Como la verdad misma
-relativo y despiadado-
rondo parques y prostíbulos,
beso princesas y parásitos,
me permito disfrutar el asombrarse
y el lugar: la catarsis, el esmero,
todo aquello que me haga
alterar. Una abuela come
una sandía con pepitas, por
fin el reloj de arena explota;
se cubre así el espacio de
tiempo, se enferman así las
células madre y los budistas rezan
y las garzas cantan y los basureros
continúan con su jornada laboral.
En el sano juicio de la certeza,
está quién pelea a la contra; quién
forja su persona con metal; quién recita
sin seguridad alguna. Está quién se arriesga
a caminar por el filo de la navaja, quién se
pasea por el rascacielos brillante. Escépticos
y descreídos, delimitan la forma, la
hilarante y despampanante forma. El cuadrado,
el triángulo, cualquier perfil. Ruido en el bosque.
Lo verdadero,
lo bello, lo bueno, como relámpagos se deshila;
disolviéndose, remolcándose, hacia la deriva
del saber. El fruto de la ciencia carcome el
alma. La idea se escurre como el paisaje.
Neutral, indeterminado y casual,
busca el bien, busca el mal; mete el
dedo en la llaga grande, ponte
condón y hiere la verdad.
Paseando por los confines de
la duda... como los huesos del muerto,
amigo, guarda el cielo en un cajón.
Paseando por selvas y playas de
aguas diminutas... como frágil
y vívido estruendo, amigo,
afirma la negación.
Quintí Casals
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