Hace un tiempo llovió plata
sobre la tierra arada y ahora ya no
queda nada. Quemadas las guerras
y los exterminios, ya no queda nada.
Proclamadas las religiones y las doctrinas
radiactivas, ya no queda nada. Tan sólo
unos escombros rosas: un vil e indeterminado caos
envuelto e idealizado por nuestros cuerpos. Y también los
sujetadores liberados y también los parques de atracciones
hechos añicos. En el horizonte los colchones tirados por el suelo
quedan y las personas -las grises y tristes personas-
estiradas durmiendo, esperando algún que otro catálogo,
algún que otro golpe de suerte, algún que otro
caprichito vacacional.
Esquimales abandonados y
muchos campos de trabajo en Angola,
Felipe González fumando en su yate los
mira; al confín se le colapsó el porvenir.
Calles empedradas excremento
por excremento; gobiernos recubiertos
sobre por sobre; el agua intentó escapar.
Hace un tiempo llovió plata sobre la tierra arada
y ahora ya no queda nada. Discotecas abandonadas,
empleos vacíos, esqueletos de hormigón. Charcos
que crecen -fieles al precipicio-, basura que crece
-fiel al principio-. Gasolina, plástico y mucha diversión.
La carretera espesada con cianuro, el cielo enfangado
con restos de aerosol. Y ahora preguntas por qué
lloran los ángeles, y ahora por qué
el coche vomita ese humo
perfumado. Y ahora preguntas
que ya no queda nada;
ahora, que se nos
ha hecho tarde
y ya no le quedan
brisas
a la mañana.
Quintí Casals
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