viernes, 21 de febrero de 2014

Abordaje

Si hablas de libertad ecuménica
mejor no me mires... o sí,
mírame, despréciame
y di al viento que
te restrinjo.

Durmiendo en la barra de un bar,
mi chica me recoge, se me pone
en bolsillo y me lleva dando
tumbos a casa. El imperio
del kebab no me convence,
a esa persona neoliberal
la degollaría, a esa farola
le regalaría una peonía... alego justificando mi causa.
Mañana será un nuevo día: almorzaré hamburguesa, huevo frito y cerveza;
surcaré un pelambre de avenidas y, si tengo suerte, dejaré que una resaca
se atrinchere en mi cabeza.
Durante el trayecto tendré que aguantar
a feministas de novio pene-largo, a hijos de puta
de palabra altruista y alguna que otra perrería
-causal o temporal- que me aconsejará llevar
un clima más austero, lánguido, simple, practicante.
Yo, entre asustado e indolente, me negaré rotundamente:
"Yo no soy de nadie"... afirmaré sin piedad. Horas después, por la tarde probablemente,
me colgarán en la plaza del pueblo. "Nadie puede ser de nadie,
ambiguo, yogur sin azúcar" avalarán en su denuncia. "Debes encontrar
un lugar, restringir tu corazonada, definirte; sino, ya ves lo que pasa" continuarán...
"¿Tus ultimas palabras?" me preguntará sin ningún tipo de remordimiento la ética.
"En la existencia no hay lugar, que os jodan" manifestaré -impertérrito- en voz baja.
La trampilla se abrirá, mi cuerpo caerá por el peso de mi impía...
y un crujido de cuello rematará los insultos de una muchedumbre enfurecida.
"¡Cabrón, farsante, descocado!" clamarán desde el sol de la penumbra.

Yo, por ese entonces, ya estaré muerto, sucumbido,
tirado en el vertedero de los libres.

Ellos, por ese entonces, ya estarán muertos, sucumbidos,
tirados en el vertedero de los esclavos.

Quintí Casals

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