jueves, 16 de mayo de 2013


Franky goes to Hollywood 2

Franky era un tipo peculiar,
un calidoscopio, una especie de super-hombre nietzcheano,
un estruendo de colores con un esbozo
en consciente blanco y negro dibujado
moviéndose en un folio en blanco.

Las conversaciones diplomáticas con Franky
resbalaban de la metafísica a la banalidad
con el aire del alcohol o el líquido de la marihuana en mano,
poco quedaba del abrevio de nuestra solidez pagana
estando nosotros dónde fuera, cuándo fuera,
compartiendo vicios y placeres verbales o
nuestros genitales al mundo que no nos ama.

Su casa era partícipe de todas las verbenas
y su cartera de todos los verbeneros,
soledades en fiestas iban a jarrana,
juntos, pidiendo concomitancia o emoción
condenándose a vivir solos en cada calo,
montándose al cielo
para ir director al infierno de la no percepción.

Franky quizá era problemático como el mistral,
puede que también fuera otra sombra alucinando
psicodélias en la calle pero aún conservaba una pizca
de sabiduría, algo que los sanos y cuerdos no tienen,
cosas que contar a la alegría.

Y quería acabar esta poesía,
ahora que me acompañan las rimas y las letras,
pero volvió a llamarme la soledad con nombre,
ya sea cualquiera de esos errantes canallas,
para que vaya al eterno encuentro de cada día,
el encuentro con ese carpe diem lúcido
que te hace vivir y morir en esta vida.

(Puede que Franky llegue lejos, puede,
vomitando serpentinas,
quizá triunfe aunque somos carne de bohemia)

Franky went to Hollywood pero se quedó en Las Vegas.

Quintí Casals

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