Ayer cené con toda mi larga familia.
Fue un encuentro absurdo y bizarro.
Algunos ni sabíamos quiénes éramos,
algunos no nos caíamos bien
y algunos fingían interés por si Pepito
seguía triunfando o no en su taller de coches.
Todos se pegaban una sonrisa de mentira
debajo de su nariz y todos rugían cierta
temeridad y cierta flagelación emocional
dentro suyo por los otros.
Era muy violento:
todos se querían y todos se odiaban
a la vez.
Sentían con sacrificio.
Parecían una libélula en el ártico
o un mísero vagabundo en Montecarlo.
Tampoco entiendo porque, si tan sólo
somos unas semillas que por azar
cayeron en la misma parcela de arado,
tenemos que esforzarnos en caernos bien.
Yo, por mi parte,
me arropo en vuestros brazos de sangre y
como de vuestro amor incondicional de cabello de ángel.
Yo, por mi parte,
os doy cobijo en vuestras virtudes y en vuestros errores,
no necesito que me caigáis bien.
Yo, por mi parte,
os quiero sin disfrutar esa cena,
os quiero sinceramente.
Quintí Casals
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