miércoles, 26 de noviembre de 2014

Ahora que lo pienso

Bajo la luna de un Nápoles oscuro,
escondido y solitario en la ya conocida
indisposición sensorial,
veo desfilar las estrellas
en la nimiedad
de la fuerza interestelar.

Por suerte,
leve y plácidamente tranquilo estoy;
cuando el inconsciente empieza a medrar,
allá -en tus manos-,
y poco a poco te sientes ya lejos de ti,
ahí: las cosas fluyen
como barro
entre diamantes.

¿Y qué puedo decir,
ventura o desastre?

Nunca fui capaz de dar de comer a los peces,
nunca dormí bien,
nunca supe -ahora que lo pienso-
enamorarme
correctamente.

Los abrigos siempre me hicieron calor,
las manos me sudaban conforme el sol quemaba,
los abrazos siempre me estrujaron
en huesos y carne.

¿Y qué puedo decir,
desastre o ventura?

Siempre quise tocar la lluvia,
dejar volar la cometa,
saborear el Chupa Chups...

pero siempre estaba yo obstaculizando
cuál grande portero de discoteca
infranqueable,
impenetrable,
recio,

en la puerta de la
prosperidad.

Y constantemente supe
que nada podía
hacer
contra la corriente del río
que no fuera construir una presa
y frenar
aquello que no debía frenarse.

Y constantemente supe, también,
que ningún molino domaría el viento,
que ninguna sucia y maloliente
hamburguesa
podría saciar al gordo.

¿Y qué puedo decir,
ventura o desastre?

Crecí mal y "piano piano" aprendí a moverme
en las creces de la evolución, de la selección natural
y del hierro férreo de las estaciones
de trenes

y creí, entonces,
en los refranes

y mi cerebro, entonces,
se desgranó

en porcioncitas
de cielo.

¿Y qué puedo decir,
desastre o ventura?

La gente, delante
la exuberancia del mar,
ve un infinito singular...

yo, en cambio,
-ahora que lo pienso-
veo tan sólo la proximidad del agua.

¿Y qué puedo decir...

ventura o desastre,
desastre o ventura?

Quintí Casals

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