domingo, 3 de febrero de 2013
A Franky y algún que otro espectro
Me dispongo al encuentro diario
con la más explícita conversación,
Franky ahora subo,
deja que coja el ascensor.
Me monto y asciendo al cielo,
rumbo al piso número trece,
me gustaría acompañar mi vuelo
pero la soledad es quien mejor me merece.
(Y es que soy una persona parecida a un cerdo,
sólo que yo me revuelco entre hielos.)
Las cifras escalan al mismo ático,
mientras Franky sube a acompañarme
en nuestro encuentro diplomático,
ya común el destrozarme,
ya común la moral y filosofía en el diálogo
entre dos chicos problemáticos.
Y ya estamos los dos, los tres o los quinientos,
la casa de Franky es el punto de reunión
de todos y de todos nuestros lamentos.
En días de frío sacamos humo y no vaho
y entonces es cuando nos gustaría estar acompañados.
Somos sombras, aquellos fascinados esclavos,
que piden concomitancia
y se condenan a vivir solos en cada calo.
[A veces encontramos a un abuelo,
a veces a algún despistado,
miles de historias en ese cielo
juntadas con las sombras de los lados,
pero aunque estemos a ellos paralelos,
mientras fumemos
nunca estaremos acompañados.]
Y quería acabar esta poesía,
ahora que me acompañan las rimas y las grafías,
pero volvió a llamarme la soledad con nombre,
ya sea cualquiera de los errantes que me corresponden,
para que vaya al eterno encuentro de cada día,
el encuentro con los vicios y los placeres
que te hacen vivir y morir en esta vida.
("Es que yo lo hago para evadirme de la realidad",
entonces no te quejes, y disfruta la soledad.)
Pero lo cierto, es que amo esa compañía problemática,
entré aquí por curiosidad,
entiende que me sea un tanto enigmática.
Quintí Casals
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