Si alguna vez fui testimonio,
yo: Narciso singular de mi cuerpo,
del indomable saber de los hombres;
si alguna que remota y tórrida vez,
yo: perdedor y jugador de los astros,
estuve tanteado en el tirachinas del destino...
fue tan sólo por la mera codicia hacia
aquello deseado, instantáneo, fugaz.
Si alguna vez yo mismo me puse las alas...
fue tan sólo por curiosidad
hacia la caída libre.
No voy a mentir. Sin duda alguna me habré revolcado
más de una vez
en el error de recorrer una y otra vez el supermercado,
en la trampa de escribir más de cien veces sobre un tema
buscando la poesía redonda.
También he robado, seducido, hecho daño.
También he besado, circuncidado, caído.
Pero estoy bien, no hay nada que decir.
No recurriré, oh, yo, amo y señor de mis ojos,
al opio meta-emocional
de justificar mis malas manos,
a la fácil enmienda
de acoger al pobre por simple charlatanería.
El mundo es de los que hablan y hablan
y vuelven a hablar. Pobre sinfonía del diccionario.
Muy equívoco fue por parte de la sabiduría universal
recoger puntos, comas, signos y poner nombre
a cada piedra, a cada viento.
Muy ingenuo, oh si tanto ingenuo,
fue retratar la libertad, el gobierno,
las intenciones y deliberaciones quiméricas
del amor
y sus desperdicios.
Perdón.
Si alguna vez volé por los aires de la palabra,
si tuve, decididamente o no,
el valor de recorrer los minusválidos placeres de la felicidad;
no fue por querer habitar el olvido,
no quise intentar nada no intentado;
tan sólo quería ayudar.
La poesía no merece poema como éste,
demasiado superficial.
Me amo desde el fondo de mis miserias.
Quintí Casals
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