miércoles, 8 de mayo de 2013

Sólo en casa 

Mi casa es mi cabeza:
mi cuarto, mi crepúsculo de soledad, mi colosal teatro.

Por ella se garbean las motas de humedad, de aire, de azufre
y se divisan Asia, Europa, América, Oceanía, Asia
e incluso aquél cubo deforme de hielo llamado Antártida.
Sus fotos, mis calzadas peanas chafando su polvo, su aromático carácter
llegan dentro de mí.
No se agota el combustible de mis percepciones.
Explosionan bruscamente los sentidos y lo sentido.
Miles de colores, de trozos de existencia, de átomos tangibles
siameses a otros intangibles entran libremente en mi casa.
Lo hacen también kilómetros y kilómetros de lozanas llanuras, de cancerígenas ciudades
y de titánicas constelaciones penetrantes a mi sesera.
Se mueven cuerpos, con fuerza propia o ajena,
por ese espacio: que no es un lugar (diáfano es un lugar).
Algo sin extensión, sin superficies es, sólo corteza galvánica propia de una mente.
Chirridos pesados de pizzigato, hedores fuertes, cánulas rellenas de fluido escarlata,
crujidos de articulaciones ásperas, pelos rizados de huevo y de barba, platos como ojos,
relojes dalinianos, perfumes, cromosomas sobrantes, extinciones de lumbres nocturnas,
fornicaciones limpias al útero, mierdas bien paridas, muertes, vidas, ropas empapadas:
por allí se mueven. Maldita curiosidad ¿Por qué quisiste ser poeta?
¿Por qué quisieron tus sentidos dejar pasar todo, sea abrupto o aciago? Y aún peor,
¿Por qué quisieron ver primor en la adversidad a la que llaman adversidad?
Debería darte desvergüenza Quintí. Tantas cosas presuntamente bellas
pasan por tus grasas, músculos y huesos y tú sólo ves hermosura en aquello inusitado.

(No pasa nada, seguiremos adelante)

Sigue fulgurando mi vasto cuarto, ebullición constante de chispas de vida.
{Chuf-Chuf}
Actúan ahora la bondad, la igualdad y la fraternidad, son ellas comediantes.
La libertad les contempla esposada pensando que están actuando bien,
que saben como divertir. Educado yo, complacido, les invito siempre a pasar como seres dignos
pero nunca deciden si adentrarse,
será que mi casa no está adecuada para ellas. Pobre cuenco humano
que es giboso.

Mientras tanto mi desventurado mi cerebro
se dedica a chispear cilindros de electricidad discerniendo:
Hola Sofia. Adiós mamá. ¿Quién es usted maldito hijo puta?
Juan es estúpido. Esa sombra pedante. A Elena la quiero. A Szymborska la leo.
A Octavio Paz, no. Me gusta el número 13. Me erecta la palabra desdicha.
(Qué disfrute poder elegir las visitas algún día).

Pero de tanto juzgar movilizando latosas emociones, suena el timbre.
Miro por la mirilla.
Unas mariposas que se colaron por mi recto y anidaron en mi aterido abdomen
están en el rellano esperando como Testigos de Jehová.
Dicen que son habitantes del núcleo, del magma, de esa
porción humeante y tórrida que segrega sentimientos. De ese espacio casi inaccesible,
innombrable, incorpóreo que es Éso. Yo, desorientado, las dejo pasar sin querer porque quiero.
-Siéntense junto a mis convidados por favor- Digo.
Alzan las alevillas sus ojos de grano de arroz
y atisban unos espermatozoides puteros / Pizcas de polvos, de sexo sulfúrico.
Se fueron a juntar el santo y el pecador en una habitación incomunicada y cerrada.
Se pelearán hasta crear una nube de vesania, todos sabemos cómo acabará ésto.

-Quédense el tiempo que quieran, están en su casa- Entre tembleques comento (tengo miedo)
-Quédense, hagan lo que quieran, roben lo que quieran, caguen dónde quieran-
Me declaro venidero hombre muerto.
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Éste es un poema a mi ruinosa casa
y a los zigotos que conviven gestando mi locura.
Lo recita mi sensible y erótico hogar llamado cerebro.

Me lo dedico,                  aunque soy hombre muerto.

Quintí Casals


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