no calla nunca su verborrea de imágenes
en mi interior.
Tiene la pupila que ser pesada.
Tiene que hablarle y hablarle
a mi cerebro sobre todo lo que traga.
Tiene que hacerlo
igual que lo hacen los nervios de la piel,
las papilas gustativas, los tímpanos
y las fosas nasales,
sólo que ésta lo hace con más estilo:
más audaz, más directa, más peligrosa su metodología,
ya que la vista
tiene el valor
de hablar
claro y
cara a cara
mirando a los ojos fijamente
al alma
(como nadie nunca antes se había atrevido a hacer)
Y nace entonces un fuerte pulso entre las dos miradas,
pero en vano, ya que el alma siempre acaba perdiendo
delante del desabrigo de la vida,
porque, al fin y al cabo,
acaban volviéndose locos todos quienes logren
mantener un prolongado bis a bis con lo que ven los ojos:
aquella fruta prohibida, jugosa por fuera y áspera por dentro,
llamada realidad.
Quintí Casals
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