La valentía de los idiotas,
su triste y premeditada substancialidad
-nacer, sobrevivir, morir-,
su incapacitada e inútil manera de vivir,
se acumula,
como nenúfares obscenos,
sobre las ruinas de la ciudad.
Tristes ojos, pupilas dispersas,
piernas locas, átomos y Casiopeas...
compran, aman y muy atentamente
se conjuntan
a partes iguales,
a sentimientos iguales.
Seducidos
por una sedosa cascada
de lucecitas, condones
y teenagers de discoteca...
dejan su boca
iluminar
en el crepúsculo
de lo absurdo.
Hoy, sentado y cabizbajo,
resto de nuevo ante la
soledad imperativa
del presente.
Nada más tierno hay
que dos perros jugando
en esta plaza que,
tímido,
observo.
Nada más recto hay
que los relojes
que suenan -tic tac, tic tac-
a las ocho y media,
a las nueve y media;
incluso, muchas veces,
más allá de las horas.
Hoy, sentado y cabizbajo,
recojo la mierda que
disuelta yace
en el suelo.
Nuestras manos se juntan
en el desengaño de la verdad;
duele asumir que la moral no existe.
Poco a poco,
los árboles
brotan, crecen y florecen
mientras talamos,
decididos y esperanzados,
sus raíces
al son del porvenir,
Quintí Casals
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