La atmósfera está cargada
de pájaros y polución.
Ríos sin cabal, viento sin dirección.
Las montañas giran
hacia el magma.
Las estrellas brillan
sin querer.
Allí, en los labios de la tierra,
en la grieta de tus manos y la fuerza,
existe, sólo en eclipse y redención,
el malestar de los cuerpos.
La temperatura
se sofoca
en un destino inmóvil,
en un objetivo inusual.
Las cosas son,
y ya.
De entre los hombres brotan
palabras, muchas palabras;
verbos, nombres, adjetivos
y artículos
que se pierden
en la inmensidad
del paisaje.
De entre los árboles brotan
flores,
flores de papel y poliéster,
flores endomingadas y engargoladas
con la luz
de un Dios ya marchito,
ya exhumado.
Se nos congelan
los dedos
en un sueño.
Homogeneizados
por la caída, la pérdida y la incomprensión...
vagueamos a nuestras anchas
por el bosque.
Concluidos
en el desastre de la mente,
nos dirigimos,
perplejos y ensimismados,
hacia el oasis
de la muerte.
Quintí Casals
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