domingo, 3 de agosto de 2014

Lo indeseable

Llega un momento en que,
después de pasar miedo y noches en vela,
deja de importarte si cerrar con llave,
si blanco o negro, si guapa o fea.

Llega un momento en que
los autobuses te parecen tristes
y los ojos canicas de cristal.

Pasas tu cumpleaños en algún Telepizza desierto
y acostumbras a salir por la puerta de detrás
de las personas
sin hacer ruido.

No comes, no duermes, no estás.
Sonríes como un cínico y pisas siempre blando.

Llega un momento en que la sangre
circula dentro de ti como un ciclón
y ya no hay sueños sobre las nubes.

Llega un momento
en el que pierdes el apellido.

Y es entonces cuando tu culo
se dilata conforme lo hace el sillón

y dejan de pasar los días
y ya no besas a nadie
y simplemente todo se limita a suceder.

Ves las casas vacías, los cráneos vacíos;
caminas mucho, relatas mucho
y nunca miras atrás.

Llega un momento en que ya ni hoces ni martillos
valen la pena, en que no hay religión que valga
ni canción que te pueda representar.

Y sí, claro;
puedes buscar en los contenedores,
puedes hacer mucho el amor o tirarte de un puente,
puedes pasar toda la tarde en el porche si quieres...

pero nada te erige
si tu corazón se convierte en mármol.

Ya puedes irte a preguntar al bar,
ya puedes buscar por las aceras

pero poco podrás hacer
si tu cerebro se licua en tristeza.

Siempre nos quedará París.

Quintí Casals

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