Un pájaro que,
tan inalterable como indiferente,
tartamudea en lo alto de 1999:
se alimenta del blanco de la imagen
sin saber que un milenio va a empezar,
sin saber de su condición ovípara,
sin nunca saber él de nuestros
apellidos. Un pájaro que, atraído
por el imán del desconsuelo, se muda
a un párrafo y no escucha los
alaridos de los problemas; cabeza
esparcida en el arenal de la libertad,
para él sobrevivir a las tormentas es
algo habitual. Inaccesible, contempla al
animal dormir, a la bombilla incendiarse,
a las mujeres y los hombres congregarse
en el ano de Badoo. El alba enrojece cuando
el cielo se enrosca en sus ojos. El aire se
alisa en sus plumas; firme, el pájaro mira
el mundo pasar. Un pájaro que
vuela y, simplemente, se envidia
a sí mismo, se ama y enlata su fe
en una mano rugosa desafiando,
descuidado,
la fisura del dolor.
Un pájaro
que escapó de la jaula, un pájaro
bebido en la ceniza, un pájaro
que, ligerísima mónada volátil,
ondea la corriente;
más jamás podrá ser
normal.
Quintí Casals
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