No quedaba nada de él;
tan sólo un cuerpo deteriorado y una cara revuelta.
Toni se fue
por la puerta de atrás
y seguramente cada uno de los espectadores
de esa mugrienta y corrisiva escena
lloró en silencio
esa noche.
Quintí Casals
sobre el paréntesis de su vida.
Todos nosotros: mi abuela,
mis tíos, mis padres,
atendíamos su grito desbocado.
El arraigo sanguíneo lo requiere.
(Es infinitamente idiota lo que uno puede llegar a hacer
por ser de apellidos relativos)
Contemplábamos ese poema;
esa fuga del alma en cada ronquido.
Los adornos de Halloween que su esposa hizo
colgaban del techo. Parecía que flotaran.
Toni no se fijó en ellos. ¿Por qué debería haberlo hecho?
Él era una substancia fofa levantada sobre dos patas y medio cerebro.
Comía, cagaba, meaba y dormía; la droga se llevó las labores y los hobbies.
¿Qué fue de aquel muchacho que recorría las autopistas en una Harley?
¿Qué fue de aquel muchacho que cocinaba caracoles o calçots aquellos días tan simpáticos?
¿Qué fue de aquel muchacho que guardaba en una caja de madera su timidez?
Toni nunca fue un ejemplo pero tenia su particular gracia.
Ahora alguien había sorbido con una pajita toda su esencia.
Todo quedaba reducido a ese bistec de 120 kg
roncando en el sofá un tal noche sangrienta.
Todo quedaba reducido a un trozo de carne
sobre un espacio-tiempo.
Todo quedaba reducido a
una mirada perdida y sórdida.
Antes que nos pudiéramos dar cuenta
Toni no estaba. Toni se había desvanecido.
Su esquela era el presente cada vez que respiraba.
No quedaba nada de él;
tan sólo un cuerpo deteriorado y una cara revuelta.
Toni se fue
por la puerta de atrás
y seguramente cada uno de los espectadores
de esa mugrienta y corrisiva escena
lloró en silencio
esa noche.
Quintí Casals
El otro mundo
La inocencia que impera
en el corazón de los niños
o las sandeces sinceras que desprenden
o la sonrisa de su mirada volátil
me hace pensar
que las manchas de semen de mi pijama
o los boquetes que crecen en mis nudillos
quizá sean tan sólo espejismos.
Quizá exista una guarida para los que sabemos demasiado.
Quizá haya un oasis sin preguntas, tranquilo;
sin duda, lo hubo.
Tuve 4 años
y me encantaba como ladraban los chihuahuas,
como impactaba la miel en el yogur o como las hormigas maniobraban
el trigo con sus patitas patéticas.
Me revolcaba en los juegos ilógicos,
saludaba a las abejas de las flores, el Segre me parecía bonito.
Jamás pensé en las guerras de Iraq o en la masacre mercantilista.
Mi proceder no era como el de ahora;
entonces no me parecía a una esponja insonora olvidada en una bañera.
Las cosas nuevas eran sorpresas espectaculares.
Las cosas rutinarias eran locuras fascinantes.
El Rover 600 de mi padre, la callejuela dónde vivíamos, mi perro Webster...
era la mayor llanura de libertad que podía llegar a conocer.
Todo era precioso; el Universo parecía conspirar a favor mío.
El mundo era un dibujo pintado a mi antojo.
Mi vida era mi alegre soliloquio.
Conocí de veras la felicidad;
las trufas que mi abuela me daba,
el placer de no pensar en nada más que simplezas,
la vida anárquica,
pero tal día crecí
y todo fue diferente.
Quintí Casals
en el corazón de los niños
o las sandeces sinceras que desprenden
o la sonrisa de su mirada volátil
me hace pensar
que las manchas de semen de mi pijama
o los boquetes que crecen en mis nudillos
quizá sean tan sólo espejismos.
Quizá exista una guarida para los que sabemos demasiado.
Quizá haya un oasis sin preguntas, tranquilo;
sin duda, lo hubo.
Tuve 4 años
y me encantaba como ladraban los chihuahuas,
como impactaba la miel en el yogur o como las hormigas maniobraban
el trigo con sus patitas patéticas.
Me revolcaba en los juegos ilógicos,
saludaba a las abejas de las flores, el Segre me parecía bonito.
Jamás pensé en las guerras de Iraq o en la masacre mercantilista.
Mi proceder no era como el de ahora;
entonces no me parecía a una esponja insonora olvidada en una bañera.
Las cosas nuevas eran sorpresas espectaculares.
Las cosas rutinarias eran locuras fascinantes.
El Rover 600 de mi padre, la callejuela dónde vivíamos, mi perro Webster...
era la mayor llanura de libertad que podía llegar a conocer.
Todo era precioso; el Universo parecía conspirar a favor mío.
El mundo era un dibujo pintado a mi antojo.
Mi vida era mi alegre soliloquio.
Conocí de veras la felicidad;
las trufas que mi abuela me daba,
el placer de no pensar en nada más que simplezas,
la vida anárquica,
pero tal día crecí
y todo fue diferente.
Quintí Casals
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