El día que no va a llegar nunca
Llegará el día
en qué la suerte
se comerá a la casualidad.
En qué la muerte
no será inerte
y de la vida no será destino,
sino el camino
entre no ser y llegar a ser.
En qué las flores
irán hacia el centro,
hacia lo más a dentro
y entonces florecerá
el mundo para fuera.
En qué los principios
no acabarán contigo
por tener los sueños
con el insomnio como testigo.
En qué el hombre
no querrá alas para volar
y huir.
El hombre querrá sus pies
para andar y descubrir.
En qué el sujeto
no querrá objetos
y la ausencia de sus pechos
hará fácil el camino a sus labios.
Dónde habitarán bichos
que desintegrarán las palabras
y los sonidos
que emite el ruido de los estúpidos,
y el silencio escuchará a los sabios.
En el qué cada milésima de segundo
será un aliento más al que trabaja
y el tiempo dejará de asesinar al tiempo
con la rutina de dejar su moral baja.
Dónde no se vivirá en la dictadura
del plástico y el papel verde,
porqué el hombre
ya habrá estado encerrado al vacío,
callado, vaciado, empaquetado
para ser consumido.
Pagado por un precio que alguien marcó
en el marco
de la ética que éste correcta creyó.
El hombre habrá sido vendido,
a cambio de mísero papel verde,
con el blanco se limpian el culo,
con éste yo escribo o dibujo,
pero eso para ellos es nulo.
Porque la cultura se recortó tanto
que se quedó en la cura
a todo este llanto
que emite la justicia más pura.
Y mientras ese día no llega nunca,
el siempre de lo eterno condena al pensamiento,
la gente desea ir a la maldita luna
mientras atizan a su mente y todo su conocimiento,
la mente es lo primero, lo único que conocemos
relación directa al mundo que tenemos,
la única fuerza que puede movernos,
pero la gente quiere ir a la puta luna
y no se dan cuenta que su camino
les llevará a la amargura
por lo visible,
por lo imposible.
Seguiré esperando hasta que el sol salga
y pueda iluminar más que la luz de mi lucidez.
Seguiré esperando hasta que el sol de vaya
y no me consuma los latidos
ganando esta partida de ajedrez a la vejez
que hizo peones
a los que un día fueron sus propios reyes.
Quintí Casals
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