Recuerdo con todas mis vidas
por qué olvido
Alejandra Pizarnik
Está todo el raso lleno de cadáveres de mosca.
Por todos lados mienten, en todas ciudades huyen.
Ya no hay viento que disipe la nube, ya no hay solana que depare día estable.
¿Es este el mundo que querías para nuestros hijos?
Jóvenes izquierdistas fumando marihuana;
citando, después, a Mao Tze-Dong.
Banqueros en Miami, homeless en prisión.
¿Es este el paraíso que te enseñaron en las clases de historia?
El hombre del perro y el periódico a las 8 de la mañana.
La selfie de una niñita en plena pubertad.
¿Te habló alguien de los resquemores de su corazón elástico?
La peor parte de ti mismo.
El día en que insultaste a tu madre, en que la hiciste llorar.
Ese instante en que deseaste la victoria agazapada, el derribe amigo.
¿Quién te dijo que eras alguien sin tus raíces?
El electrodoméstico muerto que quedó allí, apartado.
El muñeco de Spiderman que, ya con pelos en el pubis, tiraste al traste.
¿Supiste alguna vez acerca de su destino?
El amor que prometiste a los 16.
Tu polla penetrando la presencia de la amante.
¿No eras tú tan auténtico?
Un universo cubriéndose en las paredes herméticas de la piel.
Familias sirias muriendo mientras tú te miras al espejo, mientras tú lloras tu teléfono perdido.
¿No creíste ser en algún momento inmortal?
¿No creíste traspasar, así, las barreras de lo inocuo?
Nunca hubo solución posible, dicotomía afable.
Nunca nadie supo nada más que ruido tonto que crece en algún lugar, en alguna parte.
Tan solo flores de papel, incendios de celofán.
Nunca hubo pena que valiera la gloria, gloria que valiera la pena.
Nunca hubo blanco, negro.
Sólo blanco casi blanco, negro casi negro.
Nada.
La única verdad certera siempre fue la mirada del perro, la respiración de la vaca.
Nada.
Morimos al sentir cada gota de lluvia reventar sola.
Nos desvanecemos en el pecho del mañana.
¿Seremos las personas las lágrimas de Dios?
Quintí Casals
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