El campanario ya encendió las campanas
y la noche lastima las últimas gotas de luz
que quedan en los cables y las aceras.
Antes leí que ahora hacen un
perfume de flor de orquídea silvestre
enlatado en un spray ultra inflamable
y pienso
y pienso
y hablo
un grito de furia hacia la sociedad.
Los grillos queman la embriaguez de la luna
con su canto rimbombante y no sé ya con que personaje
estoy hablando esta noche de
estrellas caídas.
La rueda entre la pena y la gloria no para hoy tampoco.
No parará. No puede ni quiere parar. No sé si debería hacerlo.
No sé que pretende conmigo hoy, mañana, el año que viene,
nunca.
Yo sé que la cobardía del oro ante la mierda
remite en cada acto del ser humano o inhumano
y ahora llego cantando de alegría ebria a mi casa
un tal martes a las cuatro de la madrugada
y en la calle piden silencio.
Quintí Casals
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