Otro crucero que se va pensando que por nada del mundo viviría aquí.
Después de 4 fotos mal hechas al Vesuvio, 2 o 3 spritz
y la pizza margherita devorada en cualquiera de las plazas
más sucias jamás encontradas,
los cruceros parten.
Echan los nudos, encienden el motor, surcan el mar y se dirigen,
valerosos y avispados, a cualquier otro destino perdido de la mano de Dios.
Y pensar que nunca escucharán explotar un petardo en San Paolo.
Y pensar que nunca les gritarán un "affamocc", les cantarán desde un balcón.
Y pensar que no encontrarán nunca moral que los niños fumen porros, que vayan en moto.
Y pensar que nunca habitarán en el manicomio
más bello de todos los confines terrestres;
el ano de Europa, el pezón de Gomorra:
Napule.
Quintí Casals
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