Lágrima derramada de la herida del alma
Hacía tiempo que
no lloraba ante la malicia
de una despedida.
Puede que fuese la tormenta
dentro del desahogo del coche
o
puede que fuesen
tus ojos vidriados
reflectando
mi desconsuelo
ante la impotencia.
No lo sé.
Sólo sé
que estoy aquí
tirado en mi cama.
Lloriqueando como un niño
sin el dulce prometido
o como la puta
que buscaba hacer un café
con ese hombre
y no la serpiente a su falo
o como el gris
ante el naranja,
plañendo esferas moleculares
de agua íntima
como el hombre que te tiene
pero tan sólo
lo hace unos ratos.
Lloraba:
y de seguro que también tú.
Ese postrero te quiero
(esa linda pausa)
poniendo fin
a nuestra pequeña
tregua con el tiempo,
a nuestro corto período
de amor tangible,
se esfumó de nuestras bocas
correspondidas, concordadas
de palabra y ternura
para hacerme llorar
de tristeza por tu fuga
y de alegría
por tu vitalicia estancia
en mi pecho.
(La despedida es la juez puta que dicta tu sentir)
Tengo suerte de tenerte,
de amarte, de añorarte,
de saber llorar por ti
pero
llueve en mi cama
ahora,
estoy triste porque
serás tan sólo una entrañable niebla
hasta que vuelva a otearte
y sin poder hacer nada,
dibuja el punto y final
a este poema
una lágrima
más.
Quintí Casals
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