Señor corazón de los astros,
carretera sanguínea que de mis pies
a mi pequeño cerebro va,
triquiñuela de significados posibles...
guíame en los espejos de la noche,
enséñame ese tal símbolo exacto
que remate el alcance de la luz
en la verdad del sentido.
Llevo mucho tiempo con un ancla por cabeza,
llevo mucho espacio recorrido sin dirección.
Ayúdame, oh corazón sabio de los astros,
nombrado en la edad media como Dios,
significado en nuestros días como amor propio,
ayúdame tú que el séptimo día descansaste y dejaste
el mundo impío, perdido y gris
en mano de los hombres,
ayúdame tú que me lanzaste a este vertedero
de malos sentimientos dónde sólo besan bien
los labios de colágeno,
ayúdame, oh cenicienta descocada,
a ser valiente en esta orbe de valientes.
Nunca entendí el verdadero objetivo del porno,
siempre me sostuve a tutelar mis pasos en falso;
en mi turbador aquelarre de sombras y confeti,
la furia de mis días
me hizo más pequeño.
Normal es, pues, que solicite tu ayuda,
oh príncipe al que yo nunca rezo,
oh muñón de felicidad dadivosa.
Llévame allí dónde los años no pasen,
pequeño silencio que en mis manos cabe,
extingue esta brasa ardua, deuda, presente
que incendia la nada flamante
en la certeza de ver una nube diluviar.
Llévame, oh tú que un día fuiste Dios,
a tu séptimo día, a tu séptimo día;
necesito descansar.
Quintí Casals
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