sábado, 5 de abril de 2014

Gimnasio

Sentado -desnudo-,
en un banco del viejo
gimnasio Olympus, observo
mi pene pequeño, aplastado,
pidiendo clemencia
al orden cósmico
y al sudor.

Está enfadado, sumamente enfadado
y grita y grita y grita y busca y busca
y busca ser aceptado. Patológicamente
incapaz de sentir, cronológicamente
apto para erguirse, solicita un amor
biológico, una genética conyugal. Vivir
es un problema, respirar agoniza el
pulmón: un riesgo, un solar,
arena esparcida y bloqueada en la materia.
Work in progress, edificios en construcción;
problemas, sollozos y demás. Mi pene tiene
miedo, derrama su huida; clama que alguien
venga y lo masturbe y lo agrande y lo barnice
con saliva. Mi pene suplica ser acompañado,
escoltado, seducido por el sentido de las cosas.

Sentado -desnudo-,
en un banco del viejo
gimnasio Olympus, observo
mi pene pequeño, aplastado,
pidiendo clemencia
al orden cósmico
y al sudor.

Un viejo y unos pectorales caídos
y unos comentarios vagos comentan
sus logros gimnásticos. Hoy levantó
45 kilos... ¡Qué suerte la suya! Hoy
bailó con las pesas... ¡Qué suerte la suya!
Síncope de viento, objetivos descompuestos.
Adaptarse al sufrimiento es algo habitual. Sólo
en el amor conocemos qué es vivir. Mi pene
-obsesionado- grita, grita y grita...
¡Por favor, que alguien frene el desastre!

Quintí Casals

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