viernes, 25 de abril de 2014

Los murmullos del río

Anónimos en luz, descuidados,
y andrajosos, caminamos en círculos
por un campo minado de cigarrillos
y manzanas. A paso escogido,
vamos al trote, corremos o remolcamos.
Cruzamos el laberinto desinfectado del azar
e intentamos trazar una buena respuesta a cómo
la aspirina se disuelve en el agua. Pasito a pasito,
nos intentamos convencer; todo va bien, sigue,
juega en el parque y aprende a cortar con navaja
la naranja. Derribados en desventuras, muchas
veces caemos. Asolados en esperanza, pocas veces
nos alzamos. Pero seguimos, aunque el médico y
el asesor de finanzas no lo quieran, seguimos. Nos
sentamos, a veces, acomodamos bien
nuestros glúteos en la certidumbre y miramos
a los patos derrapar en el río; nos sentamos,
a veces -qué a gustito se está- y miramos a los runners
disecarse en el compás; nos sentamos, nos encanta,
y miramos al techo gris acobardarse simétricamente.
No sé, simplemente avanzamos, retrocedemos...
pero difícilmente andamos quietos. Hay quién
se queda atrás, se pone gomina y sale a bailar;
hay quién coge un calibre 45 y se vuela los sesos;
hay quién se deja mojar por la nieve, también están
los que duermen en las barras junto a un gintonic. Los
teléfonos móviles vibran por la noche mientras dormimos
y la cadencia se aborrasca, las estrellas se despiertan.
La vida es tan rara que parece verdad, lo sabemos,
lo admitimos en la oscuridad del apartamento, lo sentimos
y suponemos
que una ventana abierta supone una buena situación
geográfica. Supongo que al no entender el combustible
caro ni el aire acondicionado de las cosas, ni la culpa
del hombre vislumbrado, ni la guindilla en el pastel,
supongo que al no ser
nada más que el verbo ser, supongo que
por mera curiosidad, caminamos.

Quintí Casals

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