Hoy
Hoy he despertado antes que el despertador y después que el sueño. Las sábanas eran un mar de dudas conmigo tumbado navegando en ellas y mis nudillos andaban ajetreados en morrear fuerte la pared con balbuceo. La acción de luchar con ellas ha durado unos 30 minutos aproximadamente. Cuando he podido, he levantado de un salto de la inconsciencia durmiente para la consciencia obligada y despierta que es el día a día. El cuerpo, los huesos, la sangre, los huevos, la mente y el corazón me pesaban. También la vida y me he notado olvidado en ella; completamente solo, y lo peor es que en ese preciso momento lo he estado sabiendo. Ha sido un instante difícil y monótono: sucede éste casa segundo de la existencia. Para recuperarme del shock, he sacado a mi perra Mika a pasear y ella me ha paseado a mí, robusta y esperanzada ha conseguido llevarme otra vez hacia casa. He logrado comer una tostada untada de pesadillas y me he acordado de esos dulces días cuando era capaz de dormir y desayunar con ganas de no ayunar, junto a ella he bebido una cerveza fría para helar un poco mi voz cerebral. Después de un rato mi chica fabricada y manufacturada de ausencias me ha llamado al teléfono. Hemos hablado y mi alma ha empezado a pesar un poco más. El logro ha durado poco, muy poco. Ya pesando otra vez, Mika y yo hemos decido tener un rato de guerra pensativa. Nos hemos tumbado en el parquet para contemplar el techo blanco de mi habitación. Hemos estado unos largos centímetros de reloj. Durante todo ese lapso nos hemos estado mirando sin entender nada, yo en color y ella en black & white, ambos hemos visto ausencia de pigmento, de carácter. Mi habitación ya no poseía carácter, tampoco estado, tampoco sonrisa. Era blanca y gris en las sombras, que triste era el adjetivo posesivo que hacía que me perteneciera. Seguidamente de este auto-análisis, he almorzado con mis padres. Hemos hablado los típicos códigos procedimentales, rituales y lingüísticos para interesarnos por nuestras vidas convergentes del azar. Nos hemos regalado un descanso de la soledad de su ajetreo y de mi sosiego. El ruido y el silencio siempre recuerdan a uno la soledad. ¿No creen? La tarde ha ido llegando con un tsunami de luz y de tórrida humedad que ha obligado a las gentes a sacarse la ropa. He salido a la calle, he trasladado mi piel, mis órganos y mis huesos hasta la universidad y he hecho un examen dónde me enseñaban las claves periodísticas de cómo engañar a la masa. Al salir me he esfumado en un cilindro de marihuana relleno de constelaciones y galaxias. El 3,2,1 del despego del cohete ha quemado con el mechero. El trayecto de ausencia racional ha durado una hora y media. Antes, cuando no existía la rutina hedonista en mí, éste solía durar más. ¿Qué le haremos? Mejor me he hecho otro y mejor me he quedado. He ido a casa y me he dignado a ver después de tiempo la tele. He mirado vídeos musicales. Ponían "We are young" y me ha recordado que soy joven aunque me comporte como un anciano. He cenado. He vuelto a compartir códigos procedimentales, rituales y lingüísticos con mis padres. Después he cagado y he tenido el hijo más bello del mundo. Su parecido a una estalagmita de Montserrat y su firmeza pudiente y corpórea me han emocionado. Ha sido, sin duda, el momento más feliz del día. Después, he llegado a aquí y he decidido escribir mi palpitante y incógnita jornada. Un día más en un día menos. Un día blanco y volandero como una gaviota. Un día de nada. Un día de un todo en vano para el tiempo. Un día de ausencia viviente. Un día digno de plasmar como un buen silencio. Un día tan de mierda que es éste meritorio de un recuerdo.
Quintí Casals
No hay comentarios:
Publicar un comentario